Nunca supo decir desde cuando estaba esa moneda en el cenicero de la mesa del salón. El caso es que desde hacía varios días le rondaba la idea de que no debía de guardarla, ya que parecía formar parte de la decoración de la casa. Era una moneda de dos bolívares venezolanos, grande, como las antiguas de cinco duros. Color plateado, brillante... La cruz mostraba un escudo enmarcado entre dos ramas de roble y de laurel, con un lema alegórico a la independencia de la nación. El escudo mostraba tres cuarteles que contenían respectivamente un caballo, una especie de gavilla y un par de sables anudados con lienzos de dos banderas, todo ello coronado con sendos cuernos de la abundancia. La cara mostraba el perfil cesáreo del libertador Bolívar, con una pequeña inscripción bajo ella que decía "barre".
Muchas veces había tenido la moneda en la mano, mirándola, inspeccionándola. Le gustaba, le daba calor. Cuando se sentaba a ver la televisión, a leer el periódico o a escribir en el ordenador ella estaba allí mirándole, fiel a la cita, protegiéndole, acompañando sus pensamientos. No sabía cómo ni de qué forma había llegado al cenicero. El caso es que siempre la dejaba en el mismo sitio, fascinado por la multitud de sus motivos, la claridad de su brillo y la vida que parecía brotar de ella.
...
Un día que se sentó en el salón, buscó la moneda con la mirada y no la encontró. Se sintió extrañamente incómodo. Apartó la mesa de metacrilato con cuidado, en la seguridad que la encontraría debajo... pero no la encontró. Algo fastidiado, corrió los dos sillones que flanqueaban la mesa... Tampoco debajo de ellos estaba la moneda. Se sentó molesto en el sofá... ¡Claro...! Estaría debajo del sofá. Así que se levantó, y con cuidado corrió el mismo cogiéndolo alternativamente por sus dos brazos, debido a la longitud y peso del mismo. Una vez separado de su lugar original, buscó ávidamente con la miraba la superficie de la alfombra, sin que nada en ella denotara la presencia de la moneda.
- ¡Ahhhh...! ¡Mierda...! ¿Dónde estás, puñetera...?
El hombre se alteró. Sacó los sillones a la terraza que daba al salón, para tener espacio donde maniobrar. Con esfuerzo, arrastró el sofá fuera de la habitación hasta sacarlo al pasillo de la casa. En el salón quedaba el espacio dejado por los muebles, mientras la mesa de metacrilato continuaba en el centro de la alfombra. El hombre miró la mesa y decidió que seguiría el camino de los sillones. Por fin quedó la alfombra sola. El hombre sonrió. Si la moneda estaba debajo, la encontraría... Enrolló la alfombra con cuidado, descubriendo el parqué del suelo. Pero tampoco allí estaba la moneda. En su lugar aparecieron las pelusas y el polvo acumulado con el paso del tiempo. El hombre comenzó a resoplar visiblemente irritado ... Cogió la alfombra enrollada, se dirigió al pasillo y, con dificultad, la lanzó sobre el sofá.
...
¿Qué hacer ahora...? ¿Dónde buscar la moneda...? El hombre miró el interior del salón... Quedaba la parte de éste reservada para comedor. Una mesa ovalada y seis sillas estilo Reina Ana estaban colocadas sobre una alfombra circular de color rojizo. La mesa, de un metro y medio de largo, estaba adornada con un centro de flores artificiales rodeado de una mezcla singular de ceniceros de plata, cerámica y vidrio. El hombre se dirigió a ellos y, cogiéndolos con brusquedad, miró en su interior. Al no encontrar lo que buscaba los lanzó con ira mal contenida fuera del salón hacia la terraza. Le tocó el turno al centro de mesa ... El estruendo de los trozos de cristal impactando contra el suelo de gres de la terraza resonó en todo el salón, mientras las flores se desmontaban en trozos aparentemente inconexos.
La faz del hombre aparecía desencajada, buscando desesperado su moneda. Una tras otra, agarró con fuerza las seis sillas estilo Reina Ana y las arrojó violentamente encima del pretil de la terraza, cayendo al patio exterior al que daba la casa. Quedó la mesa del comedor sola y aislada ... Puso una mano en un lateral de la misma y, levantándola, la tiró al suelo. Luego la arrastró hacia la puerta del pasillo. Enrolló la segunda alfombra, la de color rojizo, y, al no encontrar la moneda debajo, profirió un terrible grito de angustia...
¿Dónde quedaba por buscar...? Miró a su aldededor... la vitrina donde su mujer guardaba la vajilla, la cristalera y los manteles... la mesa de la televisión y un carrito auxiliar para el comedor donde estaban las botellas de licor. Se dirigió a esta última. Cogió todas las botellas y las lanzó por la terraza la vacía. Luego tomó el carrito sobre su cabeza y lo estrelló contra la puerta del pasillo, obstruida por la tumbada mesa del comedor.
- ¡...la moneda ... la moneda ... mi moneda ...!
El hombre repetía estas palabras con voz monótona. Fue hacia la televisión, la tiró con fuerza al suelo y, arrastrando la mesa hacia la terraza, la depositó junto a los sillones. Se giró con mirada extraviada hacia la vitrina. Tenía cerca de dos metros de alto y uno y medio de ancho. Era muy pesada, por lo que el hombre, aunque intentó separarla de pared, no lo consiguió. Así que apoyó ambas manos en la parte de arriba, aspiró profundamente, hizo toda la máxima fuerza que pudo... y tiró la vitrina al suelo...
El estruendo de las copas y platos al caer fue terrible. Cristales y cerámica inundaron todo el suelo del salón. El hombre miró satisfecho a su alrededor... Seguiría buscando su moneda... ¿dónde tocaba buscar ahora..? De pronto, un brillo llamó su atención... Se sobresaltó al tiempo de sus ojos se llenaban de alegría... Aquella era la moneda ... su moneda... La cara del Libertador mostraba su estoica serenidad. ¡Por fín la había encontrado...!
...
Cuando su mujer llegó a la casa más tarde, contempló horrorizada el desastre ocurrido en el salón... Pero más horrorizada quedó al ver a su marido sentado en un rincón de la habitación con el semblante completamente ido y acunando una moneda...
FIN