17. ARIEL

Aquel periquito no era como los otros de la jaula. Mientras los demás pájaros iban constantemente volando de un palo a otro, éste permanecía quieto e inmóvil en un rincón de la jaula, apoyado en el extremo de uno de los palos, volviendo la cabeza de un lugar a otro mirando las maniobras y evoluciones de sus compañeros. Su tranquilidad fue lo que atrajo al hombre a la hora de comprarlo. Cuando la chica que le atendió introdujo su mano en la jaula para cojerla, el periquito ni se inmutó. Aceptó su destino con elegancia, sin aspavientos. Fue introducido en una cajita de cartón con aberturas sin ninguna protesta por su parte. Más tarde, la empleada le dijo que era una hembra.

- Mira hija, el pajarito es de color amarillo. Y es una chica. Le llamaremos Ariel, como la sirenita.

Los ojos de la niña se iluminaron al ver el pájaro, elegantemente posado en medio de su nueva jaula en forma de pagoda china. Todas las mañanas al levantarse la niña iba corriendo a la cocina a darle los buenos días a Ariel. Y Ariel se le quedaba mirando fijamente, como si entendiese el lenguaje de la pequeña. Al volver del colegio la niña se quedaba junto a la jaula, y hablaba con Ariel, y le contaba lo bien que se lo había pasado en el recreo con sus amigas. A la hora de limpiar la jaula, renovar el alpiste o poner agua limpia, allí estaba la niña, queriendo ayudar.

Un día el hombre quiso hacer una prueba. Metió la mano en la jaula, y ofreció un dedo a Ariel. Ariel no se lo pensó dos veces, y se posó en aquel dedo. El hombre sintió un escalofrío de satisfacción. Sacó la mano de la jaula, y empezó a acariciar a Ariel. El pájaro estaba a gusto. No se escapaba del dedo. La niña vió la escena, y comenzó a dar grititos de alegría al ver al pájaro fuera de la jaula. También ella quería tener a Ariel en su dedito. Y Ariel aceptó posarse en el dedo de la niña. Aquella noche la niña durmió excitada y llena de felicidad.

Un buen día Ariel decidió salir volando por la casa. Estaba posado en el dedo del hombre y se escapó hacia la libertad del aire. La niña y el hombre se sobresaltaron muchísimo. La ventana estaba abierta, y pensaron que Ariel iba a escaparse. Sin embargo, Ariel no tenía intención de abandonarles. Se encontraba a gusto entre ellos. Dio un par de vuelos alrededor del techo, y se posó sobre la mesa. Allí el hombre le ofreció el dedo, y Ariel se subió a él. La niña se acercó a besar el pajarillo suavemente. Se había dado un buen susto, y se alegró al ver que su amiguita alada seguía con ellos. Desde entonces, todas las tardes abrían a Ariel la puerta de su jaula. No decían nada. Ariel se asomaba a la abertura, y salía volando por la habitación. Había días en los que incluso volaba por toda la casa. La niña la seguía alborozada, alegre y contenta pero temerosa aún de que escapara por una ventana. Pero Ariel era fiel a aquella casa. Finalizada su excursión, regresaba a la jaula ella sola, sin que hiciera falta ninguna indicación de sus amos. Y si durante su vuelo la niña o el hombre le presentaban el dedo, Ariel se dirigía a él para posarse y recibir una buena ración de caricias y besos.

Un día el hombre observó las uñas de las pequeñas garras de Ariel. Las tenía demasiado crecidas. El pajarillo no se posaba bien. Consultó en la tienda y en varios libros. Debía de cortarle las unas con mucho cuidado de no cortar ninguna venita. Así que una noche, cuando la niña estaba dormida, se armó con unas tijeras pequeñitas y se dirigió hacia la jaula. Allí estaba Ariel, con sus vivaces ojos mirandolo todo. El hombre se detuvo un momento a contemplar a aquel pajarillo que era la delicia de toda la familia. Abrió la puerta de la jaula e introdujo en ella la mano. Ariel se subió confiada al dedo que le ofrecían. El hombre se acercó el pajarillo a los labios, y la besó con dulzura en el pico mientras le acariciaba las plumas del lomo. Ariel parecía complacida.

El hombre recordó las uñas del animal. Con sumo cuidado posó a Ariel en la palma de su mano izquierda, mientras cogía las tijeras con la derecha. Miró al animal y al instrumento, pensando cómo hacer para cortarle las uñas sin molestar al pajarillo. Ariel se mostraba confiada. Al fin, el hombre cerró lentamente la mano sobre el frágil cuerpecillo del pajarillo, sin apretar, notando en su tacto el agitado pecho de Ariel al respirar, mientras agarraba suavemente sus delgadas patitas. Acercó las tijeras a la primera uña, y cortó la puntita con cuidado. El hombre vió que Ariel estaba quieta, completamente quieta, si bien notaba la respiración del animal. No había pasado nada. Abrió la mano para dar confianza al pajarillo, que seguía inmóvil. Podía continuar. Acercó las tijeras a la segunda uña, y volvió a cortar. Ariel continuaba inmóvil, sin inmutarse. Seguía notando su respiración agitada. El hombre pensó que comprendía lo que estaba haciendo, y que deseaba colaborar en el proceso. Acercó las tijeras a la tercera uña, y cortó de nuevo. Esta vez el hombre notó un ligero estremecimiento en el cuerpecillo de Ariel. Abrió la mano de nuevo. Pero algo extraño sucedía. Ariel no se movía como antes. No notaba su respiración. El corazón del hombre dio un vuelco. Ariel estaba inmóvil sobre la palma de su mano. El hombre no entendía lo que había sucedido…. Ariel, su bella Ariel, su querida Ariel, estaba muerta….

Y él la había matado …