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Los Amores de Lucerito

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Las actrices son también parte de la historia de un pueblo; este artículo habla sobre la actriz y cantante Lucero y está dedicado a un amigo que es un buen poeta, aunque su mayor ilusión ha sido siempre cantar como Frank Sinatra.

A mí me gustaría -me dijo mi amigo poeta, mirando con ojos románticos un alto edificio- que me acompañaras, el día de mi santo, a visitar un cabaret en donde está trabajando una mujer que es el amor de mi vida.

Pensando que a lo mejor, en una de esas, habría balacera y tal vez tendría que salir corriendo, me vestí de mezclilla y zapatos bajos para acompañar a mi amigo a buscar en el cabaret a su amada. Cuando llegué al lugar de la cita, me dí cuenta de mi gran error: de repente, al dar la vuelta a la calle, surgió una marquesina enorme que decía Lucero; por su parte, mi amigo apareció muy trajeado y con los bigotes muy en sus cabales, y yo me empecé a sentir chancla y a llenarme de remordimientos.

Desde que Rubén Bonifaz Nuño sacó su Pulsera para Lucia Méndez, a todos los poetas, por más encogidos y vegetarianos que sean, les da, sin ningún escrúpulo, por escribirle versitos a las actrices. A las musas del arte literario en México las crea Televisa.

Mucha gente había jurado que mi amigo el poeta en lugar de sangre llevaba licuado de cereza en las venas; ese día me dí cuenta que sus amistades nos habíamos equivocado; como a un hombre al cual una hada acaba de devolver la juventud, lleno de ímpetu y galanura adolescente, el poeta entró al lugar del espectáculo lleno de ilusiones y bailando.

Ser actriz o pertenecer al negocio de la farándula es como sacarse la lotería; mares de dinero, cantidades impresionantes, inmensidades que no se pueden medir ni con todo el infinito, por presentar a una linda muchacha que canta, baila y enseña las piernas (pura envidia que me da).

El salón está lleno, con gente de todas las edades y niveles sociales; para entrar a este lugar no es necesario tener una buena posición económica, con gastarte tus ahorros de varios meses es suficiente.

Las luces se apagan, "ya viene el cortejo, ya viene el cortejo, ya se oyen los claros clarines...", se hace un silencio como de tumba y, de repente, un hombre que parece hablar con los agujeros de las narices anuncia: "Con ustedes... Lucero...", y Lucero aparece con el cabello suelto, cantando y moviéndose de aquí para allá por todo el escenario, poniendo una patita aquí, alzando una manita allá...

(Foto tomada del sitio oficial de Lucero,
http://spin.com.mx/~hmedina)

Confieso que a mí las cantantes fresas me aburren; mis preferencias populares son más acordes con el rockanrol alocado de Alejandra Guzmán antes de que se convirtiera en ama de casa; aunque también reconozco que Lucero es capaz de trastornar a su auditorio. Antes de ser invitada al show de la cantante, a mí se me antojaba pensar que esta muchacha no era dosis para adultos, que su séquito de admiradores estaba formado únicamente por jovencitos desgarbados con la cara empedrada de acné juvenil. La verdad es que me equivoqué, en las mesas se encuentran lobos de todas las edades que aúllan escandalosamente y lanzan, desde galera, besos de contrabando a la cantante.

En estos últimos años, a las actrices les ha dado por hacer dietas y ponerse flacas como un arpa. Lucero es un poco gordita, y esto se lo comento a mi compañero, quien ya se ha puesto a platicar con una niña que se llama Reina Elizabeth Gómez y que está sentada frente a él. Ambos se indignan porque digo que Lucero es gorda; ambos conocen a perfección la vida de la cantante: le siguen la pista desde que Lucero era Lucerito y aparecía en una telenovela que se llamaba Chispita; ambos comentan, con la cara un poco alterada, que si la cantante tiende a ponerse gorda es por cuestiones genéticas, ya que Lucero es hija de gallego (se dice que los hispanos tienden a la gordura), y la madre de la actriz esta muchos kilos arriba de su peso normal. La niña y el poeta suspiran; ella sueña que cuando sea grande ser tan guapa y famosa como Lucero y el vate en que si Dios quiere, invitar a Lucero a bailar el próximo sábado por la noche.

Ahora Lucero se ha quitado su faldita corta y sale vestida de charra; está cantando La Puerta Negra, la acompañada de un mariachi chaparro quien la mira como quien contempla desde abajo un altísimo rascacielos. Todo mundo canta, mi amigo el poeta se emociona: se pone a cantar a gritos La Puerta Negra, a la manera en que lo haría Frank Sinatra; la gente lo calla. El salón está muy animado y todo mundo se siente feliz; todos menos una señora: la mesa en la cual se encuentra está muy cerca del escenario. La mujer pone cara de inconformidad: su marido ya está borracho y trata de lanzarse a escena. La mujer amenaza y manotea; su vestido blanco se está tiñendo de amarillo con tanta bilis.

Después de un show de dos horas, el público se siente muy divertido. Sólo yo estoy preocupada: la comida que los meseros me han traído ha sido una completa desgracia. Todo mundo está muy contento; a mí me truenan las tripas de hambre. Mi amigo el poeta se para, grita ¡bravo! Me quita la silla, me levanta a la fuerza y me obliga a aplaudir. En toda esta selva de agitación el vate se inclina y me pregunta: "¿Tú crees que con la descarga de una escopeta sería posible llamar la atención de Lucero?"; le contesto que sí, que tal vez con eso le haga caso. Las luces se encienden, los señores salen suspirando y las mujeres ponen cara de celosas; ha terminado el safari de cabaret donde se presenta la actriz fresa. Mi amigo y yo nos despedimos de beso: él va para su casa a escribir un poema de amor para Lucero, mientras que yo me apuro a un cercano café de chinos a calmar mi apetito con un gran chop suey.

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