Entonces aquellos sepulcrales quejidos 
adoptaron una voz temblorosa 
que le dijo que estaba sufriendo mucho



Los Huesos Del Muerto

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

En Acaponeta, Nayarit, había una familia de mucho dinero que había comprado una casa muy grande y de estilo antiguo, que tenía un patio en la parte de atrás con árboles frutales y toda la cosa. Mas sucedió que un día, en la casa empezaron a escucharse ruidos extraños así como la voz de alguien que se quejaba. Y aunque la familia trató de ignorar aquella situación, terminó por llamar al cura del pueblo para que fuera a bendecir la casa. Pero eso no funcionó, los quejidos se siguieron escuchando: toda la familia sentía que la vida en aquel lugar se estaba poniendo tétrica, y como la señora de aquella finca estuvo a punto de caer en la locura, la familia se mudó y la casa se puso en venta.

Y aquel lugar había agarrado muy mala fama, puesto que los quejidos continuaban; nadie quería comprar esa casa y así permaneció sola durante varios años. Hasta que un día, una pobre mujer que vivía de limosna y solía dormir en callejones desiertos –ya que era una viuda sin hijos-, en la temporada de lluvias en que sólo se cubría con un rebocito que andaba siempre mojado, fue a hablar con los dueños de la casa y les pidió que la dejaran vivir allí.

Los dueños de aquel caserón le dijeron que sí, que se quedara, pero le recordaron que era la casa donde espantaban y que si algún día lograban venderla tendría que desalojarla.

Con todo y todo la pobre mujer –que continuamente se dolía de las reumas- se fue a vivir a esa casa en donde sólo se encontraban ella y el fantasma. El primer día escuchó como que una voz extraña se quejaba en forma lastimera, al día siguiente como que alguien tosía con gran furia; al tercero, caballos al galope y muchos ¡vivas! y ¡mueras! El cuarto no escuchó nada, pero el quinto empezó a oír como que alguien se quejaba, sólo que a gritos; fue entonces cuando palideció y casi se cae al suelo del susto.

Y aunque al correr de los días los quejidos solían oírse desde las primeras horas de la mañana y hasta muy entrada la noche, llegó el momento en que se acostumbró tanto, que un día en que se sentía muy cansada de mucho caminar, al escuchar tal cantidad de ruido, la mujer se levantó muy enojada y le pidió al fantasma que por favor se callara, que ya dejara de quejarse, que con tanto escándalo los vecinos se podrían molestar e incluso llamar a la policía.

Pero como los gritos persistieran, la pordiosera habló en duros términos y hasta con amenazas: le dijo que si quería algo se lo dijera, que estaba dispuesta a escucharlo. Entonces aquellos sepulcrales quejidos adoptaron una voz temblorosa que le dijo que estaba sufriendo mucho, ya que en su vida terrenal había sido pérfido, misógino y avaro, y que para poder descansar en paz le tenía que mandar decir una misa para que su alma dejara de penar; pero la pobre mujer le contestó que no lo podría hacer, puesto que no tenía dinero ni para echarse un taco; a lo que la voz adujo que le iba a dar dinero, pero que le prometiera mandar decir una misa para su reposo. Y la mujer así se lo prometió.

La voz le dijo que al pie del guayabo que estaba en el patio de atrás se encontraba unas monedas enterradas que con eso alcanzaría para las misas y quizás un poco más. Al contestarle la buena mujer que no se preocupara que haría todo lo que le indicaba, en ese momento se derrumbó un sector del techo de la casa y enseguida cayó un costal con huesos humanos, los cuales, al dar en el suelo acabaron haciéndose pedazos y los trozos saltaron en todas direcciones.

En cuanto amaneció, la pobre mujer pensó que todo lo ocurrido la noche anterior no había sido más que una pesadilla, pero, para cerciorarse fue a escarbar junto al guayabo, donde, efectivamente, se encontró un costalito de cuero lleno de monedas de oro. Tan pronto como pudo, pretextando estar cansada de aquel sitio, la mujer dio las gracia a sus anfitriones, se traslado a Tepic y consiguió quien le ayudara a vender las monedas. Con eso compró un ataúd, mandó enterrar los huesos al panteón, mandó decir misas, dejó de pedir caridad y hasta le alcanzó para comprarse una casita; y bendito sea dios y el muerto, ahora se dedica a otra cosa.

Rosa Carmen Ángeles

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