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Galicia ha sido llamada "la
esquina verde de Europa", y fue durante siglos el
"finis terrae", el Finisterre, el extremo
occidental de la ecumene, de la tierra conocida, que
remataba en oscuras rocas batidas por las enormes olas
del Mar Tenebroso. Cuando los romanos llegaron por vez
primera a la región que llamaron Galicia, al penetrar
por el sur en la llana Limia, tras pasar arduos montes en
cuyas cumbres el águila y el lobo se saludan, creyeron
que el río que ante sus ojos se deslizaba lento, entre
junqueras y luzulares, era nada menos que el río del
Olvido, el Leteo de la fábula antigua: río que haría,
de quien lo cruzase, un amnésico vagabundo, pues se
olvidaría de la lengua materna y de la patria ciudad, de
la familia y los nombres de los compañeros; nada
recordaría de su vida pasada. |
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Los legionarios se negaron a cruzar aquellas
verdes y mansas aguas, y quien los mandaba por el César
latino de la Ciudad y del Mundo, lo hizo en su caballo, y
desde la otra orilla comenzó a llamar a sus soldados por
su nombre, a recordarles batallas que habían librado
juntos, y a convencerlos, en fin, de que aquella
corriente no era el río fatal que imaginaban. Y las
legiones siguieron a Décimo Junio Bruto hasta llegar a
esas rocas que decíamos, el Finisterre, donde
contemplaron, "con religioso horror" dice el
historiador romano, cómo el sol se hundía en el océano.
Legionario hubo que confesó escuchar, cuando el gran
disco de oro se sumergía en las aguas, el mismo ruido
que hace en la fragua el hierro al rojo vivo cuando lo
entran en el agua que lo templa. Era aquella, a la que
llegaba Roma, una tierra misteriosa, con bosques inmensos
en cuyos claros, a la luz plenilunia, las gentes de
dudoso origen que la poblaban, celebraban ritos
propiciatorios de dioses de la fecundidad y de la guerra. |
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Galicia, una punta rocosa vestida
de verde en el extremo noroeste de España. Valles
fecundos, montañas en las que el surco del centeno y el
bosque llega hasta la cumbre. Amistad con el mar en las rías.
Un pueblo humilde, cordial, hospitalario y siempre añorante
de no se sabe qué, la habita. Quizá no haya en Europa
pueblo que conserve más viva la memoria de los sueños
antiguos, tradiciones, ritos... Y si a veces visita el
alma gallega el ala oscura de la melancolía, muchas
otras el gallego es alegre, amigo de cantar y de bailar.
De bailar danzas de amor, como la "ribeirana",
o solares y fecundas como la "muiñeira", la
molinera, acaso porque gira la bailadora como la piedra
muela del molino. Y sobre los bosques y los valles, y la
ribera marina, el canto de la gaita, la más hermosa ave
que canta en Galicia. Galicia, país de los mil ríos,
verdes campos, labriega y marinera, con un camino para ir
a Europa y volver de ella, y el inmenso Océano
dulcificando su cintura.
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