Eran las 11 de la noche, cuando estaba recorriendo Oaxaca, con unos amigos. Nos detuvimos frente a la Iglesia de Santo Domingo, cuando a un lado, alcancé a ver una pequeña plaza, que tenía palmeras y jardineras. La tranquilidad del lugar era mágica, no había ni un alma. Se sentía el fresco de la noche, se percibía el olor a hierba húmeda y se podían escuchar las palmas hacer un breve susurro con el viento.
Caminé por la calle empedrada y en ese momento me di cuenta, que vivía la paz... que era parte de mi respiración... que yo era parte de Dios.
Oaxaca, Oaxaca, México. Octubre, 1995.