Tras otro día mas, un hombre corriente llega a su casa en soledad. Abre a tientas la puerta exterior de su casa en la oscuridad de las escaleras por la despreocupación aparente de los habitantes del edificio en colaboración con el pobre hombre al igual que él mismo a no cambiar la bombilla que le alumbraría a su llegada. Una vez en el frío, lóbrego y solitario salón. El hombre se sienta en un rústico sofá meramente cubierto por una manta que allí había cae rendido. Su mente se dispersó y dejó relajarse al banal cuerpo mientras se sumergía en el mundo de los sueños. De repente sintió un sudor frío y su corazón latía cada vez mas fuerte, su mente se dispersaba sumergiéndose en un personaje sin identidad del aciago sueño con el que desde un principio sintió cierta afinidad. Parecía real...

    El cielo es una inmensa bóveda de grises y furiosos nubarrones que abarcan todo el horizonte, haciéndolo denso y pesado cual plomo en el corazón. Un invierno eterno, donde los campos están sembrados con pequeños intentos de brotes de vida pasada y ahora están cubiertos de nieve sucia. Sólo unos cuantos árboles solitarios y sin hojas se vislumbran en tal paraje, ahora convertidos en esqueletos que recuerdan breves momentos de vida que no volverán y que quizás hayan sido una mera imaginación.

    Las nubes plomadas lloran sin cesar todo el día cubriendo toda la superficie de finas lágrimas cristalinas que dan una sensación de neblina que a simple vista resulta dulce, pero que es fría y tan espesa que impide cualquier visión de algo cercano, creando así una sensación de impotencia al caminante cuyos pasos se suceden poco a poco por caminos enfangados que discurren entres sendas amuralladas.

    El paisaje tiene algo que quita las ganas de hablar, de pensar, de respirar e incluso de abrir los ojos. Desolador, inquietante y eterno paisaje de sombras, muerte, desesperación y amargura. Por lo que el caminante cuyos pies están descalzos, embarrados y fríos, se esconde tras los mugrientos y húmedos esqueletos de los árboles muertos en espera de un poco de cobijo. La presencia de la oscuridad, la soledad y el vacío le impiden avanzar.

    Una mirada interna, una introspección, la soledad de tu propia compañía, el temor a tus pensamientos, reflexiones que te hacen perder las esperanzas mínimas que creías o necesitabas tener.. ¿Qué será peor, la banalidad de la vida o el estar con uno mismo y examinarse? Temores externos pero internos e internos que nuestros son, pánico o deseo, vida o muerte, el mal y el bien. Reflexiones perdidas en el tiempo, temores permanentes, tristeza eterna, desesperación.

    El viajero abre sus ojos bruscamente y suspira de manera exagerada, no pretendía pensar, no quiere, no le gusta, lo rehuye con todas sus fuerzas pero el paisaje y su propia vida le obligan a ello, se lo sirven en bandeja de plata y aunque no quiera ha de aceptarlo esperando pacientemente su día, día en que se liberará de toda carga y pensamiento.

    Paso tras paso, día tras día, robándole días a la vida, siguiendo su camino con rencor y resignación por la cobardía de su corazón y de su alma. El pánico al error con respecto a su solución anhelada es su peor enemigo.

    Una mirada atrás intentando recordar algo que le dé aliento para poder continuar... rebusca en lo más recóndito de su memoria sin poder hallar nada y entristeciéndose por ello. Quizás halla algo pero esta tan oculto e inmerso en la suciedad de las experiencias y sentimientos causados a su persona que ya es incapaz de reconocer esos sentimientos de felicidad simulada, unos breves instantes emocionales y súbitos que la vida es tan amable de ofrecer de modo engañoso.

    El caminante piensa en el aislamiento y la abstinencia, pero hay momentos en los que no puede soportar resistir más aunque esto le acerque a su anhelo en desesperación por finalizarlo todo de una vez por lo que cuando se alimenta, no puede soportar el pensar que así seguirá errante algunos instantes temporales mas. Entre sollozos, el hombre retoma su enfangado camino avanzando lentamente sumido en su carga emocional.

    De cara a las oxidadas puertas de un cementerio el caminante se detuvo para contemplar el oscuro camposanto; sus ojos atravesaron las tinieblas y barrieron el silencio que se veía roto entrecortadamente por los sollozos de una persona arrodillada ante una tumba de lúgubre construcción en piedra y mármol. El caminante casi tuvo un escalofrío al mirar fijamente al mausoleo y se puso peor observando y pensando un porqué para las profundas lágrimas de aquella persona que lloraba por esa misma cobardía que él sentía en su corazón al ser incapaz de morir y así seguir sufriendo el destino de la funesta vida que le fue impuesta.

    Lo bueno dura poco, breves instantes pasajeros que aparecen y desaparecen de un modo fugaz; razón de que la inmortalidad se reserve al mayor de los males. El mundo de los sentimientos produce temor al caminante, cree conocer su verdadero rostro sin haber visto nada. La vida es una gran cloaca que aumenta llenándose de suciedad y sangre con los años vividos, cuando los desagües rebalsen, se ahogará toda la escoria y con ella la vida.

    Y a través de estos sentimientos de destrucción ha contemplado una pequeña parte de los sufrimientos humanos.

    El caminante, convencido de que nadie más estuviera mirando, trepó la oxidada puerta del cementerio de forma lenta y avanzó a través del cementerio. En la oscuridad, las estatuas y mausoleos parecían retorcerse lentamente cobrando vida. Sus ojos se fijaron en la inscripción de una lápida en la que leyó: "La muerte es la joya de la victoria, una vez que ha cesado de latir tu corazón emerges del abismo de la pena sintiendo la paz interna, los instantes de divinidad pasaran ante ti llenándote y siempre conocerás el sabor de la gloria, ese breve instante..."

    Tras leer esto, el caminante cayó arrodillado en el suelo cual yunque de plomo, sus lágrimas se desataron con furia y fuerza, humedeciendo y limpiando su oscura cara. Sus ojos se enrojecieron y comenzó a pensar en la pusanimilidad que en él reinaba, la cual le privaba de ese breve instante de divinidad y dignidad.

    Nuestro hombre tardó un momento en darse cuenta de que no estaba durmiendo en su cama. Estaba oscuro y hacía frío. En la confusión de los instantes siguientes se acercó a la pequeña ventana del salón la cual daba un respiro de luz a la oscuridad de este. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios, se acarició la cara con aire pensativo y la vista fija en la nieve que no dejaba de caer.

    La primera nevada de la temporada caía blanca y tranquila en el aire quieto de la noche. Los copos, grandes y húmedos, se posaban sobre las calles. El hombre observaba la caída de la densa nieve y decidió salir, alzó la capucha de su vieja capa, exhalaba nubes de vapor con su aliento en el aire frío y húmedo. Cruzó el resbaladizo asfalto para encaminarse a su destino contemplando la brumosa cortina de nieve con expresión sombría y siguió caminando hasta perderse en medio de la oscuridad tapizada de nieve.