VIOLENCIA DEL FUTBOL


ANTOLOGIA FANTASTICA DE LA VIOLENCIA DEL FUTBOL ARGENTINO



Crónicas para reírse hasta tener chuchos de frío


Exequias de un guerrero

Es un hecho sin parangón en el mundo. Marcelo Gustavo Amuchástegui (platense de siempre, 33, casado, 7 hijos), más conocido futboleramente por el mote de El Loco Fierro, fue abatido por balas policiales en la espalda poco antes de las 2:00 del MAR 28/05/91 en el barrio rosarino de La Florida, velado a cajón abierto tres días después, en una capilla ardiente por donde desfilaron hasta sus más acérrimos enemigos, como eran los bravos pincharratas, y fue despedido oficialmente por un juez federal y esparcidas sus cenizas al viento en un acto privado, el SAB 01/06/91, atrás del arco que da espaldas a la calle 60, que es la cabecera que habitualmente ocupa la barra, mientras la paz silente del bosque era descerrajada con la más impresionante descarga de pirotecnia que se haya escuchado nunca, a la par que seguían lloviendo telegramas de duelo de todas las barras y dirigentes del país.

A pesar de todos los elementos distractivos de envasamiento que le da la parodia posmodernista, esencialmente fue la exhumación de los ritos que desde siempre honraron las exequias tribales de un guerrero.

Un final violento para quien llevó una vida como la del Loco carece de aristas novedosas, pero tratándose de quien se trataba, hacerse más de 400 kilómetros para intentar un asalto al 2400 de la calle Alvarez Thomas de la ex Chicago argentina, cuando el abecé dice que jamás se opera en una zona que no se conoce, es apenas el tibio comienzo de las dudas. Enseguida, la explicación oficial comienza con las ebulliciones cuando señala que el patrullero llegó hasta allí por un alerta telefónico de los moradores, lo que frustó el intento de robo y los ciudadanos, agradecidos, se negaron a ratificar formalmente la denuncia.

Una parte de la explicación familiar fue que El Loco iba camino a Córdoba, a pactar la inminente presentación del Lobo platense en La Docta, contra el Racing de esa ciudad. Como se ve, otro agujero. El tercero lo aporta el que lo acompañaba, un lugarteniente de 26 años, que resultó herido en una pierna y se entregó, salvando el pellejo. El hermano de este afortunado se encontraba implicado en el asesinato de un adolescente en La Plata, de apellido Albanese, que permitió sacar afuera la existencia de una muy particular banda mucho antes del caso Cabezas, ocurrido el DOM 25/01/97: la encabezaba un policía, simulaban operativos de control contra los jóvenes para despojarlos de todo lo que tuvieran, ropas y calzado incluidos, pero en esta ocasión el nerviosismo o alguna dosis demás jugó una mala pasada: el arma reglamentaria calzada en la cabeza se disparó.

El Loco Fierro, de atenerse a la única versión posible, herido por la espalda, murió huyendo, en el patio de una casa, doscientos metros más allá de donde había sido alcanzado, cuando trataba de treparse a la terraza. No es una posición de combate que lo caracterizara. Mucho menos entra en cuadro cuando la misma policía dice que al salir a patrullar por el alerta ven a los sospechosos, dan la consabida voz de alta y los dos abren fuego como toda respuesta.

Los desencajamientos son constantes. Como de hecho fue una de las tantas ejecuciones sumarias por espaldamiento, aunque las rotulen enfrentamientos, eso también contiene una sentencia de facto que pasa a ser cosa juzgada. En el país que se rehace a sí mismo cada quince días, como le gustaba decir a Dante Panzeri, aunque cada vez lo hace en menos tiempo, en un cuadro de situación de este tipo la entrada en escena de un juez federal lleva por lo menos a la estupefacción intelectual, como también a varias más.

-El que está aquí no es el juez -comenzó diciendo el aludido, procurando diluir dentro de la despersonalización en boga-, sino el hombre, el gimnasista.

El espanto es mayor: cuando ejerce como magistrado, cuelga en el perchero de la entrada al hombre, que es lo realmente preocupante, porque el fanatismo tripero del que se ufana lo convertiría en cruzado religioso absolutamente inepto para ejercer un cargo de semejante responsabilidad social. Pero para que nadie se llamara a dudas por y para qué se estaba allí, en la sede oficial del club, fuera del local privado para velatorios, fue cuando Su Señoría exaltó la virilidad del finado que se iba en el último viaje y recordó con emoción la última tarzanada de la que había sido protagonista y él testigo, nada menos que en La Bombonera, en un partido nocturno, el VIE 14/05/91, apenas dos semanas antes de su ajusticiamiento, cuando él solo les colgó a los bosteros de la segunda bandeja una gloriosa una bandera tripera que cubrió todo el parapeto.

Las crónicas del momento, imposibilitadas de adivinar que se trataba de la última aparición en público del Loco Fierro, omitieron la proeza. En cambio, la tensión había estado centrada en que a pesar de considerarse a ambas barras quizá no tanto amigas, pero no tan enemigas, había llamado poderosamente la atención el especial llamado a conferencia de prensa del titular de la 24¦, comisario Rodolfo Jorge Guida, bajo cuya juridiscción está la cancha de Boca, informando de la detención de varios visitantes, el secuestro de varios cócteles Molotov y la existencia de un verdadero plan de batalla (sic) por parte de los triperos.

No son pocos los que, por anchas o por mangas, no sacan de este rompecabezas el ataque que hacía poco había sufrido el cementerio judío de Berazategui, donde van a parar todos los miembros de la colectividad que no cumplen precisamente con el estereotipo de atesorar la fortuna de la humanidad. El pato de la boda quedó por cuenta de un nazi trasnochado de la zona, ligado a la policía bonaerense, qué casualidad... Las versiones insistieron en que lo del antisemitismo había sido una pátina para sacar a relucir una interna feroz dentro de esa fuerza de seguridad (otra casualidad). El matutino Clarín, que en esta y otras materias afines es un verdadero toque de atención para todos los argentinos, había lanzado el voladero de luces que en el atentado racista había estado implicada una barra brava, concepto que enseguida trajo de cola a otro, como es cargarle el mochuelo al lugar común de los bienpensantes, leáse: barra brava de Chacarita Juniors, ya que ha estado a la vista de todos que desde que vinieron del Mundial '86 -donde parte de los gastos fueron financiados por la cafiedora que aspiraba a la gobernación de Buenos Aires- con una legítima bandera del IIIer. Reich, esvástica incluida.

La información de Clarín añadía, de fuente indubitable, que se trataba de una barra brava con la infraestructura y antecedentes necesarios para llevar a cabo actos de este tipo. Los de Chacarita, encima apodados desde siempre funebreros, caían como anillo al dedo.

Pero por cercanías geográficas, la infiltración ceneta (de CNU, sigla de Concentración Nacional Universitaria) en el grupo y los trabajos extras hechos como mano de obra adicional en las noches negras de Camps por la zona ponían lejos a la de Gimnasia como candidata a las mejores sospechas.

Fuera de toda conjetura es que por aquellos días puertas adentro de la policía había mar de fondo. Cualquier delincuente profesional sabe lo que esto significa. Otro sector de la familia de Amuchástegui lo dio como habiéndose ido de pronto a vender artículos de plástico a la costa atlántica, a la zona de Pinamar y Villa Gessell, en una época en que no están ni las corvinas. ¿Y armados? ¿Tenían miedo que los asaltaran los Piratas del Asfalto para robarles los baldes de lavar ropa? Tiempo después, precisamente a través de la erupción que producirá el Caso Cabezas, se podrá apreciar que eran interrogantes más que ociososo y que la zona tenía más de un atractivo, todo pendiente de a cuál de las Argentinas se perteneciera.

El Loco Fierro fue velado en 13 y 57, en el local que a propósito tiene la casa de pompas fúnebres Ruiz e Hijos. La presencia fue masiva. Y a la noche, cuando estaba en su apogeo, el silencio se hizo de hielo al hacer su aparición, en pleno, la barra brava de Estudiantes, los enemigos de siempre, los innombrables.

Uno se adelantó a cuchichear con otro capitoste dueño de casa, hubo asentimientos, luego una orden a los suyos que montaban guardia en torno al féretro, y la barra tripera, gachas las cabezas, aunque también conmovidos, no quisieron convalidar con su presencia lo que en una de eses el mítico jefe lo hubiera considerado una agachada.

La escena tuvo un hondo contenido emotivo. La gran bandera de Gimnasia y Esgrima de La Plata, uno de los clubes de fútbol más viejos que sobreviven, blanca con una franja azul cielo en medio, era de tal amplitud que rebalsaba hacia los lados. La impronta convirtió a la tela colgante en un inusitado libro de visitas para expresar a su modo, con las más increíbles grafías e ilustraciones, lo que esa muerte significaba.

Los acérrimos enemigos de toda la vida pidieron algo con que dejar lo suyo y estamparon:

AUNQUE NO NOS CREAS, TE QUERIAMOS
PORQUE SIEMPRE IBAS DE FRENTE
CHAU, LOCO. Los Pinchas.

El Estado Mayor de la barra de Estudiantes se retiró del mismo modo silencioso en que había llegado, marcado el andarivel de salida por una doble fila de bravos contrarios en sincero acto de recogimiento. El armisticio serviría hasta la próxima vez que el ritual los encontrara; allí volvería a regir una ley mucho más anterior.

-Lo conocí como gimnasista, sin otras connotaciones -señalaría el juez federal, horas después, en su particular loteo de la realidad, abriendo el paraguas por un pasionismo que efectivamente no se ha sido visto igual por todos-. Y como gimnasista, me enorgullezco de haberlo tratado.

Toda una definición. Era hijo de Laureno Durán, (a) El Cholo, una verdadera institución platense y en su momento varias veces presidente de los triperos. Con la distancia que da ser la capital del latifundio más grande de oligarquía con olor a bosta de vaca, con pujas constantes de cantidad de capitanejos locales, no se lo puede equiparar al Cholo Durán al rango dinástico de los Saadi catamarqueños, los Romero salteños, los Romero Feris correntinos, los Menem o Yoma riojanos, pero es su equivalente. Cosa curiosa, pero a pesar de tener una prosapia de mayor linaje que su eterno rival, Estudiantes de La Plata, el club Gimnasia y Esgrima, que tiene como emblema un yelmo, un peto y sendas espadas, se quedó con el patrimonio de lo popular en el antagonismo intraciudad, entre otros motivos, porque en los años dorados del auge de los frigoríficos ingleses en Berisso los triperos (faenadores) se hicieron masivamente hinchas de esta institución -dicen- porque viniendo de la costa era la que más cerca encontraban.

La trayectoria de la barra del Lobo, cuyo destacamento principal, La 22, en virtud de la calle de La Plata en que vivían todos los Amuchástegui, tiene varios episodios antológicos. A poco de comprado el predio de Estancia Chica, en Abasto, por la 44 al fondo, camino a Coronel Brandsen, en realidad un viejo casco rodeado del monte, al fin de una temporada de las tantas con una pata en la fosa del descenso y con la otra apenas manteniéndose, el DT de turno había decidido concentrar y hacer noche allí. Poco después de acostarse los jugadores más inquietos entreabrieron los postigos y empezaron a no creer lo que veían: en un círculo que se iba estrechando, girando sin cesar, haciendo crecer el ulular y a los saltitos como lo habían visto hacer a los sioux en las películas, cada antorcha en lo alto del brazo, la barra danzó toda la noche, el plantel no pegó un ojo en igual lapso y al día siguiente salieron a jugar con toda la convicción que si no ganaban por lo menos los escalpaban.

Por los años duros del Proceso, a un costado de donde se paraban El Loco Fierro y los suyos se hizo famosa La Culta, un destacamento no tan bravo en el sentido común y corriente, sino singularmente bravo: estaba integrado por entonces secretarios de juzgado o pinches menores, todos de los Tribunales locales. La retaguardia jurídica estaba protegida. Entre las proezas que se narran se encuentra lo que le pasó a un ex jugador del club que se enfermó y quiso hacer juicio, el apriete en el camarín a un referí que era abogado y hasta la chupada al vecino de uno de ellos, a cargo de otros bravos, también sin uniforme y comandados por Camps, por molestar con el volumen demasiado alto. Este prometió bajar el volumen, tenía lo suficiente para palanquear tan arriba o un Dios aparte, porque era una época en que los viajes solían ser sólo de ida.

Alberto Ramón Durán llegó a la magistratura federal junto con la administración de Antonio Cafiero en la provincia. No tardó en ganarse un lugar por la espectacularidad de sus procedimientos, para su fortuna siempre con periodistas muy oportunos cerca. Pero la fama súbita y los intereses creados generan recelos. A punto tal que salvó casi milagrosamente el pellejo en el cruce Varela en un atentado contra su vida montado por un alto jefe policial también ascendido por el mismo gobierno, ex comisario de Quilmes y ex vicepresidente del club, famoso por proteger con efectivos de civil las excursiones lejanas de su barra en una época en que para mejorar los recursos en distinguidas residencias de pro se hacían suculentos bingos. La llegada a la gobernación de otro correligionario futbolero, el doctor Eduardo Duhaled, va a catapultar a Durán nada menos que como camarista del exclusivo fuero federal, un coto siempre de caza y de confianza de los Poderes Ejecutivos de turno.

El escueto responso brindado por el entonces juez raso Durán levantó comentarios de todo tipo. A Ezequiel Fernández Moore, actualmente en la agencia italiana ANSA en Buenos Aires, le comentó que por el revuelo que habían armado los medios habían ido a verlo los muchachos para ver si tenían que intervenir y pararles la mano, pero que él les había dicho que no, solo se bastaba.


Al sumario principal
Al índice de la antología fantástica


© Copyright 1996 - Diseño actual: {ANI} - Agencia Noticiosa Informática