Todo estaba dispuesto fortuitamente para un escenario artífice de la tentación. La soledad del lugar. Los candelabros de plata sobre la estera sudando parafina, dando al ambiente cierto hálito de romanticismo. La ausencia de nuestros progenitores debido a un paseo a algún bucólico paraje, nos dejaba libres de esos centinelas que nunca permiten hacer nada divertido. Estabamos los cinco efebos en aquella desolada casa, esperando la hora de empezar a hacer nuestra voluntad.
Laura, mi novia, estaba vestida como habitualmente lo hacia, con una blusa blanca ceñida al talle con motivos alegóricos a Mickey Mouse que permitía ver sus formas voluptuosas. Llevaba un bluejean también ceñido su cuerpo. Tenía ojos verdes, cabello rubio y sus mejillas pobladas de pecas. Yo había ido con ella a casa de María Soledad quien nos había invitado a vivir una noche de distensión y libertinaje.
También había persuadido a Santiago y a la hermosa Laura. Esta última vestía una blusa blanca ceñida al talle con motivos alegóricos a Mickey Mouse y un hermoso bluejean que dibujaba el contorno de sus lindísimas formas.
La reunión había dado inicio y estabamos preparados para cualquier cosa.
Como cortada finamente por una guillotina mi cabeza rodó ante las miradas de lascivia de Laura. Pero mi novia Laura llena de desasosiego pellizcaba mi costado, impulsada por sus tremendos celos.
Yo no sabía que hacer. Laura siempre me había gustado, me encantaba y nunca, hasta ese momento, había dado muestras del mas insignificante interés por mi.
La noche había caído sobre nosotros y habíamos empezado aquel bacanal. No sé de donde aparecieron repentinamente dos canecas de Aguardiente Blanco del Valle y una cajetilla de Marlboro. Santiago quien era el fumador había prometido enseñarnos el arte de “vernos como unos niños fumando”. Ellas estaban emocionadas, era el momento de destronar todas las reglas. Yo me negué, y todos se burlaron de mi, pero seguí firme en mi convicción. Después se olvidaron de mi y empezaron a beborrotear para desinhibirse.
Yo siempre he comulgado con la ley Mockus y he sido mas bien abstemio. Solo me embriagaba con la mirada profunda y verde de Laura y su cabello color del sol que combinaba perfectamente con sus simpáticas efélides que se esparcían por sus mejillas. Era totalmente hermosa, ebriamente hermosa.
Luego empezaron los juegos. Aquellos tan populares como el de la botellita que gira sobre el suelo como una hélice hasta parar en una pareja para intercambiar sus conocimientos “lingüísticos”. También el famoso “La verdad o se atreve”, el “7 pum”, el de la pirinola, el de los días de la semana, el del dado...
El ambiente se tornaba poco a poco mas baquiano, pero desafortunadamente el alcohol se había terminado y Santiago y María Soledad se ofrecieron para ir a comprar más. Laura, mi novia, colmada de furia por mi comportamiento dijo que los iba a acompañar, para alejarse de mi.
Efectivamente se fueron los tres y me dejaron a solas con Laura. Todo ocurrió muy celéricamente. Tal vez fue por ese aroma de pasión que flotaba en el aire que los dos caímos presos de la lujuria e hicimos de las nuestras como dos gatos en celo. Fue un instante eterno y maravilloso, pero nunca nos explicamos porqué sucedió.
Al cabo de unos minutos llegaron los demás protagonistas furiosos pues se les había varado el carro. Su ánimo se había aplacado por culpa de aquel impase. Ni siquiera sospecharon lo que acababa de suceder. Finalmente decidieron poner fin a aquella reunión.
Llevé a mi novia a casa y me despedí de ella, realmente estaba alterada. Mientras que a mi se me removía la conciencia al saber lo que había hecho. Nunca se enteró. Pero yo jamas logré explicarme por qué la engañé con ella misma.