MONOLOGO INCONCLUSO DE LA CULTURA URBANA

“Llevaba horas y horas sentado en la pequeña silla negra de mi escritorio y un extraño lumbago se apoderaba de mi cuerpo. Ya me sentía desfallecer en la misión que se me había encomendado, en realidad sentía que no podía hacerlo.

Una a una se suicidaban mis neuronas. Los libros que tenia sobre el escritorio empezaban a deshojarse de tanto pasar y pasar hojas. Todo era un completo fracaso. El cesto de basura estaba rebosando con los mil papeles que ya había botado.

En medio del desorden de la habitación y estando a punto de caer en la esquizofrenia llegue por fin a una conclusión, cuando debes hacer algo por obligación nada sale de ti, nada fluye en tu cabeza. Debía hacer un ensayo de historia de la cultura para el miércoles de la otra semana y nada, absolutamente nada, se me ocurría. El profesor ya nos lo había advertido, “no sean facilistas, traten de hacer algo bueno”. Esta frase no fue nada alentadora y por eso me había pasado horas allí tratando de encontrar algo, algún vestigio de nuestra cultura en esos libros. Pero nada, las cosas que estaban allí escritas eran las mismas descripciones academicistas de las más lujosas enciclopedias. Ya no había nada mas que hacer, llegaría el miércoles y no tendría nada que escribir. Tendría que transcribir algo de aquellos exóticos libros para cumplir con el requisito. Todo estaba muy mal.

Decidido a abandonarlo todo me levante del escritorio, me despedí y salí a caminar. Caminar es una de las mejores terapias para dejar descansar el intelecto y para dejar de pensar en que diablos voy a escribirle al profesor.

Las cosas en el barrio parecían normales. La tienda de los paisas de la esquina estaba, como siempre, llena de borrachos acalorados escuchando rancheras, carrileras, corridos y todas esas canciones típicas de ellos. El ‘guachiman’ boyacacuno de la cuadra estaba con su pequeño radio de pilas y me había saludado. Yo le respondí con un pequeño gesto y seguí.

Camine un largo rato a través de la avenida y note la metamorfosis de la acera a cada paso que daba. Había salido del estrato 5, luego había pasado por el estrato 6 y de repente me encontraba en el estrato 3. La ciudad parecía un salpicón interminable de estratos y el contraste era abrumador. La urbe no parecía tener identidad, había tanta diversidad en las personas que no podía entender porque estaban todas juntas bajo el nombre de ‘ciudad’.

Mis pies me estaban matando y ya estaba relativamente alejado de mi casa, así que decidí abordar un digno ejemplar del servicio de transporte urbano para devolverme a mi casa. Pero no. Recordé que en mi habitación me esperaba un espantoso ensayo de historia de la cultura para devorarme. Entonces decidí coger un bus para ir a... algún lado.

No sé que ruta era, el caso es que me monte en un bus de los baratos porque lastimosamente había salido de mi casa con solo $500. Subí las escaleras y entregue el dinero a una mujer que estaba sentada al lado del obeso y sudoroso chofer que tenia como esposo. Me dio el cambio y me interne en una selva de cuerpos colgados y olorosos que suelen compararse con las latas de sardinas. En la radio sonaba como siempre una emisora de salsa donde el locutor decía que por favor nos corriéramos para atrás y que por favor no “rastrilláramos” a las señoritas.

Una vez mas confirme aquel contraste del que hablaba, porque todo estaba allí, en aquel bus donde las barreras entre las personas no eran mas que las de sus ropas. Aquí el que no quisiera debería aceptar que un hombre con un pequeño maletín y con ropa de obrero de construcción pasara con dificultad entre las personas y nos empujara o nos pisara sin que pudiéramos hacer otra cosa que agarrarnos bien de las varillas para no caernos.

Fácilmente se podía encontrar a alguna mujer bien vestida preocupada por la hora de volver a la oficina mientras un grupo de hombres hacían funcionar sus hormonas cuando la miraban fijamente. O se podía encontrar algún estudiante en uniforme acabando de salir de su colegio. Era fácil ver a alguna de esas muchachas que se habían venido del campo y que se habían encontrado con la sorpresa de tener que subsistir el resto de sus vidas como empleadas domesticas, mientras que en su tierra natal se iba acabando la mano de obra para explotar la riqueza agrícola de nuestro país. También se podía encontrar a algún desocupado como yo que no tenia nada mas que hacer que montarse en un bus a ver las maravillas de un país en un solo lugar.

Después de largos minutos el vehículo se fue desocupando y yo pude tomar posesión de una pequeña silla de plástico en donde se podían contemplar las declaraciones de amor más elocuentes y románticas como en aquellos árboles donde los abuelos escribían para siempre su expresión de amor. El árbol era reemplazado por el cómodo espaldar de una silla de bus y aquellas letras eran ahora impresiones de lapiceros, marcadores y navajas; donde, con toda la seriedad del caso, dos novios acaramelados del nororiente de la ciudad sellaban su amor hasta que el chofer de bus emberracado, los separe.

En el asiento de atrás había un par de costeños tarareando y percutiendo en mi espaldar un vallenato que sonaba en esos momentos en la emisora mientras hablaban de como el ritmo de su tierra se estaba difundiendo fuertemente en el país. Era fácil reconocerlos por su particular acento y por su facilidad para hablar y hablar.

En ese momento ingreso en el bus un pequeño niño que paso de puesto en puesto poniendo descuidadamente un par de Frunas en las piernas de los ocupantes. Se dirigió al frente del corredor y con su mirada perdida en la inmensidad empezó a cantarnos o más bien a hablar con cierto sonsonete de su vida, del estado de salud de su mama y de sus hermanitos, de como se ganaba la vida sin hacerle daño a nadie y de como cien pesos no enriquecía ni empobrecía a nadie. Luego empezó a recoger su dinero o en su defecto la Frunas, dio las gracias y se bajo, mientras tanto la gente de buen corazón arrojaba por la ventana las Frunas que acababan de adquirir. Yo me quede mirando al niño por la ventana mientras probaba suerte en un nuevo bus y me di cuenta que estábamos pasando frente a la Plaza de Toros donde los de estrato 5 y 6 hoy se deleitarían con una gran faena del cartel donde estaría Cesar Rincón. Un poco mas allá estaban los de mas abajo disfrutando de las atracciones mecánicas que llevaban ahí mas de seis meses y que parecía que se iban a quedar el resto del año.

Minutos después estábamos pasando por el parque de las banderas frente al estadio donde todos los domingos aquellas bucólicas inmigrantes se encuentran para disfrutar de su día de descanso.

Yo seguía mirando por la ventana y vi como el ‘bloque de búsqueda’ detenía cuanto carro medio costoso pasara frente a ellos para hacer la respectiva requisa y para preguntar si no han visto a unos cuantos maleantes que tienen de cabeza al país por culpa del narcotráfico. Las calles de toda la capital estaban invadidas por militares desesperados tratando de encontrar a los cabecillas del cartel de esta ciudad.

El vehículo empezaba a transitar por las calles del centro y ya cansado de estar sentado allí me pare y busque la salida tratando de no ser aplastado por los cuerpos que hallaba en mi camino. Llegue al final del bus y encontré el timbre, lo oprimí y note que no servia. De pronto un tipo empezó a golpear la puerta y se oyó algo como << ve me vas a llevar a la casa de tu madre o que?>>. En ese momento el hombre obeso oprimió el freno y alguna gente cayo al suelo, mientras yo descendí asustado y con prisa me aleje de ese pequeño monstruo mecánico.

Con calor y con “la magia de tus quince años” sonando en mi cabeza me dirigí al Plaza de Caicedo para calmar mi sed con un rico “chola’o “ y mientras me lo comía me acerque a una pequeña multitud que rodeaba a un pequeño grupo de indígenas Caucanos que estaban deleitando al publico con un repertorio de música andina a cambio de un par de monedas. Sus vestidos eran curiosos, eran oscuros y largos como ruanas, tenían sombreros y algunos collares. Su música era algo mágica, era distinta, rara pero hermosa. Yo quede extasiado y saque algunas de las pocas monedas que había en mi bolsillo y se las di. Mi chola’o ya se había acabado y seguí caminando en ese lugar. Mas adelante vi como un tipo haciendo alarde de sus artes como culebrero tenia unos frascos colocados en forma estratégica alrededor suyo y hablaba de como él podía adivinar y aliviar los pesares de quien le colaborara con una monedas. Un poco mas allá estaban los ‘hipíes’ con sus collares, pulseras y muestra de su propia artesanía, vendiendo esta mercancía a cientos de jóvenes que acudían a sus pequeños puestos sobre el suelo.

Continué caminando mas allá y llegue a la avenida 6a llena de bares y discotecas donde la ciudad vive por las noches en los fines de semana. Mientras caminaba recordaba aquel trabajo que había olvidado por un momento y que volvía a atormentarme. No sabia que hacer, parecía que no había mas solución que transcribir uno de esos libros que hablan sobre la cultura colombiana para poder cumplir con el trabajo...”

Allí termino el relato que encontró un grupo de arqueólogos y antropólogos del año 2250. Después de su ardua y exhaustiva investigación encontraron por fin, muestras de una de las culturas más ricas que existieron hace cientos de años.

FIN