Hace 6 años, a raíz de su última
exposición de esculturas, Johanna Hamann declaraba su interés
en "La Muerte", talla de Baltazar Gavilán, escultor del siglo XVIII,
que se conserva en Santo Domingo. Su reflexión también ha
abarcado la corriente cultural que la produjo: la culminación de
la visión del hombre como presencia fugaz, que se descubre libre
con angustia y en la que la capacidad para el goce sensual no existe sin
el sentido de término, sin premonición de la muerte y del
Juicio. Las 4 esculturas mayores de su reciente individual son el resultado
de su investigación del paradigma de lo trágico. Pero debe
aclararse que Hamann parte de la erosión contemporánea de
certezas — material y espiritual — y de la vulnerabilidad esencial de la
persona, que vive una sucesión de pequeñas muertes,
casi podría decirse que sin sentido de un fin-finalidad en la propia
muerte. Heredera, en lo artístico, del expresionismo, Hamann está
hallando formas cada vez más poderosas de poner en evidencia los
límites de este lenguaje de creación. La exacerbación
de la sensualidad del flujo en el mármol reconstituido, o el sentimiento
de fuerza vital elemental presente en la madera, eran literalmente atravesados,
contradichos por elementos cuya naturaleza distinta — metal — era claramente
puesta en relieve por Hamann. Así subvertía la paradójica
perennización escultórica de lo orgánico; algo similar
operaba con la idealización heroica de la figura humana, negada
y obliterada en "El Hombre" y "La Mujer", trabajos que hacían consciente
al observador de lo trágico invadido por lo absurdo. El riesgo de
Hamann es que su afán de perfección desemboque en un preciosismo
(que ya asoma en los dibujos y técnicas mixtas expuestos). La decisión
de la escultura de exhibir peso a todo la pieza rota en el transporte entrañó
una dimensión de humildad que podría abrir nuevas vías.
(De Oiga, 25 de noviembre de 1991)