Hamann y la conciencia social del arte
Francisco Tola


 
 

 
 

La sociedad peruana es heterogénea. Su principio de unidad se contradice por las condiciones de vida distintas que implican desigualdad, marginación y conflictos. Categorías negativas que generan no sólo identidades en crisis permanentes, sino también valores de coexistencia ambiguos, incompatibles y excluyentes. En este contexto resulta utópico referirse  al arte como a una actividad sociocultural que convoca muchedumbres. En la realidad, un sector mayoritario se queda al margen y sin acceso al círculo cultural, al mundo de ideas y al espacio intelectual que se actualiza en las exposiciones de los artistas. J. Acha señalaba acertadamente que "la marginación económica de la mayoría demográfica es también cultural y artística". Estas evidencias, sucintamente planteadas, no han sido motivo de resignación para la escultora Johanna Hamann (Lima, 1954), si se toma precisamente en cuenta que uno de sus ideales es hacer un arte para todos los peruanos. La infraestructura precaria y deficiente para la difusión del arte impide la realización de su proyecto. Asimismo, sus reiteradas insistencias para la creación de un Museo de Arte Moderno en el Perú, que supere el ámbito cerrado de las colecciones privadas y sea un centro abierto para conocer y participar del arte, han caído en saco roto. No obstante, su voluntad de trabajo creativo no ha sido socavada. Su exposición de Esculturas y Dibujos (Municipalidad de Miraflores, Nov. 1991) es una excepción en orden a lo que una artista puede hacer para establecer una relación viva y significativa entre estructuras artísticas y situaciones sociales. En las esculturas de Hamann se actualiza un complejo principio de unidad que refleja casi directamente nuestras condiciones de vida. La artista siente y participa, reflexiona y cuestiona nuestra realidad social a través de sus obras de arte. Ellas expresan un mundo donde la violencia y la tensión de fuerzas opuestas predominan. No nos propone dar la espalda a la realidad en nombre de la belleza como valor absoluto del arte que absorbe y anula sus otros significados. Sus obras son intensamente expresivas y sus signos de comunicación (fierros como serruchos que agreden y cortan cuerpos o volúmenes) no pueden confundirse con recursos estéticos para celebrar una reconciliación metafísica. Precisamente las formas viscerales, desgarradas de sus esculturas, como La Mujer sin pierna izquierda y el vientre destrozado por sierras, o El Hombre en posición auténticamente grotesca y atravesado por fierros que forman como una reja y un enorme serrucho, son formas expresivas y connotativas correlacionadas con la realidad que vivimos. Estas obras muestran la paradoja de estructuras artísticas rigurosas y consecuentemente trabajadas que siendo bellas son al mismo tiempo expresiones trágicas y convulsivas. Transformar la realidad en obra de arte no significa encubrir sus contradicciones como si el peso frustrante de la violencia que todos compartimos se pueda resolver — las buenas conciencias — a través de la contemplación de la belleza ideal. Incluso en las esculturas más abstractas de Hamann se objetiva una contraposición de dos materiales (piedra, fierro), de fuerzas y modos de ser en tensión. Pero por más que Esculturas y Dibujos de Johanna Hamann admitan diferentes lecturas, ello no equivale a que sus obras estén vacías de intención o significaciones (simbólicas o conceptuales) propias. El arte no constituye el polo pasivo y neutro de esta relación.

(De La República, Ver para Crear, Lima, viernes 22 de noviembre de 1991)
 
 
  
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