La sociedad peruana es heterogénea. Su
principio de unidad se contradice por las condiciones de vida distintas
que implican desigualdad, marginación y conflictos. Categorías
negativas que generan no sólo identidades en crisis permanentes,
sino también valores de coexistencia ambiguos, incompatibles y excluyentes.
En este contexto resulta utópico referirse al arte como a
una actividad sociocultural que convoca muchedumbres. En la realidad, un
sector mayoritario se queda al margen y sin acceso al círculo cultural,
al mundo de ideas y al espacio intelectual que se actualiza en las exposiciones
de los artistas. J. Acha señalaba acertadamente que "la marginación
económica de la mayoría demográfica es también
cultural y artística". Estas evidencias, sucintamente planteadas,
no han sido motivo de resignación para la escultora Johanna
Hamann (Lima, 1954), si se toma precisamente en cuenta que uno de
sus ideales es hacer un arte para todos los peruanos. La infraestructura
precaria y deficiente para la difusión del arte impide la realización
de su proyecto. Asimismo, sus reiteradas insistencias para la creación
de un Museo de Arte Moderno en el Perú, que supere el ámbito
cerrado de las colecciones privadas y sea un centro abierto para conocer
y participar del arte, han caído en saco roto. No obstante, su voluntad
de trabajo creativo no ha sido socavada. Su exposición de Esculturas
y Dibujos (Municipalidad de Miraflores, Nov. 1991) es una excepción
en orden a lo que una artista puede hacer para establecer una relación
viva y significativa entre estructuras artísticas y situaciones
sociales. En las esculturas de Hamann se actualiza un complejo principio
de unidad que refleja casi directamente nuestras condiciones de vida. La
artista siente y participa, reflexiona y cuestiona nuestra realidad social
a través de sus obras de arte. Ellas expresan un mundo donde la
violencia y la tensión de fuerzas opuestas predominan. No nos propone
dar la espalda a la realidad en nombre de la belleza como valor absoluto
del arte que absorbe y anula sus otros significados. Sus obras son intensamente
expresivas y sus signos de comunicación (fierros como serruchos
que agreden y cortan cuerpos o volúmenes) no pueden confundirse
con recursos estéticos para celebrar una reconciliación metafísica.
Precisamente las formas viscerales, desgarradas de sus esculturas, como
La Mujer sin pierna izquierda y el vientre destrozado por sierras,
o El Hombre en posición auténticamente grotesca y
atravesado por fierros que forman como una reja y un enorme serrucho, son
formas expresivas y connotativas correlacionadas con la realidad
que vivimos. Estas obras muestran la paradoja de estructuras artísticas
rigurosas y consecuentemente trabajadas que siendo bellas son al mismo
tiempo expresiones trágicas y convulsivas. Transformar la realidad
en obra de arte no significa encubrir sus contradicciones como si el peso
frustrante de la violencia que todos compartimos se pueda resolver — las
buenas conciencias — a través de la contemplación de la belleza
ideal. Incluso en las esculturas más abstractas de Hamann se objetiva
una contraposición de dos materiales (piedra, fierro), de fuerzas
y modos de ser en tensión. Pero por más que Esculturas y
Dibujos de Johanna Hamann admitan diferentes lecturas, ello no equivale
a que sus obras estén vacías de intención o significaciones
(simbólicas o conceptuales) propias. El arte no constituye el polo
pasivo y neutro de esta relación.
(De La República, Ver para Crear, Lima,
viernes 22 de noviembre de 1991)