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Fiestas de Navidad

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Hablar de Dios y de cuestiones religiosas siempre resulta algo complicado. Un impulso impertinente que te haga decir que eres muy cristiano o seguidor de ciertos evangelios, puede ocasionar miradas irónicas o quizás la Guerra Santa. Nunca falta quien, olvidándose de la seguridad que otorgan la democracia y la libertad de cultos, y a pesar de ser un verdadero ignorante en cuestiones divinas, insulta tu religión, saca de un gabinete un montón de planos llenos de números y trata de convencerte del error profundo en que te encuentras si se te ocurre decir que crees en Dios o en la virginidad de la madre de Cristo. Tal vez por estas razones es que hay quien procura aparentarse ante los demás menos religioso con tal de no ser tomado por turulato y quedarse así sin amigos. Sin embargo, en este mundo frívolo en el que nos tocó vivir, hasta el más incrédulo festeja la Navidad.

"...hasta el más incrédulo festeja la Navidad"

El éxito de la Navidad depende, en gran parte, de la cena, pues el 24 de diciembre, desde muy temprano, las señoras andan por la cocina inyectando pavos y dorando castañas: "Se está quemando esto, traigan una cubeta, agua." En apego a la Navidad, muchas mujeres, procurando hacer feliz a su familia, se gastan el día en el campo del honor con la cara llena de harina y los cabellos grasos de cochambre: "Ya estoy harto de cenar pavo en Navidad; a mí mejor prepárame una sopa de fideo." A la hora del festejo navideño, entre las multitudes la mujer se ve bastante afeada por el trabajo, pero considera que todavía aguanta, y lo único que pide es que le hagan un lugarcito en un rincón para descansar a su antojo, mientras el marido insiste: "Baila, ándale; no seas floja." Como es natural, en el momento de estar bailando, la mujer queda acalambrada de cansancio y pos-teriormente se desmaya en brazos del marido: "Esta mujer está borracha; huele a vino".

La Navidad es un poema de largo aliento que invade a todos los poetas, y en el cual los hombres se vuelven puro sentimiento, y les surgen ansias locas por regalar cosas. Entrar a un intercambio de regalos en la oficina es una manera de decirle al compañero de trabajo que lo recogemos en el seno de nuestros afectos: "Le voy a regalar esta llave de tuercas que me salió muy barata porque se la robé al vecino que vive enfrente". En Navidad hasta la hipocresía suena más sincera: "Su regalo me dejó conmovido; remueve en mí recuerdos pasados." Aunque nunca falta quien aparece malhumorado, o hierve de coraje porque se gastó buena parte de su aguinaldo haciendo costosos regalos navideños y a cambio le dieron únicamente un cepillo (tanto drama por un cepillo). Un regalo dice más que mil palabras, afirma el refrán, y puede ocasionar la eterna simpatía o la antipatía de quien lo recibe. Por ejemplo, yo supe de una chica elegante y pudorosa, que pertenecía a una familia muy respetable y honesta, y a la cual en un intercambio de regalos un tipo que se las daba de bromista y seductor le regaló un libro plagado de estampas pornográficas; todo mundo se dio cuenta del insulto cuando la muchacha, roja de cólera, le plantó al hombre una sonora cachetada y posteriormente a ella se le iba la respiración como si le fuera a dar un patatús; los compañeros proclives estallaron en carcajadas mientras que las compañeras generosas trataban de conformarla aconsejándole: "No le hagas caso a ese patán, ¿no ves que en lugar de cerebro tiene un nabo en la cabeza?"

Hay quien para entretener la velada de Nochebuena organiza borracheras escandalosas y mezcla una copa de borgoña con coñac, tequila y rompope; y ya cuando camina con cierto zigzagueo no puede evitar un impulso impertinente y se pasa la noche resaltando, ante todo mundo, los defectos de su mujer, o aburriendo gente a la que le reseñan sus proezas heroicas ocurridas en el Golfo Pérsico o de cuando trató de seducir a la portera, y el portero ni se dio cuenta.

Si en la Nochebuena el exceso de coñac y sidra achampañada hace que tú percibas un firmamento en extremo radiante y pleno de buenos augurios el día posterior, lamento tener que decirlo: se te presenta un cielo turbio y anubarrado que lanza truenos espantosos, y que te remata con una jaqueca horrible. Día, también, en el que se desayuna y se come lo mismo que se cenó ayer y que es lo que te tiene ya asqueado, porque el día anterior fuiste muy mucho lo que se dice un tragón, casi casi un tragaldabas, y ahora te sientes en el hartazgo.

Hay quienes luego de la Navidad suspiran por un jarro de atole, o andan por la calle pordioseando un peso, o espulgando un cargamento de basura para salvar con esto el espíritu posnavideño. Y así los ha de encontrar el año que entra.

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