El culto a la muerte en el México precolombino
En el Códice Chimalpopoca se relata que los primeros hombres fueron creados con los huesos de los difuntos. De esta concepción es que para los prehispánicos la vida y la muerte están íntimamente relacionadas. La vida es un paso para la muerte y de nuevo, el regreso a la vida.
Mictlantecuhtli (dios de la muerte) le entregó los huesos de los hombres y mujeres difuntos a Quetzalcoatl (serpiente emplumada), quien se dirigió al Tamoachan (lugar de origen) para dárselos a Coatlicue (diosa de la tierra). Ahí ella los molió en un metate (piedra para moler maíz)y enseguida Quetzalcoatl al igual que los demás dioses creadores, fecundaron la masa y crearon al hombre, con su propia sangre.
Entonces existía entre los prehispánicos una cosmovisión vertical del mundo, conformado por varios paraísos y varios infiernos que no tenían un significado moral. En su conjunto integraban un mundo superior y otro inferior donde los muertos moraban.
En la literatura prehispánica (Códice Florentino) y española (Historia General de las Cosas de la Nueva España), ya se encuentran relatadas las diferentes moradas en que los muertos continuaban su existencia…
Estos paraísos se dividían de acuerdo al paso del sol en oriental y occidental. El oriental era el hogar de los guerreros, de los caídos en batallas y de los que nutrían al sol (Tonatiuh) con su sacrificio para prolongar su diaria existencia. El occidental era el hogar de las mujeres que morían en el parto (las Cihuateteos), sacrificándose al procrear futuros guerreros.
El paraíso del sol era llamado Tonacalli. Y los militares después de cuatro años de acompañar al sol en su recorrido diario, se convertían en colibríes de hermosos plumajes, siéndoles permitido bajar a la tierra para alimentarse del nectar de las flores.
Los muertos que no eran elegidos para habitar en el paraíso de Tonatiuh, iban al Mictlan (lugar de los muertos), o mundo inferior.
Tenían que vencer varios retos y peligros para que pudieran continuar su existencia. Por este motivo iban provistos de amuletos y obsequios para el viaje. Este viaje duraba 4 días (número sagrado).
El viajero iniciaba su camino a través de dos montañas enormes que chocaban entre ellas, amenazando con aplastarlo, posteriormente enfrentaba una terrible lagartija cuyo nombre era Xalchitonal, que trataba de detener su paso y después tenía que escapar de un cocodrilo monstruoso, pero no quedaba ahí el viaje, también tenía que cruzar 8 desiertos, subir 8 colinas. Asimismo, había que soportar un viento helado que le arrojaba incesantemente piedras y cuchillos de obsidiana, que recibía el nombre de itzehecayan.
Luego de esta penosa travesía llegaba a un ancho río, el Chiconahuapan, que cruzaba montado en un perrito color bermejo que recibía el nombre de Techichi. Este perrito tenía que ser un perro Itzcuintle que no tuviera ni una sola mancha en la piel, ya que el perro manchado era un perro que en otra existencia ya había encaminado a otro dueño. Cada alma debía tener su propio guía. A veces en las ofrendas funerarias era incluido uno de estos perros para que guiaran al muerto a través del río.
Finalmente el alma llegaba a su destino, y ofrecía obsequios al Señor de los Muertos y a su Señora, quien lo llevaba a una de las 9 regiones en que se dividía el Mictlan.
Había otros mundos para los muertos. Uno de ellos, muy importante era donde moraban los que habían muerto en la infancia… La morada recibía el nombre de Tonacuahtitlan (árbol de los mantenimientos) donde se encontraba un árbol de nombre Chichihualcuahtli (árbol de la mamazón) del cual escurría leche que servía para que los niños pudieran alimentarse.