Por extrañas causas que aún el esfuerzo me impide razonar, no logro entender el término de
"Nuevo Flamenco" que se le ha otorgado a ciertos intérpretes o grupos dentro del panorama
musical de nuestro país.
Sirva como ejemplo el grupo que se incluye en el titular del presente artículo: Ketama.
Lamentándolo notablemente y para pérdida de conceptos de muchos, me atrevo a demostrar
que, carentes de toda autoridad moral, quienes han etiquetado al grupo Ketama con el mal
usado término de Nuevo Flamenco, han incurrido en el error que da la falta de conocimiento.
Entre otras cosas, para ser Flamenco, ha habido que mamarlo a base del sacrificio que supone
el tablear por los más variopintos espacios escénicos de este Arte, y no habrá quen pueda
demostrar que alguno de los componentes de este grupo lo haya hecho: hay que subirse a los
tablaos de las Peñas Flamencas y los Festivales Flamencos (estos últimos, por desgracia cada
vez más en decadencia en nuestra geografía), hay que cantar p'atrás (término usado cuando
se acompaña con el cante la ejecución del baile), hay que cantar p'alante (cante solista
ocupando el pleno protagonismo) y hay que hacerlo por Seguiriyas, Soleá, Tientos, Tangos,
Bulerías, Cartagenera, Mineras, Tarantos, Soleá por Bulerías, Tomás, Livianas... y
amplísimo y rico universo de Cantes; entonces y sólo entonces es cuando se puede decir que
quien canta es y canta Flamenco, porque entre otras cosas, ser flamenco es además toda una
filosofía de vida.
Cita - ¿No merece la pena perder un poco de "solera" flamenca a cambio de no perder el
Flamenco con el olvido?
Y no es en modo alguno desmerecer la capacidad artística y creadora de Ketama (mis
Habichuelas del alma), que la tienen y en grandes dosis, es tan sólo dejar claro que lo que
hacen no puede ni debe catalogarse como Nuevo Flamenco. Pueden utilizarse otros términos
(Nueva Rumba Salsera sería quizá el término que más específicamente se me viene a la
cabeza) pero no el de Nuevo Flamenco; ese queda reservado a otros que han bebido en la
fuente del flamenco y hurgado en sus más hondas llagas, a esos que después del éxtasis que
provoca saciarse de conocimientos y compás han tenido además la valentía de desafiar a los
ortodoxos del Flamenco, rompiendo las barreras de una mal entendida asepsia, y aportando
un enriquecimiento celular a un Ente vivo y dinámico que es la música, la Música Flamenca:
gentes del calibre y la talla de Camarón, de Paco de Lucía, de Diego Carrasco, de El
Lebrijano, de Manolo Sanlúcar, de Vicente Amigo, El Pele, y otros, que sin haber vivido en el
corazón del Flamenco, lo implantaron en sus entrañas y lo hicieron suyo: Carles Benavent,
Jorge Pardo o Tino di Geraldo por ejemplo.
Y a las pruebas me remito: que esto del Flamenco, o cambia o tiene sus días contados.
Obsérvese cómo cuando algo que no resulta asequible al oído y a las entendederas de muchos,
al aditivársele con unas correctas dosis de digna innovación y permeabilidad, el invento
funciona, se hace más accesible y penetra en estratos de público que de no ser por eso no
llegarían al Flamenco. Y si no, que le pregunten a las cuentas corrientes de D. Jorge Pardo o
del Sr. Paco de Lucía.
Mi pregunta a los ortodoxo-herméticos del Flamenco: ¿no merece la pena perder un poco de
solera flamenca (no gratuita, toda vez que se gana en riqueza sonora y musical) a cambio de
no perder el Flamenco con el olvido que da el tiempo y la falta de atención?... Estemos
atentos y abiertos, porque es una música que se nos puede convertir en arqueológica por la
cerrazón mental de unos pocos.
Está claro a todas luces, que el término no pudo más que ocurrírsele a un lumbreras sentado
detrás de la mesa de un despacho de cualquier discográfica, devanándose el seso y pensando
con qué etiqueta vender sus productos allende nuestras fronteras: genial.
- Rafael Beltrán (Sevilla)