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El regreso (parte II). Esta vez no es Camões sino Icy quien se decidió a escribir. Icy no es indolente, sino silenciosa. Esta vez hizo una excepción por Eric Rohmer. Y, observen, divaga como nadie. Bienvenida de vuelta, Icy.


S i n g   s o m e   m o r e !


Gaspard y Margot en el bosque


En una tarde de otoño lluviosa, fría y tan ventosa que mi pequeño cuerpo comprueba con algo de vergüenza que apenas si es capaz de oponerle resistencia al viento helante, atravieso a pie la plaza principal de mi ciudad natal rumbo al cine más decadente que queda en pie para ver Le vent nous emportera. No, es un chiste, me dirijo a ver Cuento de verano, parte de la serie Cuentos de las cuatro estaciones realizada por el venerable Eric Rohmer durante la década del '90 (la última es la magnífica Cuento de otoño, de 1998).
   Debo ser justa y aclarar que no existe director que yo considere más grande que Rohmer -de alguna forma, para mí, asistir a la proyección de una de sus películas es una de las experiencias más íntimas que experimento en ese espacio alternadamente generoso y mezquino llamado cine. Como siempre, esta vez me digo que no es posible que me gusten tanto estas comedias realizadas por un viejo francés del que por otra parte desconozco vida si no obra, y me propongo comprobar que en realidad no me afectan tanto, sino que imagino que me afectan tanto debido a mi sentido trágico de la existencia.
   Llego al maravilloso cine/teatro Opera. Compro una entrada, pero es muy temprano -creo que estoy demasiado ansiosa. Me quedo esperando por ahí, mientras la única empleada del cine entra a la sala a hacer algo. Miro a mi alrededor, recostada sobre la baranda que lleva al inutilizado segundo piso. Hay posters de cualquier cosa, menos de Cuento de verano -incluso a mi derecha hay una escultura en cartón que promociona la última película del Zorro, y dice próximamente.... Compruebo que hay una especie de humor en la decoración de este hall perdido en el medio de la velocidad de nuestras vidas (bueno, de vuestras). A mi izquierda hay una máquina para hacer pochoclos con un papel pegado con cinta scotch y escrito a mano que dice hay gaseosa. Pero en realidad no hay. Bromistas. Me distraigo con un gamin que pasa por afuera del ventanal del cine junto a su madre y que se distrae a su vez mirando hacia adentro con su sonrisa. Vuelvo al orden de las cosas cuando la empleada me dice en voz baja ¿Te corto la entrada? Escojo una butaca en mitad del cine, en mitad de la fila, justo adelante de donde termina el segundo piso, por las dudas. Me siento, y cuando miro para arriba compruebo que me senté justo debajo de un malogrado reflector (cine/teatro Opera). Pero no me corro. Sólo espero morir después de que termine la película, qué más da. Es tan temprano que puedo aprenderme de memoria todos los rasgos de este cine que morirá pronto. Por ejemplo, el sistema de calefacción está compuesto por dos pantallitas a los costados de las filas exteriores (para el verano, hay dos grandes ventiladores justo sobre las pantallitas). Las butacas están numeradas con números de rifa a medio despegar, y que nunca estuvieron derechos. La pantalla tiene una gran chorreada en el medio. Dos parlantitos al frente son el sistema de sonido. La alfrombra necesita una barrida, aunque ya nada sea capaz de sacar la sorprendente cantidad de chicles aplastados que la decoran. Me sorprende que las butacas estén en tan buen estado, incluso tienen un toque retro que las vuelve hip. Si tan sólo las paredes no estuviesen pintadas con estuco rosa, celeste y rojo... Ahora somos cuatro. Empieza la película.
    Ya de sólo ver la pantalla en blanco, y esas letras celestes clásicas, pequeñas y al centro de la pantalla, estoy perdida. Nada es mejor que Rohmer. Es mi director, y no voy a renegar de él.
    Cuento de verano es una comedia que tiene como protagonista a Gaspard (elegantísimo, preciso Melvil Poupaud), un joven profesor de matemática y músico amateur. Al cine de Rohmer se le ha criticado la ausencia de lo trágico. Pero, en primer lugar, si bien la vida es, en el fondo, inconcebiblemente trágica, los seres humanos la viven de banalidad en banalidad, salvo en muy escasos momentos (y es natural que así sea, porque si no no sería posible vivir). En segundo lugar, si bien sus películas dan una sensación de ligereza, no carecen de un sentido profundo de la fatalidad -tema trágico si los hay. El final de Cuento de verano me rompió el corazón. Ouch.
    Pero volvamos al principio. El bueno de Gaspard (que se describe a sí mismo como transparente, invisible) llega solo a la costa de Bretaña a pasar sus vacaciones; lo acompaña su guitarra y un tema de marinero a medio hacer. Espera poder encontrarse con Lena, la chica de la que no sabe si está enamorado, y a la que le prometió escribirle la canción. Pronto conoce a Margot (Amanda Langlet, en un personaje entrañable que tiene gran parte de la culpa de mi heartbreak final), una joven brillante y dulce que lo saca de su retraimiento y lo lleva al otro extremo, al palabrerío inteligente pero no del todo sincero. Entre ambos nace una relación de amistad con límites borrosos, y lentamente sus palabras y sus actos comienzan a contradecirse sutilmente, hecho que el espectador descubre mucho antes que sus egotistas protagonistas (rima desagradable, sí, pero involuntaria). Al notar que ya es demasiado tarde para que Lena aparezca, Margot impulsa a Gaspard a buscar a otra chica para pasar el verano. Entonces, aparece en escena Solene (Gwenaëlle Simon), con aspecto de chica fácil pero no tanto que conquista rápidamente a Gaspard. Pero pronto aparece la aguafiestas de Lena (Aurelia Nolin), y Gaspard se encuentra en una encrucijada. Bla bla bla.
    Ese es el argumento, pero no es demasiado importante. La película persigue a Gaspard, comenzando con sus primeras jornadas en el mar, solitarias y silenciosas (de palabras); luego cuando conoce a Margot, con la que Gaspard habla y habla, mientras caminan o manejan a través de los bellos recovecos de la región (nadie filma el entorno como Rohmer), conociéndose, entendiéndose y desentendiéndose; luego con Solene, en el momento más musical y sensual del film (exceptuando la escena del bosque de Gaspard con Margot); luego con la aparición de Lena, en absoluto parecida a la idea de ella que había dado Gaspard en sus exaltadas descripciones. Para entonces, el Gaspard que se había presentado a sí mismo como un loser incapaz de seducir y conquistar está enredado con tres chicas muy distintas con las que no sabe cómo conducirse. El, inteligente pero indolente hasta el punto de la inacción, tendrá finalmente en el azar (o la divina providencia) a su gran aliado. Como escribió Céline, Y echapper suffit au sage. Al menos cuando no se encuentra la salida. Al menos momentáneamente.
    Cuento de verano tiene una construcción tan maravillosa que parece simple, pero no lo es en lo más mínimo. Que Rohmer nos conduzca a través de su historia con semejante ligereza y que nos dé tanta belleza en el camino, es un milagro, que, como espectadores asiduos de sus películas damos casi por sentado, pero que es una de las experiencias más inusuales en el cine. Su encanto es, sencillamente, irresistible (como irresistible es la fascinación amorosa). Entrar a una película de Rohmer es entrar a una sensibilidad única, extrema, que lo permea todo. Es entrar a otra concepción del tiempo, a otra concepción del mundo, a otra concepción del cine. Es entrar a un universo único. Así, Rohmer muestra cosas que ningún otro director muestra. Elige temas que ningún otro director elige y los filma como ningún otro. Explora territorios de Francia, costumbres locales, músicas regionales con una precisión y una naturalidad conmovedoras. Es un observador atento, más interesado en lo que ve (los cuerpos, las miradas, los gestos, las ropas, la naturaleza) y lo que oye (voces, titubeos, músicas) que en su propio ego. Observador prodigioso, este Rohmer. Fatalmente único.
    Así que, sí, creo que la recomiendo.

Icy Sugarpill


Conte d'été (1996), escrita y dirigida por Eric Rohmer, con Melvil Poupaud, Amanda Langlet, Gwenaëlle Simon, Aurelia Nolin, Aime Lefevre, Alain Guellaff, Evelyne Lahana, Yves Guerin, Franck Cabot.


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