ADIVINANZA: Se trata de una serie sobre adolescentes que despiertan al mundo. Transcurre en un paraje idílico, sobre un río que sugiere veranos eternos. ¿Los protagonistas? El rubiecito con cara de bueno, que sueña con llegar a ser director de cine e idolatra a Spielberg. Su amiga de la infancia, que lo ama en secreto sin que él caiga en la cuenta. Otro amigo varón, simpático, con fama de bueno para nada. Y la recién llegada, una rubia con aspecto de Jessica Rabbit talla small, de la que el cinéfilo se prenda con la clase de pasión que, en fin, no se encuentra por ninguna parte en las películas de Spielberg.
Si contestan Verano del 98, dieron en la tecla. Lo cual no quiere decir que hallan respondido bien.
Se explica: las características descriptas corresponden no a Verano del 98 sino a la serie cuyo argumento y personajes Verano saqueó descaradamente. Esto es Dawson’s Creek (Sony Entertainment Television, lunes a las 21). Cuenta la leyenda que durante un simposio televisivo internacional ejecutivos del canal Warner, preoductor original de Dawson’s Creek, acercaron el piloto de la serie a ejecutivos del canal argentino. La intención, claro, era venderles los derechos para la exhibición en el país. Loa argentinos dijeron "No, gracias"... pero se guardaron el casete. Y a su regreso al pago le dieron la copia a guionistas locales con una consigna que, palabras más, palabras menos, debió der ser algo así: "Afanen, muchachos". Pero eso, en fin, es la leyenda. ¿Quién podría probarlo?
El parecido formal está allí, para quien quiera verlo. (En los últimos meses los guionistas de Verano del ’98 han hecho lo posible para alejarse de la premisa original: ¿habrá empezado juicio la gente de Warner?) El dato importa, sin embargo, como importa la fecha de vencimiento en un alimento: uno quiere saber qué está tragando porque no quiere morir envenenado. Ya no existen consumidores inocentes. Cuando entra en el juego de Susana, el televidente argentino sabe que está contribuyendo a enriquecer al ex montonero Rodolfo Galimberti y a su ex secuestrado, Jorge Born. Si decide seguir haciéndolo, está en su derecho. Lo que no puede hacer es alegar inocencia.
De todos modos, la intención no es hablar aquí de la mala copia sino del excelente original. Desde su concepción, Dawson’s Creek fue una apuesta de riesgo: un canal norteamericano que está lejos de las grandes ligas (WB, la señal de Warner) encargó una serie a un señor de nula experiencia televisiva. El señor es Kevin Williamson, guionista de las películas Scream, Scream 2 y Sé lo que hicieron el verano pasado. Por eso dije "riesgo" y no "insensatez". WB sabe que tiene poco que perder, y evaluó correctamente que la llegada de Williamson al público adolescente era masiva: de Scream en adelante, este hombre no ha dado un paso en falso. (Ya que estamos: se viene Scream 3 y el debut de Williamson como director, con Killing Mrs. Tingle, protagonizada por Katie Holmes, una de las estrellas de Dawson’s Creek.)
Lo llamativo fue que no optaron por el género de horror, la especialidad de Williamson. En todo caso, se trató de una comprensión profunda de la clase de empatía que Williamson tiene con su público fiel, y que va mucho más allá de los envases. Los protagonistas de Scream y de Dawson’s Creek son jóvenes de los noventa: lo saben todo sobre los medios, Hollywood y de la cultura de masas. Cualquiera de ellos podría conducir un segmento de E! Entertainment sin pasar papelones. Ese conocimiento casi enciclopédico, la sensación de pez en el agua que les da el hecho de poder pasar horas conversando sobre Bugs Bunny, Steve McQueen y los datos inútiles que atesoraron al cabo de años de ver esa suerte de Odol Pregunta llamado Jeopardy!, se trasladan equívocamente a su vida cotidiana. Como resultado, son chicos seguros de sí mismos. Les parece que lo saben todo, lo han oído todo, lo han visto todo (claro, siempre en la tele). El problema es que esa seguridad resulta ilusoria, es tan virtual como la vida de las mascotas electrónicas.
En Scream y en su secuela, Williamson quiso representar la fenomenal irrupción de la vida verdadera (con su correlato de violencia y sirazón) en estas existencias vicarias. Para ello echó mano de su recurso narrativo clásico: la creación de un monstruo, es este caso un asesino serial, es decir, el monstruo de los 90 por antonomasia. Una fuerza exterior que amenaza con destruir definitivamente la plácida existencia de un grupo de jóvenes para los que esa clase de cosas sólo ocurre en las películas. He ahí la frase que estos héroes involuntarios se repiten una y otra vez a modo de mantra, como si se tratase de una fórmula mágica que debe ser leída en voz alta para que surta efecto. "Esto no es una película; esto es la vida real", se dicen, porque de algún modo saben que la única chance de sobrevivir es comprender cabalmente que, sí, la vida es otra cosa. Se trata de despertar o morir. O, más precisamente: de apagar la tele o morir.
En Dawson’s Creek no hay asesinos seriales. En todo caso, el monstruo que destruye el plácido capullo en que transcurrió hasta entonces la infancia de Dawson Leery (James Van Der Beek) no es otro que el pasod el tiempo. Se acabó la posibilidad de ver películas hasta la madrugada y compartir la cama con su amiga de siempre, Joey (Katie Holmes), como lo hicieron durante tantos años; la turbación que ahora sienten se llama sexo. Se acabó la fantasía de la familia perfecta: Dawson descubre que su madre tiene un affaire con un compañero de trabajo. Y se acabó la sensación de que todo lo que había que saber sobre la vida estaba contenido en las películas de Spielberg. Hasta entonces Dawson estaba convencido de que el sexo era algo sobrevaluado; por alfo el todopoderoso Steven nunca tocaba el tema ni de refilón. Pero entonces la rubia Jen (Michelle Williams) llega al ficticio pueblo de Capeside, y Dawson comienza a preguntarse si no seráa hora de comenzar a alquilar otra clase de películas.
Esa vida que a Dawson comienza a ntojársele tan amenazadora es cosa de todos los días para Joey. Su mamá murió de cancer. Mientras agonizaba, su marido se acostaba con otra; hoy está preso por tráfico de drogas. Joey vive entonces con su hermana mayor, embarazada de su novio negro. Trabaja, claro; el dinero no abunda en la casa. No es casualidad que sea ella la primera en advertir la imposibilidad de prolongar el estado de las cosas con Dawson, y en comprender lo que siente por él. Para ella, una película es un principio ordenador del universo.
El universo, sin embargo, no para de rebelarse ante la lente a través de la cual se empeña en ver su vida. Dawson comprende que Jen no responde como él desearía a su galantería de James Stewart en una película de Capra. De hecho, los padres de Jen la enviaron a Capeside para alejarla de la espiral de alcohol y sexo en la que había caído; en todo caso, habría que decir que Jen viene de una película de Abel Ferrara. Y hasta Pacey (Joshua Jackson), el hijo del jede de policía local, que es el otro gran amigo de Dawson, decide romper con la moral media de los norteamericanos y embarcarse en un romance full contact con su profesora de inglés. Pacey está harto de ser menospreciado por su familia; su hermano mayor, también policía, se toma el trabajo de seguirlo en patrullero para hecharle en cara que se ha convertido en el hazmerreír de Capeside. Siendo menor de edad, el romance de Pacey con su profesora puede ser definido legalmente como estupro. Al cruzar la barrera de la ley, Pacey estáa tratando de decir hasta dónde piensa llegar en su intención de cortar con sus raíces.
En tan sólo una temporada, Dawson’s Creek se convirtió en la serie más vista de WB (en la próxima temporada se verá en la Argentina casi en forma simultánea con los Estados Unidos). La clase de público que atrae es una razón más que valedera para que se halla convertido, además, en la favorita de los anunciantes: chicas, chicas y más chicas, en cantidades inéditas (algunos días, el cincuenta por ciento de las adolescentes norteamericanas que miran tevé están clavadas en Dawson’s Creek). De hecho, la composición demográfica de su público es tan diversa que se lo considera el cuarto show más popular de toda la televisión norteamericana incluyendo, por supuesto, a las grandes cadenas. No por nada el cuarteto protagónico está hoy en la tapa de docenas de revistas y comienza a hacerse visible también en el cine. Van Der Beek, Holmes, Jackson y Williams aprovecharon el intervalo entre temporada y temporada para filmar desaforadamente. La rubiecita Williams, de hecho, protagoniza junto a Jamie Lee Curtis la nueva versión de Halloween, un film de culto sobre asesinos maniáticos al que Williamson debe no poco.
¿Es Dawson’s Creek una telenovela juvenil? Por supuesto. Pero es una telenovela juvenil hecha por un señor muy inteligente y con (sanas) pretensiones artísticas. Sus protagonistas son cuatro jóvenes que no son feos pero están lejos de la plástica prefección de Beverly Hills 90210. Los diálogos que sostienen son brillantes y hasta pretenciosos, pero no hay que olvidar que se trata de jóvenes que crecieron oyendo la forma en que la gente se habla en películas y series. Cuando analiza la posibilidad de viajar a Francia con una beca, Joey reflexiona: "No sé si podré vivir en un país que idolatra a Mickey Rourke..."
El truco posmoderno marca Williamson, que fue una de las cartas ganadoras de Scream (los personajes que, viviendo una historia de horror, analizan las reglas y los códigos de los films del género), está tembién presente en Dawson’s Creek: en el último capítulo de la temporada, Joey y Dawson discuten sobre el valor de los finales con suspenso que las series suelen tener, precisamente, en los últimos capítulos de sus temporadas. Joey, siempre escéptica, dice que se trata de un truco desleal para mantener enganchado al público. Dawson dice que es legítimo, en tanto conserva alto el interés. En el minuto final se besan por primera vez. ¿El público ha sido timado o, simplemente, entretenido? Williamson sabe que ya no existe nada parecido al espectador inocente; quien se sienta a ver Dawson’s Creek es avisado de las reglas del juego, para que proceda a conciencia.
Los desencuentros amorosos son esenciales en la trama, como en toda telenovela que se precie, pero no están viciados de la histeria tan propia del género. Además, se los dosifica con otras cuestiones de igual trascendencia: el efecto del adulterio en una pareja, inicialmente devastador sobre el matrimonio Leery; la oposición fe/descreimiento entre Jen y su abuela devota; la forma en que las experiencias traumáticas dificultan la formación de una nueva pareja (con tan sólo 15 años, Jen se siente quemada); la contraposición entre el amor que pintan las ficciones y el amor cotidiano, de la vida real, y la imperiosa necesidad del perdón para avanzar hacia formas más elevadas del amor, como Joey descubre respecto de su padre convicto. A este efecto, el último capítulo de la temporada es una muestra excelente de la química propuesta por Williamson: entretenido, emotivo (no recuerdo haver llorado así desde que vi El hombre elefante) y provocador de pensamiento.
Hay quienes se contentan con hacer productos que sólo respetan la primera parte de esta ecuación tripartita que, de algún modo, sintetiza el potencial de la tevé como medio. Como los números los benefician, no creen necesario dar más al espectador. Se trata de dos opciones de vida antitéticas: el currito versus la excelencia.
Puede que se pregunten de quién estoy hablando.
Otra vez: adivinen.