CURSO DE BASURA

por J.M. MARTOS


Debo insistir en que no puedo acceder a semejante pretensión. Este mismo lunes acudiré al despacho de mi abogado para pedirle encarecidamente auxilio; y no me cabe la menor duda que mi letrado se enternecerá. Respiraré profundamente y miraré los cordones de mis lustrosos zapatos italianos. Cierto holocausto ruidoso dejó de ser un intruso y se apoderó de la oscuridad de junio, y nadie lo llegó a denunciar. Las abejas doradas acuden masivamente a los atriles de óperas suntuosas y de cristal. Sus cabellos color caoba me mintieron una vez, espero no volver a inventarlos de aquí a cinco minutos. Pútrida noche de deslucidas lentejuelas, en la que la inconstancia de unos músicos mediocres hirió de muerte mi sensible diletantismo.

Me como un helado con sabor a tópico. Observo la pared manchada, la toco: está fría, pero su tacto es agradable. Recientemente oí decir que en cierta tribu de Sudamérica, ahora no recuerdo el nombre, sus miembros llevaban a cabo las actividades cotidianas durante la noche y, durante el día, tan sólo lloraban. Ayer entablé amistad con una mosca; le comenté el hecho a mi madre, que no dudó en amenazarme con el psiquiátrico; yo le sugerí que se olvidase de mí y del insecto. Y llegué reptando hasta tus sueños. Ejercicio terapéutico destinado a párvulas mentes; y también me han recetado un fármaco que, no obstante, resulta ser demasiado activo para tanto demagogo y tanto estólido. Vorágine hippie: no me importa andar con los pies descalzos sobres cristales rotos, puesto que mi alma se halla en paz y mis oídos zumban de lo lindo. El viento azota el rostro impenetrable de la realidad; la lluvia empapa los ojos rasgados de la mentira; y el sol quema la delicada epidermis del miedo. Mañana pienso acompañar a algún centinela durante toda su guardia, permaneceré apostado junto a él, al lado de alguna garita herrumbrosa, y contemplaré cómo las golondrinas adornan con su vuelo esta feneciente primavera. Las campanas de los pueblos vecinos no dejan de doblar un solo instante, debe haber fallecido alguien muy insigne, o quizá los párrocos hayan tenido el antojo de atemorizar al valle entero con ondas sonoras y confeti de apocalipsis. Amantes de todo el mundo, ¡escuchadme!, porque sólo así podréis ser felices y, por ende, estafados ¡Qué linda es la mañana en este paraje!, pero qué lástima que tan sólo haya existido en mi imaginación. Susurros provenientes del piso de abajo me recuerdan que estoy cometiendo una fea traición; no importa, me introduciré algodón en los oídos y subiré el volumen de mi indiferencia. No concibo aquel absurdo que existe de una manera natural y vital; sin embargo, me declaro un acérrimo seguidor de aquel absurdo que se compadece del anterior. He dicho.


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