LA LEYENDA SE FORJA,
LA LEYENDA CONTINUA(...) Dudé, por supuesto, hacia cual de las siete cabezas apuntar mi venenosa arma; aunque creáis lo contrario, acertar la testa adecuada sería lo más difícil de mi misión. El éxito del tiro quedaba prácticamente asegurado gracias a la experiencia adquirida, día tras día, en el juego de dardos de la Taberna de doña Soledad.
Efectivamente, desde que perdí mi empleo no había dejado un solo día de acudir -mañana sí, tarde también- a mi cita con la diosa Diana de la solitaria taberna. Y como en ninguno de todos esos miles de días nunca otra persona osó entrar al lúgubre local donde se forjan los corazones solitarios, jamás encontré el juego de dardos ocupado. La taberna está siempre en eterna penumbra. Al principio, yo le rogaba a la oscura ama que encendiera alguna luz; pero, la muy tacaña, se obstinaba en seguir alumbrando el antro con la luz de dos velas; quizá para ocultar que las tapas tenían vida propia. No tardé mucho en aprender a ver -cual búho- en la oscuridad; y comencé, de un día para otro, a no fallar un solo tiro. Incluso, en los últimos días y con el consentimiento de la vieja Soledad, salía al exterior del cuchitril a lanzar los dardos a la diana, que seguía dentro, para que el juego siguiera teniendo alguna emoción; pues mi puntería desde el interior se volvió insultante: durante el último año no erré un solo lanzamiento. No hace mucho, le pedí a la vieja tabernera un favor. No tuvo más remedio que aceptar los ruegos de su único cliente; si no regresaba, se quedaría sola con sus tristes penas y sus rancias tapas, ahora que se había acostumbrado a mi presencia. Le pedí permiso para pegar en la pared un cartel con una inscripción que me animaba a seguir y a no desesperarme por la falta de empleo: "La leyenda se forja, la leyenda continua". Tras colocar el rótulo, cuando lo leía, disparaba con nuevos bríos mis venablos envenenados que, en su viaje al centro de la diana, llegaban al fin de mis noches. En la sucia taberna conseguí una de las punterías más exactas del planeta. Eso sí, a base de dilapidar mi escaso subsidio de desempleo. Y eso que nunca me atreví, por hambriento que estuviera, a pedir una tapa...