El hombrecillo de la flauta era más bien un hombre mediocre, del montón. Bastante simple de mentalidad, bajito, miope, con ojos de cucaracha y orejas de soplillo. También se caracterizaba por su cabeza apepinada, sus piernas arqueadas y su incipiente alopecia. Evidentemente no conseguía que las mujeres le hicieran mucho caso, todas le rechazaban y le apartaban con desagrado puesto que no le encontraban ningún atractivo. Él trataba de llamar la atención haciéndose el gracioso y el inteligente, pero no conseguía engañar a nadie ya que, realmente, gracia tenía más bien poca y su inteligencia era escasa. El hombrecillo se desesperaba tanto que llegó al borde de una profunda depresión al ver fracasar sus objetivos uno detrás del otro. Había convertido su pasión por las mujeres en la única razón de su existencia, de modo casi obsesivo. Pero todos sus esfuerzos no habían servido para nada. Un día llegó una visita a su casa. Resultó ser un viejo amigo de la infancia, uno de esos amigos fieles que no te abandonan en los momentos más dificiles, quien sabiendo de su lamentable estado anímico se apiadó de él . Después de confortarle con palabras de ánimo le hizo un regalo: una flauta. Pero no era una flauta cualquiera, era una flauta mágica que le ayudaría a atraer hacia sí a todas las mujeres que quisiera.
Al principio el hombrecillo no se lo creyó. Cuando su amigo se marchó pasó un buen rato contemplando aquella tosca flauta de madera, pensando que sería una broma. Pero después decidió que no perdía nada intentando comprobar en realidad funcionaba. Salió a la calle y miró alrededor para hacer la prueba con alguna mujer de su agrado. Ya puestos, mejor intentarlo con una mujer guapa que con una fea.
No era un buen momento para encontrar a nadie, pues pasaba poca gente por su calle. Al cabo de una media hora encontró una chica algo atractiva. Con sigilo se puso detrás suyo y comenzó a hacer sonar la flauta. De ella salió una dulce música que, sorprendentemen te, cautivó a la joven quien se dio la vuelta atraída por la melodía como por un canto de sirena. Cuando vio al hombrecillo sonrió y le invitó a subir a su casa, que no quedaba muy lejos de allí. El hombrecillo, atónito por lo que estaba sucediendo, aceptó encantado la invitación.
A la mañana siguiente despertó en la cama de la joven. Ella estaba durmiendo y tenía una sonrisa en sus labios. El hombrecillo se vistió silenciosamente para no despertarla y salió de la casa satisfecho y feliz por su noche triunfal. Contemplaba la flauta y se preguntaba si funcionaría igual con otras mujeres o tan sólo había sido fruto de una casualidad. Esa misma noche se acercó a una parada de autobús, donde sabía que siempre esperaba una mujer muy hermosa que le inspiraba sus más calientes pensamientos. Si la flauta funcionaba no podía fallarle en una ocasión como esa. Una vez próximo a ella, pero siempre por detrás, el hombrecillo tocó la melodía de la noche anterior y ella se volvió como hipnotizada para ver quién era. Al verlo puso la mejor de sus sonrisas y unos ojos que lo decían todo. Esa noche la pasaron juntos apasionadamente.
Así fueron pasando los años. Gracias a su buena suerte el hombrecillo había conseguido vencer sus innumerables complejos y su autoestima se había puesto por las nubes. Ebrio de triunfo, era conocido como El hombrecillo de la Flauta, pues no se separaba jamás de su instrumento. Ambos formaban un equipo perfecto. No tenía más que tocarla para atraer a las mujeres que deseara, nunca fallaba. Se había convertido en todo un personaje, envidiado por los hombres que le conocían porque no se explicaban cómo alguien tan mediocre podía hacer suyas a mujeres tan atractivas. Pero tan sólo él y su amigo conocían el secreto de su éxito.
Se convirtió en un coleccionista de mujeres. Llevaba una agenda en la que apuntaba todas las características de sus conquistas y cuánto tiempo pasaba con ellas. Incluso se permitía el lujo de puntuarlas según su rendimiento. Las catalogaba según su color (natural o no) de pelo y ojos, altura, medidas, edad, estilo, clase social, procedencia, etc. Había pasado del cero al infinito en poco tiempo; de no tener ninguna a tener muchas. Esto le hizo aumentar su soberbia hasta el punto de creerse alguien importante que tenía derecho a menospreciar a la gente y a mirarla por encima del hombro, a pesar de su baja estatura. Curiosamente, la mayoría de estas mujeres eran más altas que él. No era por casualidad. Las escogía a propósito para llamar más la atención y que todo el mundo hablara de él con una mezcla de envidia mal disimulada y admiración.
Cada mujer suponía un reto para él. Tenía que conquistarlas costara lo que costara. Las seguía hasta un lugar discreto y entonces hacía sonar su flauta. El efecto era inmediato. Pero le extrañaba que cuando le conocían de verdad una vez pasados unos días, las mujeres a las que conquistaba la acabaran rechazando y se mostraran arrepentidas de estar con él. Al final acababan hartas de soportar su egocentrismo y su estupidez. Porque al fin y al cabo la flauta no conseguía ocultar su verdadera personalidad, y ésta más pronto o más tarde, siempre salía a relucir. Y es que El hombrecillo de la Flauta nunca supo tratar a las mujeres. Se mostraba desconsiderado con ellas. Le gustaba hacerlas quedar en ridículo en público, con sus comentarios obscenos y desafortunados, cuando lo realmente ridículo era verlas con un hombre como él.
Un día encontró por casualidad una chica como no había visto jamás en su vida. De una belleza indescriptible, casi abrumadora, y no sólo eso, sino que además parecía tener un conjunto de cualidades que la distinguían de todas las demás y que transmitían una sensación muy especial, casi mágica. Por eso El hombrecillo de la Flauta sintió algo diferente dentro de sí. Ya no era aquel cosquilleo en la entrepierna, señal inequívoca de su deseo por ellas. No, esta vez era muy distinto. Su corazón se aceleró, la respiración se le hizo cada vez más entrecortada, más dificultosa y sus ojos se abrieron de par en par. Parecía que hubiera enfermado de.¡amor! El hombrecillo de la Flauta creyó haber encontrado a la mujer que buscaba desde hacía tanto tiempo. Confiado en su éxito se puso a seguirla, tal y como había hecho con todas las anteriores, esperando el lugar y el momento preciso para atraparla en su red al oir su flauta. Al pasar por una calle poco transitada él sacó el instrumento y, suavemente, se puso a soplar dulcemente por la embocadura. Pero de la flauta no salió ningun sonido. Extrañado por el contratiempo sopló con más fuerza, pero la flauta siguió sin sonar. Entre tanto, la chica seguía andando sin apercibirse de su presencia. El hombrecillo, cada vez más desesperado y amoratado por el esfuerzo, soplaba y soplaba preso de un ataque de nervios. Todo era inútil. De la flauta tan sólo se oía el sonido del aire atravesando el tubo de madera, un sonido sordo, hueco y apagado. Ninguna melodía.
De repente, la chica se paró, levantó la mano y silbó. Por fin había encontrado el taxi que llevaba buscando toda la tarde, pues circulaban muy pocos en aquel día. Inmediatamente se detuvo el taxi junto a ella. Se subió en él y desapareció, dejando al hombrecillo de la Flauta mirando atónito cómo se alejaba.
Entonces tuvo un ataque de ira. Cogió la flauta con las dos manos, la rompió y, no contento con ello, la pateó con rabia contra el suelo hasta reducirla a astillas al darse cuenta de que su efecto mágico había desaparecido. Pero verdaderamente no era así. La flauta funcionaba bien, pero sólo servía para atraer a mujeres poco inteligentes o de muy baja autoestima. Eso no se lo había dicho su amigo. Hasta entonces nunca le había fallado porque no se había encontrado con una mujer realmente inteligente.
El hombrecillo de la Flauta, ahora ya rota, supo que a partir de entonces sus días de gloria habían terminado. Volvería a ser el hombre vulgar y poco atractivo que había sido siempre, pero que jamás tendría la posibilidad de atraer a nadie puesto que había destrozado el instrumento que le proporcionaba su éxito. Hundido en una depresión, se sentó en el bordillo de la acera y mirando lo que había quedado de su flauta rompió a llorar amargamente.