1954

CORELLA O LA VOCACION MARINERA
PEDRO ROCAMORA
EL FANTASMA DE CORELLA
JOSE LUIS ESTRADA
LLEGADA A CORELLA DE LA CORTE DE FELIPE V
AGUSTIN FERNANDEZ VIRTO

CORELLA O LA VOCACION MARINERA

En un bello rincón de la Ribera - Corella, la noble ciudad que ha conseguido encerrar el águila del imperio en el marco de su blasón - las tierras y los hombres sueñan con el mar. Las tierras, porque en las dulces noches estivales, bajo el equívoco resplandor de la luna, el campo se vuelve azul y la agreste lejanía se transfigura en horizonte marinero. Y los hombres también. Que en las casas corellanas -- esas fachadas de grandes aleros, donde las viejas piedras fulgen, a la caída del sol, con relumbres de cobre antiguo -- campean nobles escudos señoriales en los que el viajero, atónito, descubre - allí en la entraña de la Navarra heroica - los más genuinos emblemas náuticos: el áncora, la gaviota y el delfín.

Si es cierto que "Castilla tiene castillos pero no puede ver el mar", Navarro, a través de Corella, sueña con el mar y vive sus riesgos y avatares en las vocaciones de sus hijos ilustres. Porque, con pluma feliz ha escrito José Luis de Arrese - corellano no por ley de la naturaleza sino por esa otra más profunda y acentrada que es la ley del amor – "hay pueblos de lo dormida España de la tierra adentro que han sabido establecer un puente misterioso y gigante desde su mar dulce de campos de mosto o de pan llevar, hasta la otra mar, la llena de sal y de aventuras". Corella es, ciertamente, uno de estos lugares de privilegio que parecen destinados por la Providencia para producir, entre los apocados límites geográficos de una pequeña ciudad, personajes de rango universal.

Tal es el caso de don Antonio Escudero - Peralta y Muro, gran Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, comandante de la Real Escuadra de Barlovento por el Rey Felipe V, almirante de la escuadra de Malta y Mayordomo Mayor del Rey de Inglaterra Jacobo V. El heredó la tradición marinera que en Corella habría de iniciarse, mediado el siglo XII, con don José de Luna y Sesma, Caballero de la Orden de San Juan, en cuyas naves sirvió, con don Miguel de Luna y Berrospe, Caballero de la de Malta, que trajo de aquella isla un Santísimo Cristo que, según cuentan las crónicas, "había sudado sangre viniendo por el mar", y con don José de Luna y Escudero, teniente general de la yola de Tenerife, Juez de Contrabandos y auditor de la Capitanía General. Pero entre todos, la biografía de don Antonio Escudero-Peralto resalta novelesca y fantástica, digna de ser cantada en estrofas de romancero.

Yo me imagino a don Antonio, allá en los albores del siglo XVIII - el siglo de Voltaire y de Rousseau, el de la disolución de la Compañía de Jesús y el de la Enciclopedia -- con su hábito blanco de caballero, la Cruz de Malta, roja, en el pecho, como herida de gloria; erguido en la borda de una fragata, luchando contra los ingleses como en el siglo XIII pudiera hacerlo, contra los infieles, un bravo paladín de las Cruzadas. Porque para los españoles no vale la pena combatir si la guerra no es santa y el que arriesga la vida no se siente aliado de la causo de Dios.

Eran los tiempos en que los priores de los Monasterios podían ser almirantes de la Escuadra. La cruz y la espada caminaban juntas. Y a su paso por la ancha geografía del mundo se iban abriendo - por los hombres de España - caminos de luz a la Verdad, en los mismos tiempos en que la vanidad filosófica trataba de alzar en París un monumento a la pobre razón humana, a la que servían de escabel las páginas de La nueva Eloísa, del Emilio y del Contrato Social.

El siglo XVIII fué fecundo para el espíritu náutico y viajero de Corella. Sobre la caoba de las consolas se guardan trozos de coral que trajo un día como trofeo, de uno de sus viajes por el Pacífico, el abuelo muerto. Ha sacudido la villa, como un estremecimiento, la vocación náutica. Y los hijos escuchan, en la fresca oquedad de las caracolas que adornan el hogar, la salobre canción del oleaje, apresada allí como un eco palpitante y vivo que guardase aún acentos eternos de tormentos y naufragios remotos. Desde entonces Corella fué la enamorada del mar.

Ya en la heráldica de los linajes corellanos aparece un fondo de océanos sobre los que tiemblan, como alas de paloma, las velas blancas de una carabela. Son los descendientes de don Roque Aguado y Delgado - a cuya familia estarían luego vinculados el Condado de Montelirio, el Marquesado de las Marismas y la Casa Vizcondal de Aguado -que quieren labrar en piedra recuerdos de la vida marinera del fundador de la casa.

Corellanos de esta estirpe náutica fueron don Gregorio de Aguado y Payán de Tejado; su hermano don Saturnino, capitán de fragata y Caballero de Carlos III; don Marcos de Guruceta y Aguado, y el famoso don Roque de Guruceta y Aguado, teniente general de la Armada, decano de la Junta de Almirantazgo, consejero real, senadordel Reino, Gran Cruz de Carlos III, de Isabel la Católica y de San Hermenegildo.

Pero lo que llama la atención de este almirante es su destino para enlazar fechas y hechos históricos: Hizo sus primeras armas, en 1793, sobre el bergantín «Infante», en el sitio de Tolón, precisamente en el fuerte «Faraón» donde empezó la celebridad guerrera de Napoleón; asistió a a batalla de Trafalgar; ganó una laureada en Cádiz y años más tarde, en 1836, siendo capitán general de (La) Coruña, tuvo que sofocar los primeros impulsos rebeldes de un comandante que luego se haría famoso en las guerras carlistas: Zumalacárregui.

Otro apellido corellano íntimamente ligado a la Marina es el de Sesma. Primero fué don Miguel Gil y Sesma, maestre de la Real Armada de Su Majestad, y luego una serie de personajes ilustres: don José y don Fernando de Sesma y Gorraiz de Beaumont; don Juan Mariano de Sesma, que conoció la invalidez de su vida joven en la batalla de Trafalgar; don Gaudosio de Sesma, Comisario Real de la Marina; don Joaquín de Sesma, don José María Vertiz Verea y Sesma; don Miguel de Sesma, marino ilustre que afincó en Méjico por su boda con Doña Antonia de Lancáster y Noroña, de la casa real portuguesa.

Dos Sesmas fueron gloriosos almirantes de la Armado española, cuyas biografías constan hasta en los diccionarios: don Fermín de Sesma y Payán de Tejada y su tío don Baltasarde Sesma y Zayorda, ambos jefes de la Escuadra y caballeros de Santiago; don Baltasar además llevó tan dentro su vocación marinera que buscó para esposa a doña María Teresa Ruiz de Apodaca y Eliza (la que pintó Gaya), hermana del famoso capitán general de la Armada, Conde de Benadito, cuya única hija, doña Asunción, casó, con el también almirante corellano y además ministro de Marina don Francisco de Paula Escudero y Ramírez de Arellano.

Por último, sin pretender agotar la lista de los insignes marinos corellanos, que desbordaría los límites de estas páginas, no puede olvidarse la figura del brigadier de la Armada don Juan de Goñi y San Juan, en cuyo sobrino don Francisco se habría de juntar la sangre de los marinos Sesma Ruiz de Apodoca y Escudero, con la del que fué once veces ministro de Marina almirante Beranger.

Así, Corella proyectó por los cuatro mares del Imperio su espíritu universalista, aportando sus hombres a uno de los sectores más importantes de la historia de España: el de sus empresas navales.

La tierra, pronto o tarde, rinde tributo a la tentación del Océano. Por eso, sobre este pueblo perdido en el paisaje de la patria, como en un naufragio de tierras anónimas, sonó un día -convocatoria de heroísmos y aventuras - la poderosa llamada del mar. El alma de Corella se irguió de pronto igual que el mástil de un velero sobre el seco perfil de la llanura. Y - las velas desplegadas - Corella, en la sangre de sus hijos, se lanzó a recorrer el mundo entre torrentes de espuma y por las rutas misteriosas de sus aguas azules.

Desde entonces hay en Navarra una ciudad de la Ribera para la que no tiene secretos la rosa de los vientos.

PEDRO ROCAMORA

EL FANTASMA DE CORELLA

Llegué a Corella a la caída de la tarde. José Luis de Arrese vino a recogerme en automóvil a la estación próxima de Castejón, porque todavía le faltaba un año paro ser ministro y poner en marcha el ferrocarril de Modrid a Pamplona. Al pisar el suelo de Navarra, al que en alas de mi fantasía esperaba encontrar color de rosa, como lo había visto mi niñez en los mapas al estudiar geografía, comprobé era de tierra tan tierra corno la de mi Andalucía, y el verde tan verde como todos los del campo.

Me ilusionó mucho aquel viaje. Arrase era entonces Gobernador Civil de Málaga y había ido con su mujer a pasar una temporadilla de descanso a la magnífica casona, más que casa, palacio, que en el pueblo poseían sus antepasados y ellos conservaban.

La casona era y es impresionante.

Para un bibliófilo, la vista de su biblioteca era un deleite: grande, nutrida, inmensa y con calidad. Los libros, por millares, eran labios plegados dispuestos a contestar cuanto se les preguntase.

En los salones y hasta en los desvanes había muchos cuadros - retratos de antepasados, ganerales y políticos. Señorones que desde todas las partes donde me colocase me miraban con unos ojos vivos y aceitosos, que me hicieron pensar tenían detrás del lienzo los ojos verdaderos.

Toda la casa se me antojaba a propósito para rodar en ella una película de miedo.

En los sótanos aún quedaban vestigios de paso de la Inquisición, que utilizó como cárcel y como residencia en aquella comarca el edificio al decir de algunos, aunque haya habido en el pueblo versiones, que yo luego oí, de que la amplitud y largura de sus sótanos estaba relacionada con la época o comienzos del siglo XVI, en que las familias Agramonte y Beaumont luchaban por la hegemonía de la región, y como precaución, para huir vivos de los beamonteses, el Señor de Peralta y su esposa, doña Inés de Mauleón, siguiendo el ejemplo de los Señores de Sesma, dueños de la casa primitiva, al reedificar y engrandecer el palacio actual, conservaron y hasta perfeccionaron su posible escape, que ya aún en aquella época en que no existía el «Metro», se decía por prudencia y se practicaba por más prudencia todavía... «antes de entrar dejen salir».

Por la noche, después de la cena, hablamos mucho de la casa. De su leyenda y de sus anécdotas. Arrese es un hombre cultítimo y un gran conversador, aunque esta cualidad no la prodiga.

Por aquélla pasaron varios ministros de la corona y hasta nació uno. Entre aquellas paredes se decidieron guerras y operaciones que quedaron ligadas al nombre de Grimaldi, al carlismo y las movilizaciones de mozos, medios y ganados, que alcanzaban a muchos pueblos.

La casona lleva en pie cuatro siglos, y vagando por ella fantasmas, no sé cuantos años.Yo creo en los fantasmas y en los de Corella más, porque los he sentido a mi alrededor. Sobre mí han pasado y han hecho la gracia, si esto es gracioso, que a mí maldita la que me hacía, de cortarme la respiración y darme el susto consiguiente.

Aquella noche hablamos de la célebre Agueda, «la monja condenada», cuyo padre don Antonio de Luna había nacido en la casa. De los falsos y milagrosas virtudes que en la monja concurrieron hasta el punto de ser condenada por la Inquisición en Logroño, dejando una estela de recuerdos morbosos y admirativos en los sencillos corellanos, que transmiten, con las desfiguraciones naturales por el tiempo y la exageración, las cosas de la heterodoxa religiosa. De Miguel de Molinos, el clérigo aragonés, místico-hereje del siglo XVIII, inventor del Quitismo y autor tan célebre como condenada Guía Espiritual.

El objeto fundamental de mis narraciones son hechos misteriosos, incomprensibles a simple visto, pero por mí vividos, presenciados y no entendidos, ¿Cómo voy a intentar explicar lo que a mí mismo no puedo explicarme?.

Si llego a viejo, me acordaré mucho de Corella.

La verdadera historia de Martín de Oñate, postillón de Móstoles, muerto de una estocada por don Esteban de Peralta y de Mauleón, hijo de los que sobre la primitiva casa levantaron la actual de Arrese, no la podrá escribir nunca nadie, ni el mismo Arrese, con la exactitud y brillantez con que me a relató a mí aquella noche.

Las almas en pena, pudiera ser se valgan de la voz de los vivos algunas veces para relatar lo que a ellas les es imposible físicamente.

Si es cierto que algo de los que vivieron en las casas queda en ellas, no lo será menos que mucho queda también de los que en ellas murieron.

Un don Miguel de Baigorri murió también después de haber conocido las manos y el acero del mismo señor de Peralta, y allí compareció aquella noche para hacer muda compañía a un andaluz que nada tenía que ver con su peregrinaje fantasmal.

La casa linda con una iglesia (parroquia de San Miguel) hermosa, que dejó en mi recuerdo la típica nota de un batallón de ángeles de tamaño natural, policromados y bellos, que en posturas distintas, desde una gran cornisa frente al altar mayor, con escopetas, espingardas y otras armas similares de pólvora, amenazan eternamente disparar contra Luzbel rebelde.

Con esta iglesia se comunicó antiguamente, a la altura del piso principal, la casa por un pasadizo qu iba a un palco o coro alto de celosía. La puerta que dió paso a esta comunicación estaba ... en la habitación que a mí me habían destinado. La visión de una antigua iglesia pasada la media noche invita a pensar en muchas cosas, que la luz del sol nos borra.

El chisporroteo de la lamparilla ante el Sagrario, como un ojo de fuego que nos guiña, hipnotizante, se me quedó tan grabado en la retina, que aun despues de cerrar los ojos lo seguía viendo.

En los detalles de la historia de la casa corellana, no fal taron, como era obligado, la relación de enterramientos que en la iglesia había.

Cuando quedé solo en mi cuarto, no sé por qué, ni para qué, pero sí sé que lo hice, descolgué dos cuadros grandes y los puse contra la puerta de paso a la iglesia. Estaba muy cansado y no podía dormir. Me ser a muy fácil decir ahora que soñé. Faltaría a la verdad.

En la literatura universal se han hecho partir del sueño muchas fantasías. Mi historia fué vivida y bien despíerto. Pudiera ser que como le advertía Sancho a su señor, «el relinchar de los caballos, el toque de los clarines y el ruido de los tambores, no eran sino muchas baladas de ovejas y carneros». Pero pudiera ser también que, como don Quijote le contestó, «uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son».

Sentí miedo, y aún lo experimento al cabo del tiempo el recordar el hecho.

Silenciosamente se abrió la puerta sin que los cuadros golpeasen contra el suelo. Algo pasó sobre mí. Leve, aladamente, sin peso físico, pero con el movimiento en el aire necesario para que todos los sentidos agudizados lo percibieran.

Para huir se necesita mucho valor. El miedo fuerte anestesia y paraliza. Los minutos en lo oscuridad y en el silencio de la noche son más largos que en el día. Si alguna idea quedaba en mi cabeza, se me congeló en aquel frío de muerte repentina.

Para el postillón de Móstoles, como para el don Miguel de Baigorri, yo no debía tener ningún interés. Quien fuera, que alguien fué, pasó y me despreció tan olímpica como afortunadamente.

Yo debí haber exclamado aquello de... «estoy soñando, es broma o es pesadilla. Si estoy soñando pase, pero sí es broma, vive Dios que es pesadilla».

Ahora lo pienso así. Entonces lo que pasó fué que a la mañana siguiente, cuando Arrese vino a decirme que era mediodia, se fijó muy seriarnente en los cuadros apoyados contra la pared junto a la puerta, pero no sobre ella, y sin hacer el menor comentario ordenó me cambiasen de habitación.

No me atreví a intentar darle una explicación. Hubiera sido inútil. Su silencio sobre aquello me hizo sospechar... que no era la primera vez que en la casa pasaban cosas similares.

Al cabo de los años le pregunté un día por aquella habitación en donde dormí una sola noche, de las varias en que fuí su huésped. Secamente y por pura cortesía, me dijo: «Allí no ha dormido nadie más».

La caso de Arrese es magnífica. Yo me alegro mucho que esté en Corella, porque Corella está muy lejos De Málaga.

Cuando uno lee que en Inglaterra se hace propaganda de castillos con fantasmas, en donde por pasar una noche cobran bien, pienso en lo atrasados que estamos en estas cosas de turismo.

Quizás no debiera haber escrito nada de la cosa de Corella.

Hizo bien Quevedo en advertir:

"Las cosas de admiración,
ni las digas, ni las cuentes,
que no saben todas gentes
como son».

JOSE LUIS ESTRADA

LLEGADA A CORELLA DE LA CORTE DE FELIPE V

Con Carlos II expira en el trono de España la dinastía de los Austria en lº de noviembre de 1700.

El Ayuntamiento de Corella es avisado por el «andador» de la ciudad, para que todos vestidos de luto acudan a los funerales en la iglesia porroquial de Nuestra Señora del Rosario, en lo que se monta un imponente catafalco de forma ochavada revestido de terciopelo negro con una calavera bordada...

Y así es como sube al trono el Duque de Anjou, segundo hijo del Delfín de Francia y nieto de Luis XIV, con el nombre de Felipe V.

Un despacho que llega a Coralla comunica la noticia y la ciudad se dispone a la proclamación oficial del nuevo soberano. La comitiva se organiza también en la casa del Ayuntamiento: va delante un heraldo seguido de cinco alguaciles y dos maceros con sus mazas de plata; después vienen a caballo el alcalde, que porta un pendón de tafetán azul con las armas del nuevo rey y dos regidores a sus lados agarrando las dos borlas que cuelgan del pendón nombrado. Detrás y por parejas, todos a caballo, sigue el resto de los regidores.

Recorridas las principales calles de la ciudad, llegan al punto de partida. El alcalde, empuñando el emblema que ha portado, colocándose delante de un dosel dispuesto debajo de una de los ventanas de la casa consistorial, lo agita al viento dando los gritos: «¡Corella! ¡Corellal! ¡Corella por Felipe V de Castilla y VII de Navarra! ¡¡Viva ¡¡Viva¡¡Viva!!» Y todo el pueblo congregado en la plaza delante de dicha casa, contesto a esos rituales gritos.

Van pasando los años. La Guerra de Sucesión no ceja en su empeño. Inglaterra, engañada por el doble juego de aquel "viejo zorro", como ella apoda a Luis XIV, al colocar a su nieto en el trono español, lleva a cabo la farsa de la alianza con el archiduque Carlos de Austria y planta su bandera en el peñón, en un acto de piratería del almirante Rooke.

Y en medio de las múltiples y graves preocupaciones del monarca surge más tarde la motivada por la salud de la reina María Luisa Gabriela de Saboya.

Buena fama debía tener nuestro pueblo entre los galenos, cuando fué el elegido para alojar a los reales huéspedes y a toda la aureola de personajes y personajillos que siempre rodea a un trono.

Yo relataría a modo de crónica esta notable llegada a las puertas de nuestra ciudad y los permenores consiguientes; pero, ¿qué mejor que la auténtica reseña del libro de Acuerdos de nuestro Ayuntamiento de aquellos días? Literalmente dice así:

«AUTO DE LA ENTRADA DE LOS REYES EN ESTA CIUDAD Y EXEQUIAS.

»En la Ciudad de Corella y en la sala de su Ayuntamiento, con la noticia que tuvieron los señores D. Miguel Pardo Escudero, D. Martín García y Agreda, el Licenciado D. Martín Sanchez, D. Matias Buñuel y Alduan, D. Martín Escudero Ruiz de Murillo, D. Antonio Virto y Gurpido, D. Miguel de Agreda y Serrano, D. José Gomez Rincón, Alcalde, Regidores y Justicia de la dicha Ciudad, de la venida de Sus Majestades a ella, a honrarla con su real presencia, habiéndola elegido por su corte, para que en todos tiempos conste el modo de su recibimiento, este fué en la forma siguiente:

»Llegaron Sus Majestades y el Serenísimo Príncipe, el día catorce de junio entre cuatro y cinco de la tarde del año mil setecientos y once, a cuya hora salieron los dichos señores Alcalde y Regidores, Justicia y Escribano y Maceros y Ministros al portal de la calle que llaman de San José, en cuya puerta tenían prevenido el palio, y aunque la Ciudad hizo su cumplido, no lo quisieron admitir Sus Majestades; y siguiendo a Sus Majestades hasta su real palacio, con ánimo de besarles sus reales manos, no lo permitieron aquella noche por venir cansados y señaló Su Majestad hora para el dia siguiente, entre diez y once de la mañana, a cuya hora estuvieron puntuales para hacer el besamanos, como lo hicieron, habiéndose mostrado Su Majestad en é1 con mucha alegría, bengnidad y agasajo.

»Se hace razón que la noche que llegaron Sus Majestades se echó bando para que todos los vecinos pusieran luminarias, hicieran hogueras y encendieran faroles. Se ejecutó así, habiendo enviado la Ciudad cuarenta y cuatro hachas para veinte y dos ventanas que contiene el ámbito de palacio, de suerte que estuvo aquella noche todo el lugar iluminado por un gran rato.

»También se advierte, que habiendo llegado el día veinte y cinco de Agosto en que cumplió cuatro años el Serenísimo Príncipe Luis Fernando, resolvió la Ciudad festejar este día, para cuyo fin, volvió la Ciudad a ponerse a los reales pies de Su Majestad, ofreciéndole hacer el festejo de Iglesia, luminarias y toros. Y habiéndolo oído Su Majestad con gran benigidad y complacencia, respondió: «Fiesta de Iglesia, si; toros, no».

Y obedeciendo dicho mandato, tuvo la Ciudad misa solemne con el Santísimo patente, gran música y procesión por la tarde. Predicó de San Luis el Reverendísimo Padre Misionero Fray Jacinto Aranaz, de la Orden de Ntra. Sra. de la observancia del Carmen, Predicador de Su Majestad, en la Iglesia del Arcángel San Miguel, y aunque había lutos por el Señor Delfín de Francia, ese dia se vistió la Ciudad y Corte de gala y los Capitulares con joya para el besamanos, que se hizo entre ocho y nueve de la mañana. Y aunque hubo luminarias en todo el pueblo la víspera, según lo acordado por la Ciudad, y enviado a palacio otras tantas hachas como en la primera ocasión, los mandó volver de dentro de palacio la Reina nuestra señora, quien con su contralor D. Luis Albano, envió las gracias a la Ciudad, diciendo se daba por muy servida y que no quería aumentar gastos a la Ciudad.

»También hizo la Ciudad a sus propias expensas, un paseo que empieza en la puerta del Murillo y circunda todo el soto de D. Miguel de Luna, el cual ha sido muy frecuentado así de los Reyes como de toda la Corte y ponderádolo tanto que aseguraba no lo tenía igual el Rey en ninguna parte por la cercanía y otras circunstancias. Y para que a tiempos ad venir conste, mandó Su Señoría hacer este auto en este libro y lo firmó Su Señoría con mí el Secretario.» (Firman todos los antedichos).

Hay una nota que dice: «Se advierte que en ocho de junio de dicho año, los dichos señores hicieron las exequias del señor Delfín de Francia en la Parroquial de San Miguel, en la forma que dispone el auto de diez y seis de Diciembre de mil y setecientos. Predicó el Reverendo Padre Fray José Hernández del Orden de San Francisco».

Otra nota: «Se fueron Sus Majestades el día veinte de Octubre de mil setecientos once».

El agradecimienlo del monarca hacia su anfitrión, Agustín de Sesma y Escudero, coronel que fué del Regimiento de Dragones de la Reina y recibidor de la Merindad de Tudela, se manifestó concediendo a su casa el «derecho de asilo», que aún se hace patente por las cadenas colocados en sus dos puertas.

En 14 de febrero de 1714, a las ocho de la mañana, moría la reina a los 25 años de edad. La oración fúnebre la pronunció en Corella el 27 de marzo el predicador de la Cuaresma, Fray Francisco Garcia, Comendador del Real Convento de San Lázaro de Zaragozo, de la Orden de Nuestra Señora de la Merced.

El pueblo sentiría la falta de la joven reina que tuvieron de huésped por cuatro meses. ¿Recordaría ella el paseo del Murillo de Corella, a pesar de los jardines de la Granja de San Ildefonso ... ?

AGUSTIN FERNANDEZ VIRTO