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Arturo Pérez Reverte |
Entrevista a Arturo Pérez Reverte
El comercio de Gijón: 11 de Junio de 1996
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Es el gran fenómeno literario de los últimos años y lo disfruta con posesión a cada instante. Arturo Pérez-Reverte, periodista antes que escritor, vive las mieles del triunfo casi con el sabor de la revancha, saboreando con fruicción el privilegio de elegir con quién se sienta a hablar o a quién estrecha la mano. En suma, su libertad. Tiene 44 años y contabiliza los éxitos literarios por publicaciones. Su última obra, La piel del tambor, se está acercado a los 400.000 ejemplares vendidos, cifra inexplicable, hasta el momento, en obra alguna que no hubiera sido galardonada previamente con uno de esos premios que consagran a un autor. Son ya seis los títulos de sus obras que han sido, son y serán llevadas a la pantalla, pero a Arturo Pérez-Reverte sólo le importan por la repercusión en las ventas literarias que tiene el séptimo arte. Se siente seguro en su statu y todo él es un engranaje. Su mirada, dura y tierna, mantiene las distancias, que no tiene reparo en sostener, seleccionando, incluso, el tuteo. Y apenas sonríe, pero su apretón de manos es cálido y acogedor.
- Usted es un productor de best-seller, ¿tiene algo en común con John Grisham o Noah Gordon, por poner un ejemplo de best-seller norteamericanos? - Creo que no. Eso lo explicó muy bien una crítica francesa, cuando salió El Club Dumas en Francia, que decía que mis novelas eran el exponente del thriller cultural europeo, frente al huérfano thriller norteamericano. Creo que es una buena definición. Mi novela hunde sus raíces en una cultura europea muy intensa. No hay confusión posible. Y además, cualquier confusión es insultante. Yo no soy un analfabeto cultural. Soy europeo y el hecho de ser europeo marca una diferencia muy importante. De todas formas, no soy productor de best-seller, escribo las novelas que me gusta escribir. - ¿Por qué siempre marcos históricos? - Porque creo que la historia es muy importante. El gran problema del hombre ahora es que estamos huérfanos, nos están borrando la memoria y sustituyendola por una especie de papilla indiferenciada y que nos deja a merced del primero que llega. Creo que lo que le da más aplomo al hombre y le permite defenderse frente a la agresión de los poderosos es la memoria y la cultura. Por eso para mí es tan importante la historia y la memoria y por eso para mí es tan importante el desprecio hacia aquellos poderosos que nos quieren condenar a ser huérfanos. - Basa su obra en cultura, en historia y en memoria, y en cambio ha tenido un gran éxito popular, cuando la gente lee poco, carece de memoria, y mucho más de la histórica. - A mí sí me leen. Y desde luego, hay una cosa que tengo clara: el lector no es ningún imbécil. Durante mucho tiempo, la cultura ha estado en manos de una especie de mandarinatos de amigos que se repartían las patentes de cultura y decían lo que era y no era cultura.Pero gente como Juan Marsé, Juan Eduardo Mendoza, José Luis Sampedro o Torrente Ballester, permitió que ahora, una generación como la de Muñoz Molina, yo, Landero o Almudena Grandes, pueda escribir novelas de grandes tiradas, cosa que antes era imposible. Se acabó esa especie de tiranía de la estupidez. Hay mucha gente que ve a Isabel Gemio, pero hay muchísima gente también que lee un libro de Almudena Grandes, de Marías o de los míos. ¿Por qué me leen a mi? Pues ellos sabrán, pero yo, de todas formas, lo sospecho. Sospecho que me leen porque cuento historias como siempre se contaron, con planteamiento, nudo y desenlace, con las comas en su sitio y porque cuento historias donde ocurren cosas. Y además procuro contarlas lo más decentemente posible. Y eso el lector lo agradece. - ¿Queda algo del intrépido reportero? - Yo no era intrépido, era un periodista que iba a los sitios donde había guerras y tiros, porque era lo que me había gustado de pequeño. Fui a la guerra a trabajar, no a ser intrépido ni a vivir aventuras. Fui intrépido lo estrictamente necesario. No he cruzado una calle bajo un tiroreo por intrepidez, sino porque tenía que transmitir una crónica. - Su paso por televisión le creó un halo de honradez y rebeldía... - Nadie es tan íntegro como parece. Uno intenta ser lo más íntegro que puede, quizá todos lo intentamos, supongo, y unos tienen más suerte que otros. Ser íntegro es una cuestión de suerte, no es una cuestión de cualidades. - ¿Ah, sí? - Hay gente a la que la vida le permite ser íntegro y hay gente que tiene la desgracia de no poder serlo. - Pero a usted, de alguna forma, le gusta romper esquemas. - No. Yo me pasé muchísimos años haciendo un trabajo que no siempre me gustó, para jefes que no siempre me gustaron y en lugares que no siempre me gustaron. Tuve que dar la mano a gente que no me apetecía, escuchar a gente que no me interesaba y ponerme corbatas cuando no quería. Entonces, un día, la vida me planteó la posibilidad de no hacer nada de eso. Yo tuve esa suerte. El éxito, lo único que realmente me ha dado que merece la pena es la libertad de elegir con quién me siento a hablar, con quién me siento a comer, con quien me tomo una copa... Y eso, sinceramente, lo agradezco muchísimo. Pero yo podría haber perdido una pierna en Bosnia y estar pidiendo limosna en la puerta de una iglesia.Y además, en este país de hijos de puta, si yo me hubiera quedado inválido en Bosnia seguro que estaría pidiendo limosna. No me cabe la menor duda. Y en Televisión Española, más todavía. Pero eso no ocurrió y mis novelas me dan una especie de libertad. Pero eso no es integridad, es que no tengo nada que perder. Esa es la diferencia. - Eso es modestia, porque cuando usted dio el portazo en Televisión Española no tenía la literatura para vivir. - Es que a veces hay que jugársela, pero conozco mucha gente que se la juega y le sale mal también. Es cuestión de suerte. De todas formas, insisto en que todos los héroes que conozco se escriben con minúscula. No conozco ningún héroe con mayúscula. - ¿La Academia le interesa? - No. Para nada. Primero, porque yo no soy academizable. Por mi manera de ser, mi talante y mis puntos de vista yo no encajo en la Academia. Además, me importa un bledo, porque una Academia que acepta el leismo, que permite decir le mató, para mí ya no tiene ningún interés.Yo no soy escritor, soy novelista. Eso marca una diferencia. Yo escribo mis novelas y ya está. Y eso lo hago perfectamente sin la Academia.
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Eva Montes |
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