Valle del Elqui
Viaje a las estrellas (en bicicleta)



Para unas ciclísticas vacaciones de invierno en Chile, recomiendo un recorrido por el Valle de Elqui. Es en la cuarta región de nuestro país donde se pueden encontrar, a siete horas de Santiago, rutas muy poco transitadas y con suficiente aire limpio como para poner al día tus pulmones.

El Valle de Elqui comienza en las afueras de La Serena, después de la úlitma subida de la avenida Francisco de Aguirre. Desde allí parte un camino pavimentado, sin hoyos y con un tránsito moderado que, después de 65 kilómetros, lleva hasta el pueblo de Vicuña. Este trayecto tiene algunas cuestas de subida,pero nunca demasiado largas ni empinadas. Para hacerse una idea, entre La Serena y Vicuña se suben alrededor de 750 metros sobre el nivel del mar, que es la altura de la ciudad de las iglesias.

De Vicuña en adelante, las dimensiones para el viajero se vuelven innegablemente ciclísticas. Por ejemplo, la planta productora de pisco y vino CAPEL, visita usual de la zona, está a menos de 1 kilómetro desde la plaza de armas; trayecto demasiado largo como para ser caminado y demasiado breve como para embarcarse en un automóvil. El mirador del Cerro de la Virgen es también un paseo especial para la bicicleta: después de una cuesta fuerte pero corta, se llega a la mayor altura de esta parte del valle. Desde allí se distingue la entrada al valle mismo, el observatorio celeste El Tololo y el río Elqui regando los parronales. A cinco minutos en bicicleta desde el centro del pueblo está el museo de la Gabriela Mistral que, aparte del obvio interés que despierta, es de mucha utilidad para el entendimiento del ciclista atento, quien verá durante todo el trayecto muchos escolares pequeños acudiendo a numerosas escuelas públicas, las que parecen conservar algo del espítiru educador-misionero de la poetisa.

En el pueblo de Gabriela hay varias residenciales y hostales con precios mínimos y agua caliente. Es el lugar apropiado para descansar y alimentarse bien antes de seguir hacia arriba.

Dieciseis kilómetros más al interior se encuentra un pueblo aún más reducido llamado Rivadavia. Este lugar esconde una tranquilidad única. Los cerros se cierran sobre él contrastando con la famosa claridad de los cielos del valle. Hay muchos perros, cabros chicos paseando o yendo a la escuela, una plaza de juegos llenos de colores y un puente que parece del siglo recién pasado. Una vez más, todas estas bellas imágenes se aprecian de manera óptima justo a la velocidad a la que anda un ciclista de paseo por el Valle de Elqui.

Pocos metros después de la salida de Rivadavia, el valle se abre en dos ramas. La de la izquierda tiene un camino que lleva hasta Chapilca, lugar conocido por su artesanía en telares que, desafortunadamente, no fue alcanzado por nuestra expedición. El camino de la derecha es el que lleva, después de 8 kilómetros, hasta Paihuano. Aquí comienzan las cuestas duras del valle. Los primeros 500 metros son bastante pesados. Después se mantiene en una subida moderada pero constante. El paisaje que se ve en este tramo compensa cualquier esfuerzo que se haga por admirarlo. El valle comienza a hacerse más angosto, íntimo y colorido a medida que se empina hacia la cordillera. El movimineto vehicular es escaso y el pavimento continúa en excelentes condiciones.

La llegada a Paihuano es un poco dura en bicicleta, pero la calle principal se encarga de recibir al pedalero con árboles, niños y burros en el camino. Este es quizás el pueblo más bello del recorrido. Bajando hacia el río, los árboles cubren la rivera del Elqui, donde se puede pescar truchas o tomar un fresco descanso.

Otros 8 kilómetros de subida llevan hasta Montegrande. La cuesta más empinada de todo el camino pavimentado, en dirección oriente, está en este tramo. Es realmente pesada, pero no dura mucho y vuelve poco despúes a una pendiente moderada. Doscientos metros antes de llegar al centro de Montegrande, hay una galería de arte zen y una tienda de perfumes naturales. La galería es una buena oportunidad para descansar y no llegar tan destruido a la civilización. es un lugar con música y pinturas etéreas, como para calmar el espíritu de un cuerpo agitado por el ejercicio.

Montegrande es una iglesia de madera, una escuela y la tumba de la Mistral. En este pueblo el valle vuelve a abrirse en dos ramas. La de la derecha conduce a Pisco Elqui, que está a 4 kilómetros y medio de subida fuerte pero pavimentada; la de la izquierda lleva hasta Cochiguaz, a través de pesados 19 kilómetros de camino de tierra: lo más duro de todo el Valle de Elqui para el ciclista.

En Montegrande mismo no hay residenciales ni campings. La única posibilidad de tirar la carpa es al lado del río, lo que en invierno al menos resulta bastante helado. Es recomendable seguir pedaleando hasta Pisco Elqui, donde hay varios hostales y un camping, o hacia Cochiguaz, donde hay un refugio y dos campings.

La decisión de cuál camino seguir depende del ánimo del viajero. El ciclista más apegado a la fiesta y el trasnoche puede guiarse por el nombre de Pisco Elqui sin temor a equivocarse: el hostal más barato está lleno de gente en el mismo plan, hay botillerías y una plaza para hacer vida social. Si el deportista busca en cambio un poco de tranquilidad y galaxias, aunque esto no implica tampoco desechar del todo la diversión nocturna, Cochiguaz es el destino adecuado.

El realidad, Cochiguaz es todo el valle que forma el río con el mismo nombre, que desemboca a la altura de Montegrande en el río Elqui. A lo largo del camino que se interna por este cajón hay varias parcelas esotéricas, ecológicas y de vida natural. Pero el centro, turístico para algunos y energético para otros, está después de 19 kilómetros de subida. Se llega entonces el refugio Cochiguaz y a uno de los campings. Allí están también la escuela del lugar, donde se puede comprar pan amasado por la profesora de arte del establecimiento, la Común-Unidad de la Hermana Gladys y la Villa Paraíso del Hermano Marcelo. Cuatro kilómetros después se ubica el otro camping, y un poco más arriba está el sector de El Colorado. Allí es donde vivía la ya legendaria Hermana Cecilia, fundadora de la vida esotérica en el valle, hoy residente en Bolivia.

Vale la pena detenerse en esta zona. En las comunidades hay gente generosa, dispuesta a ayudar y escuchar al que lo pida. Allí se medita todos los días al salir y ocultarse el Sol, y se saca la energía negativa del valle para mantenerlo puro. Estas ceremonias son abiertas para cualquier persona.

En medio de un potrero, una gran roca mira hacia el cielo con animales grabados en ella por no se sabe quién ni cuándo: para algunos es el centro mismo de la energía en esta parte del planeta.

Los caminos de Cochiguaz son especiales para pedalear con la mayor tranquilidad. En las noches hay fogatas con conversación gratis, vino, muchas estrellas y, con suerte, naves extraterrestres de visita en nuestra dimensión.

La bajada en bicicleta, desde Cochiguaz hasta Vicuña, toma sólo un par de horas sin mayor esfuerzo. Para demorar un poco al ciclista que lo abandona, el Valle de Elqui sopla viento en contra de todo lo que baja.


Por Renato Villegas S.



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