La Alegría de Vivir
Elika Abello (noveno
grado)
Abro los ojos, me levanto de la cama, busco mi ropa y me meto al baño. Ahí entro en la ducha, abro la llave y siento cómo aquella agua tibia, refrescante y relajante comienza a correr por todo mi cuerpo, a medida que me va despertando. Termino de bañarme, me seco y me pongo la ropa que había escogido previamente. Salgo del baño, bajo las escaleras y me dirijo a la puerta. La abro, grito: “Ya me voy”, la cierro y camino hacia el carro. Me monto en él, lo prendo, espero a que se caliente y me voy.
Abro los ojos, veo el techo blanco; sin embargo, siento una sensación extraña y volteo la cabeza para ver a mi alrededor. Todo es blanco, callado, solo. A mi izquierda una ventana, en la esquina una silla, frente a mí un televisor, en la otra esquina una puerta, a un lado otra ventana que da a un pasillo, igualmente blanco, y por último, a mi lado derecho, una pequeña mesita con un control y un vaso de agua. Muevo mi cabeza y veo mi cuerpo acostado en una cama individual, arropado con una sábana blanca, con mi brazo enyesado reposando sobre mi estómago. Intento levantar mi tronco para sentarme, pero me siento muy débil. A duras penas, logro levantar mi brazo y llevarlo a mi cabeza, en donde siento vendas a su alrededor. Me siento triste y me pongo a ver por la ventana que da a la parte exterior. En eso escucho unas voces que dicen algo así como: “Ya se despertó; puede verla, señor”.
Volteo mi cabeza y veo a una persona que se me acerca y me agarra la mano. Pongo una cara de extrañada, por lo que me dice:
–Hola, ¿no te acuerdas de mí? Soy tu esposo. Nos conocimos hace once años en el trabajo, cuando los dos trabajábamos para el señor Díaz, nos casamos y ahora...
–Sí, lo sé –lo interrumpo–. Claro que me acuerdo de ti, ¿cómo no hacerlo si hemos pasado tantos buenos momentos juntos? Como aquella vez que nos fuimos de viaje por las islas caribeñas, o nuestra luna de miel; o, inclusive, me acuerdo de nuestra primera cita. Pero, ¿qué hago aquí?
–Lo que hace toda la gente que viene: te estás curando. Por lo visto eso no lo recuerdas, sufriste un accidente automovilístico.
Mi cara de asombro y de angustia ha llegado a su punto máximo, y lo único que le digo es:
–¿Los niños iban conmigo en el carro?
–No –me responde él, ellos están bien–. Definitivamente no te acuerdas de nada de ese día. Un maldito borracho te atropelló y te sacó del camino; no sé qué hacía un borracho tan temprano en la mañana. Por suerte lo atraparon y lo más probable es que vaya a prisión. Todo sucedió el sábado en la mañana. Te levantaste, te bañaste, y saliste a comprar a todos un desayuno, creo que va a ser el desayuno más costoso de nuestras vidas. No sé muy bien a dónde iban a ir, creo que a la panadería, esa en donde compramos la torta del último cumpleaños de Alex, porque te chocaron en la avenida que tomamos generalmente para ir para allá. En la casa, todo fue horrible, nos empezamos a preocupar luego de una hora que te habías ido. Tuve que darles lo que quedaba de cereal a los niños, y tranquilizarlos con algunas palabras; pero esas palabras no me aliviaron a mí, el susto y la angustia que tenía era demasiado grande. Después de media hora de angustia, el teléfono sonó, todos deseamos que fueras tú. Preferí contestarlo yo, por si acaso era una mala noticia; y, por desgracia, lo fue. Una de las peores partes fue, después de haber asimilado la noticia, tener que decírsela a los niños. Pero aunque no lo creas, lo peor de todo fue cuando llegamos y te vimos en una cama, toda vendada, inconsciente, y nos dijeron que lo más probable era que tuviésemos pérdida de memoria. Ahora, verte consciente, con los ojos abiertos y que nos recuerdes a todos, es lo mejor que ha pasado en estos días y no saber lo feliz que me siento.
Le sonrío y le digo:
–Sí. Sí. Iba hacia la panadería donde compramos la torta de Alex. Ahora recuerdo. Alex me había pedido un croissant relleno de chocolate y Katy, uno de esos famosos pastelitos de manzana. Me faltaba poco para llegar cuando algo me golpeó por detrás y me desvió hacia un árbol. Hasta ahí recuerdo, supongo que después me golpeé la cabeza y quedé inconsciente.
Él sonríe y se siente satisfecho por mi notable recuperación. Se oye el rechinar de una puerta, se abre y exclamo:
–¿¡Alex, Katy¡?
Los dos entran corriendo, brincan sobre mí, me abrazan, y siento la alegría de tener una familia en momentos como éste.
Amigos por Siempre
Leonardo Perdomo (séptimo grado)
En la casa de los Campos, que se ubica en una zona llamada Spike Down, yacía el cuerpo de un perro llamado Rustic, un bello Mastín Napolitano color arena que había sufrido una horrible muerte: Le habían extraído el Corazón, el cual estaba a no más de tres metros de distancia. Estaba en todo el porche de la casa de los Campos. Una humilde niña se acercó al fallecido animal con cara de que le dolía desde lo más profundo del alma.
La niña simplemente se sentó cerca del perro y etamaño de la fuente empezó a cantar una canción.
–Vaya, pobre animal, tan lindo que era –dijo la pequeña niña.
–Oye, ¿tú acaso sabes algo de este crimen niña? Este perro es de los Campos, es muy valioso –le dijo un policía con cara de que no hubiese comido en años, aunque era muy gordo.
–No, no sé nada. En realidad es primera vez que lo veo –dijo dulcemente la niña.
–Bueno, bueno, pero no llores ¿quieres? –le dijo el policía al ver una delicada gota saliendo de sus ojos.
Cinco horas después...
–¡No. Rustic!
Se escuchó un grito por toda la residencia, era el dueño de Rustic, Brian.
–Tranquilo hijo te compraremos otro perro.
–¡NO QUIERO OTRO PERRO, QUIERO A RUSTIC!
–Pero no podemos hacer nada, Brian. Está muerto –le dijo su madre, la señora Miriam, dándole una cachetada.
–Te daremos otro perro y ya.
–Te dije que no quiero otro animal. Quiero a mi perro. Y si no respetan mis decisiones me voy de aquí y punto –dijo mientras se daba la vuelta y salía corriendo.
–Brian.
–Déjalo que se vaya, déjalo que pase la rabia, volverá, lo sé –dijo su padre, el señor Julio.
Brian corrió y corrió hasta que se cansó. Estaba empezando a llover y entonces se sentó en un gran roble como de ocho metros de altura, con grandes ramas repletas de verdes y delicadas hojas.
–Quieres estar solo, ¿verdad, Brian?
–¿co-como sabes mi nombre?
Era la misma niña que se había puesto cerca de Rustic (aunque Brian no lo sabía).
–Eso ahora no importa, Brian, déjame decirte algo.
–No me importa, pero hay algo que te quiero preguntar.
–Adelante.
–¿Cómo sabes que quería estar solo, eh?
–Porque es el lugar más solo de aquí y cuando uno está triste quiere estar solo. Te deprime lo de tu perro, ¿ no es cierto?
–Sí, pero... bah, ése no es el punto. Rustic había sido mi perro. Desde que nació tengo cinco años con él. Bueno, tenía. Nos ayudábamos mutuamente. ¿Sabes?, una vez que él enfermó lo ayudé para que pudiera llegar a casa y él me salvó hace un año de unos ladrones que me querían robar. Recuerdo que saltó encima de ellos y empezó a ladrar hasta que no se vieron más.
–Así es. Sigue así.
–¿Qué?
–Sí. Recuerdas a Rustic en los buenos momentos y no en los malos como cuando murió o cuando casi lo atropella un camión.
–Oye, oye, ¿cómo sabes que a Rustic casi lo atropella un camión, y también cómo es que sabes mi nombre?
–Por esto... –dijo la niña entregándole un pequeño paquete a Brian, él lo abrió lenta y curiosamente.
–Rustic, eres tú ¿verdad? –dijo Brian a la niña a la que la invadió una cegadora luz amarilla. Se despegó del piso y se fue elevando cada vez mas alto hasta que desapareció.
Dos horas después llego a su casa.
–Brian, pensé que nunca vendrías –le dijo su madre dándole un fuerte abrazo.
–Hijo.
–Sí, papá, ya lo sé.
70 años después...
–Abuelo, por favor resiste.
–No llores que eso me deprime, Katie, y entonces moriré sintiéndome mal.
–Te quiero preguntar qué es esa pequeña placa que siempre traes contigo.
–Es de un amigo –dijo mientras la niña se iba a su cuarto.
Y cerró los ojos lentamente y volteó una placa redonda que decía: “Amigos por siempre”.
Amor a Primera Vista
Nelson Alizo (octavo grado)
Yo estaba con un amigo en el Sambil. Estábamos caminando y viendo tiendas. Subimos a la feria del centro comercial y le dimos la vuelta. Pero cuando íbamos caminando me quedé parado viendo a la chama más bella que haya podido ver en toda mi vida. Me le quedé mirando y de repente se cruzaron nuestras miradas y sus ojos eran demasiado lindos y yo le digo a mi amigo:
–Mira a esa chama.
Y él me dice:
–Ni que fuera gran cosa.
Y yo le respondo:
–Es que me gusta demasiado, chamo.
En ese momento yo no sabía qué hacer y en lo único que pensé fue en acercármele y lo hice; y me puse a hablar con ella y después de un largo tiempo de haber estado hablando con ella me miraba y yo a ella y yo creo que fue la mejor casualidad de nuestras vidas ya que fue amor a primera vista. Y seguimos hablando y no aguanté más y le dije todo lo que sentía por ella y ella igual y nos besamos y todo eso. Todo fue muy bonito pero lo más lindo es que los dos sentíamos lo mismo y quién sabe si lo vamos a sentir siempre.
Despierto o no tanto
Saúl Mijares (noveno grado)
Jaime despertó alterado. Abrió los ojos y, moviendo la cabeza, vio a su alrededor. Estaba sudado, muy sudado, como nunca lo había estado antes. Se sentó en la cama y puso sus frías manos sobre su rostro. Había sido sólo un sueño, pero eso sí, un terrible y espantoso sueño. No había hombres lobos, ni gnomos, ni aterradoras brujas acosándolo. Dejó salir un suspiro apagado y se levantó de la cama.
Se colocó unas pantuflas de color azul oscuro y se dirigió lentamente hacia el baño. El corazón todavía le latía con tanta intensidad que creía que de un momento a otro se le iba a salir. Se lavó la cara y se cepilló los dientes. Cuando cerró los ojos para secarse uno de los extraños personajes de su sueño apareció de nuevo. Sacudió la cabeza de un lado a otro, como si quisiera que su sueño desapareciera. Se secó la cara rápidamente y salió del baño. Se dirigió a la cocina por el corto pasillo, mientras se preguntaba en dónde estarían sus padres. Cuando entró en la cocina, divisó una hoja en la mesa marrón. La agarró y la desdobló, al hacerlo creyó haber escuchado un ruido proveniente de el cuarto de la computadora. Se asomó en el cuartico y no había nada, no le dio mucha importancia. Volvió otra vez su atención a la carta y comenzó a leerla:
Jaime:
Apuesto a que olvidaste que tu padre y yo salimos hoy a visitar a tus abuelos, durante todo el día. Esperamos que cuando regresemos no encontremos la casa vuelta un desastre. Ten disciplina y trata de mantenerla en orden. Para desayunar puedes prepararte unos huevos con tocineta y pan. Sacamos del refrigerador una milanesa de pollo para que la frites y te la comas en el almuerzo, también, si quieres, fríete unas tajadas. Y para la cena creo que ya habremos llegado; si no, fríete unos nuggets, están en el refrigerador. Te dejamos 10000 bolívares por si necesitas comprar algo. Esperamos que cuando regresemos los peces y el periquito estén vivos. Cuídate.
Besos
Mamá.
Al terminar de leer la carta, la dobló de nuevo y la puso encima del microondas. Abrió la nevera y se dispuso a agarrar los huevos para freírlos, pero se detuvo. Oyó unos pasos y unos golpes que prevenían del cuartico. Cerró la puerta de la nevera y ésta soltó un aire frío, un aire de suspenso y terror. Se frotó el cachete con la mano para calentarlo un poco. Se dirigió lentamente al cuartico y al entrar no vio absolutamente nada. Bajó los tensos hombros y suspiró. Se olvidó por completo del desayuno y se dirigió a la sala. Puso en el N64 el cartucho de Tony Hawk Pro-Skater y lo encendió. Agarró el control y presionó el botón “A” y se dirigió al sofá. Agarró el control remoto del televisor y lo encendió. En la pantalla aparecieron la imágenes del juego. Presionó “Start”, seleccionó el modo de “Free Skate”, escogió el jugador, la patineta, la pista y empezó a jugar.
Dos horas después, Jaime apagó el N64 y el televisor. Ya sentía hambre. Se dirigió a la cocina y abrió la nevera. Vio el reloj del microondas: eran las doce y media. Se dió el banquete de su vida, comió todo lo que había podido. Después de lavar los platos y limpiar un poco la cocina se dirigió a la ventana, se recostó del marco y vio la estupenda vista que se mostraba.
De repente oyó de nuevo aquel ruido de pisadas. Como era de esperarse, el ruido venía del cuarto de la computadora. Jaime decidió acercarse muy cautelosamente, como si quisiera que, lo que sea que estuviera haciendo el ruido, no lo escuchara. Se acercó de puntillas a la puerta y se quedó asombrado con lo que vio. En la pantalla de la computadora veía gnomos, hombres lobos y demás criaturas que saltaban de un lado a otro. Se acercó sin quitarle la vista a la pantalla de la computadora, se sentó en la silla ejecutiva y se recostó, observando con gran asombro e interés el monitor. Vio el CPU, se encontraba apagado. No había explicación alguna para lo que estaba ocurriendo en la pantalla.
De pronto una estridente luz lo cegó; luego, sin saber cómo, estaba dentro de la pantalla, dentro de ese extraño mundo. Estaba junto con los gnomos, los hombres lobos y las aterradoras brujas de su sueño que acababan de aparecer. Jaime estaba muy confundido, no sabía qué hacer. Se recostó en un árbol que había cerca, pero éste lo golpeó muy fuerte y lo alejó. De nuevo se puso a ver a las criaturas. Un par de hombres lobos discutían, el de la izquierda tenía el pelaje marrón oscuro, medía aproximadamente dos metros de altura y tenía unos colmillos muy afilados. Mientras que el de la derecha era bajo, tenía el pelaje claro y los colmillos apenas le empezaban a salir. Volvió la mirada y vio a un par de gnomos en la misma situación. El de la derecha llevaba unas mallas oscuras, una camisa verde brillante, un cinturón negro con una gran hebilla y en su cabeza llevaba un gran sombrero puntiagudo de color rojo, tenía el rostro totalmente oculto, medía como un metro de altura y tenía los brazos cruzados. El otro medía unos sesenta centímetros, también llevaba unas mallas oscuras, una camisa azul, el mismo tipo de hebilla y el mismo tipo de sombrero.
De repente todos se callaron. Silencio, no se oía nada, todos voltearon y lo miraron, se quedaron viéndolo sin hacer ningún tipo de sonido. Entonces empezaron a caminar hacia él. Lo rodearon y se detuvieron. Jaime no tenía salida, intentó pedir ayuda, pero la voz no le salía. Los miró a todos aterrado, se veían diabólicos. Los hombres lobos, gnomos y brujas empezaron de nuevo a caminar hacia a él, con las manos extendidas, dispuestas a agarrarlo y torturarlo. Jaime no sabía qué hacer, así que se sentó en la grama verde y húmeda, metió la cabeza entre las piernas, cerró los ojos y esperó lo peor.
No sabía que hacer, no había nada que hacer.
Jaime despertó alterado. Abrió los ojos y moviendo la cabeza vió a su alrededor. Estaba sudado, muy sudado, como nunca lo había estado antes. Se sentó en la cama y se puso las frías manos en el rostro. Había solo un sueño, pero eso si, un terrible y espantoso sueño. No había hombres lobos, ni gnomos, ni brujas aterradoras acosándolo. Dejó salir un suspiro apagado y se
levantó de la cama.