Infancia
con impulso poético
Los lectores de Entropía ya se encontraron hace unas semanas con
escritos de Andrea Martínez Jiménez, niña potosina
de ocho años. Eran cinco cuentos, los primeros de los cuales
compuestos a la edad de seis. Las poesías que ahora se recogen
aquí están escritas –dictadas, las primeras– entre los
seis y los siete. Una de ellas, “Mamá, eres genial”, ya la
redactó directamente en su libreta. Alguno de sus poemas es en
el fondo un cuento narrado rítmicamente. Otros, en cambio,
poseen un claro aliento lírico.
Acerca
de “El árbol y el angelito” (publicado el 6 de abril) un
estudioso de la narrativa comentaba algo que se puede aplicar a todos
los textos de la pequeña escritora: no es maniquea, cosa
frecuente en la literatura infantil. Es decir, la maldad no constituye
nunca la esencia de un personaje. El angelito malo que aparece
allí, y con él un niño amargado,
encontrarán redención gracias al amor prodigado por un
árbol de zapotes. El perro malvado de “Los tres gatitos” cambia
de vida gracias a la piedad de uno de los gatos que antes
perseguía.
Y
sin embargo, ahora veremos en “Virgen María, eres mi reina” que
el angelito malo es incapaz de percibir el misterio del amor y de la
belleza. Al menos mientras siga siendo malo, podemos suponer. Esos
versos me hacen estremecer aún después de muchas
lecturas, en consideración de la edad de la autora. Pues,
además, se trata de una concepción dinámica de la
belleza, íntimamente ligada al amor.
Una
filóloga española ponderaba así la calidad de los
cuentos: “es increíble que sepa manejar algo tan difícil
como los diálogos, y que utilice metáforas tan bonitas.
Resulta muy enternecedor leerlos. Además, se nota que son
originales, porque yo recuerdo que mis cuentos siempre eran
re-escrituras de alguno de los cuentos tradicionales. Ojalá siga
en esa vena”. A otra filóloga, colombiana, le impresionaba sobre
todo “la fuerza expresiva, los recursos de los que se vale, la
curiosidad intelectual que revela desde ya. No podría sugerir
aún cómo agrupar los cuentos y los poemas, pero percibo
claramente unos ejes temáticos: la familia, los amigos, los
animales y la naturaleza, la escuela, los sueños, los viajes y
las ciudades, los juegos. Me sorprenden particularmente sus poemas. Es
increíble la voz poética con que cuenta a su edad. Los
cuentos son también muy cálidos”.
En
estas poesías no hay recursos adquiridos de métrica y
rítmica, todo es muy espontáneo. Pero la espontaneidad
pura no existe: cada uno de nosotros tiene un léxico, aprendido
en casa y en la escuela, y unos gustos que por fuerza dependen del
entorno familiar y cultural, y es deudor más o menos consciente
de sus propias lecturas. Esta espontaneidad deudora depara sorpresas
hermosas. Hay algo, por ejemplo, que yo había intuido sin
atreverme a formularlo, por pensar que se debía a una
deformación profesional mía. Después, esta
selección de poemas que hoy ofrece Entropía la
leyó un historiador especializado en el encuentro de la cultura
europea con la mexicana en el siglo XVI, y sus primeras palabras al
terminar de leer fueron: “Me suena a náhuatl”. Es decir, hay una
sensibilidad, una valoración de las cosas de la vida, unas
imágenes, una cadencia en la expresión, que le recuerda a
uno lo que ha leído de literatura náhuatl –poesía
y prosa– traducida al español. ¿De dónde viene
eso? No del análisis de códices y cotejo de ediciones,
naturalmente. Son misterios de la identidad, de lo que se lleva en la
sangre, de un patrimonio de espíritu del que no se suele tener
conciencia.
Y
no digo más, para no restar frescura a estos poemas.
Rafael
Jiménez Cataño
Publicado en Entropía
el 4 de mayo de 2008