Exposición de la distinguida intelectual cubana el 20 de marzo
de 2000, en el Centro Cultural José Martí de la Ciudad de México,
en la Primera Conferencia Mexicana Juarista-Bolivariana.
EN
1862
el poeta y dramaturgo cubano Joaquín Lorenzo Loases compuso un poema
dedicado a la victoria del 5 de mayo en la ciudad de Puebla. Para
aquel poeta ese éxito armado constituía un triunfo del Continente
Americano:
No
atrás miréis valientes mexicanos Lanzad a Veracruz la insana la
tropa O abridle tumba en los extensos llanos.
Ciertamente
el enfrentamiento juarista contra la intervención francesa no sólo
fue un magno acontecimiento mexicano, sino también tuvo fuerte incidencia
en el ámbito internacional, porque la historia ha demostrado que
las auténticas luchas de liberación trascienden los marcos geográficos
y repercuten de diferentes modos e intensidades en otras áreas del
planeta.
En
1881, José Martí deja la ahogante nieve de Nueva York, según sus
palabras, y emprende camino a Venezuela a hinchar sus pulmones del
aire de América. Su llegada la describirá ocho años después en La
Edad de Oro uno de sus más bellos libros. Martí escribió, cuentan
que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer y sin sacudirse
el polvo del camino no preguntó dónde se comía ni dónde se dormía,
sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan
que el viajero solo con los árboles altos y olorosos de la plaza
lloraba frente a la estatua que parecía que se movía, como un padre
cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, agregaba Martí,
porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre,
a Bolívar y a todos los que pelearon como él porque la América fuese
del hombre americano.
El
influjo de este gran americano, Bolívar, en el pensamiento de Martí
se acrecentó durante su estancia en Venezuela sus ideas de Patria
Grande, de profunda raíz bolivariana le estimularon a emprender
la realización inmediata y absoluta de los ideales de una sola América,
Nuestra América.
He
querido hacer esta introducción necesaria porque la intelectualidad
cubana a quien represento en el mensaje que hoy les dirijo ha acogido
con entusiasmo la celebración de esta Conferencia Mexicana Juarista-Bolivariana
por la soberanía y la unidad de los pueblos de América Latina y
el Caribe que lleva como figuras arquetípicas a Benito Juárez y
a Simón Bolívar, y que por un hecho de justicia poética nos reúne
en el centro cultural que el pueblo mexicano creó en homenaje a
José Martí que luchó porque se creara la República Moral de América
con todos y para el bien de todos.
Se
me ha pedido hacer algunas consideraciones acerca del impacto de
la agresión imperialista contra la identidad cultural de nuestros
pueblos. Serán muy cortas porque no he tenido demasiado tiempo ni
materiales de consulta suficiente para elaborar una ponencia con
el rigor científico necesario para un foro en el que participan
distinguidos estudiosos.
Entendemos
la cultura como la forma de manifestarse creativamente el ser humano
y no sólo hablamos de cultura artística, sino de política, económica,
científica y tecnológica porque en el mundo contemporáneo cada día
el hombre necesita aspirar a la integralidad para dominar conocimientos
y técnicas que le permitan vincularse con el mundo que lo rodea.
Y
cómo poder lograr esto en un mundo unipolar dominado por una súper
potencia que posee un poder inmenso para imponer su cultura. La
historia pasada fue como fue y no como hubiéramos querido que fuera,
pero ¿debemos resignarnos a que el futuro sea igual? Las estadísticas
demuestran que la riqueza de las tres personas más ricas del mundo
es superior al Producto Interno Bruto de los países menos desarrollados
del mundo con sus 600 millones de habitantes. Existen países con
bajos índices de natalidad cuyos habitantes tienen un alto nivel
de vida y un por ciento de ellos son opulentos, son aquéllos los
que pueden gastar cada año 12 mil millones de dólares en perfumes
y 17 mil millones en alimentos para animales domésticos. ¿Qué queda
pues para nosotros, los del tercer mundo, que tenemos 900 millones
de hambrientos y 1,300 millones de pobres?
En
Africa hay 23 millones de personas infectadas de sida, para tratarlas
como los que reciben atención médica en los países ricos se necesitarían
casi 300 mil millones de dólares, ¿dónde está ese dinero? Solamente
ahí en el continente negro, del cual son deudoras muchas culturas
del mundo, morirán irremisiblemente 23 millones de personas por
el solo hecho de ser pobres.
En
cuanto a la cultura artística, es trágico el panorama que trata
de imponernos el pensamiento único haciéndonos creer que es nuestro
o que es superior a nuestra rica diversidad de culturas y modelos
o que es más avanzado y moderno que nuestras múltiples identidades.
El
vertiginoso desarrollo de las tecnologías de comunicación, cuyo
monopolio pertenece a los vecinos del norte incluidas las cadenas
más poderosas de televisión, de la industria cinematográfica y la
producción de casetes y discos compactos impone jerarquías que se
convierten en fetiches para nuestra juventud, pongamos sólo como
ejemplo la música.
Hoy
el mundo oye y baila la música latina que aquí surge como fuerza
arrolladora, y qué es lo que sucede, las grandes casas disqueras,
el mundo demente del espectáculo es el que define e impone la moda
musical y nuestros músicos tienen que conformarse con cantar en
un idioma foráneo o soportar que nuestra rumba, nuestro mambo o
nuestra huaracha sea llamado salsa.
Hoy
el divorcio entre fama, éxito comercial y talento es estremecedor,
y preocupante que sean los Grammy y los Oscar los que definan las
jerarquías artísticas para el mundo. Y qué decir de las artes visuales,
nuestros talentosos pintores o escultores si no están vinculados
a los grandes circuitos de galerías no pueden ser conocidos ni pueden
aspirar a vivir de su arte. Las grandes casas de subastas de acuerdo
a sus intereses que en la mayoría de los casos no es el interés
del verdadero arte, son las que deciden los gustos del mercado.
Los galeristas y subastadores se hacen ricos a costa del arte de
sus representados, es inmoral el precio a que ascienden las obras
de arte y por supuesto la mayoría de ellas no van a los museos donde
al menos pudiéramos verlas, sino a las bóvedas de los bancos donde
sus enajenados y millonarios propietarios las esconden por miedo
a los robos.
Los
avances tecnológicos en el campo de la información deberíamos utilizarlos
al máximo para adelantar las ideas humanistas y la difusión de lo
mejor de nuestras culturas nacionales frente a la avalancha de violencia,
racismo, xenofobia e intolerancia de una cultura de la muerte que
ya va siendo víctima de su propio salvajismo. Pero esos avances
maravillosos de manera masiva están bien lejos de nosotros. Hablarles
a los pobres de Internet es casi una broma, cuando se sabe que el
91% de los usuarios de Internet pertenecen al llamado mundo desarrollado.
Mientras en Estados Unidos, Suecia y Suiza existen más de 600 líneas
telefónicas por mil habitantes, en Haití o en Camboya hay un teléfono
por cada mil habitantes. ¿Podrá algún día transformarse esa situación?
A
los intelectuales contemporáneos, a los promotores y a los que dirigen
las estructuras que apoyan el desarrollo de nuestras culturas nacionales
nos corresponde reflexionar bajo el signo de cultura y sociedad,
y los conflictos y retos de la contemporaneidad. Nuestra mirada
debe colocarse en una doble perspectiva: hacia dentro de nosotros
mismos, hacia las repercusiones éticas, sociales y aun culturales
derivadas de las situaciones internas de cada uno de nuestros países.
Y la otra mirada, tal vez la más profunda, hacia las repercusiones
de una globalización banalizante en el plano de la cultura que la
somete a mensajes unidireccionales, destructores de la siempre fecunda
diversidad.
Este
panorama apocalíptico debe ser enfrentado con la fuerza que el gran
poeta cubano Silvio Vitier ha llamado el sol del mundo moral, que
no es otra cosa que la lucha por la justicia social que comenzó
en Nuestra América a partir de la liberación de los esclavos y la
reivindicación de los derechos de nuestros criollos por poseer y
desarrollar su propia identidad.
Hoy
las ideas de Juárez, Bolívar y Martí, deben ser de nuevo estudiadas
y valoradas a la luz del nuevo siglo. Su ética, su defensa del patrimonio
nacional que a cada uno de nuestros países corresponde y, a su vez,
a nuestro enorme y joven continente y sobre todo nuestra cultura
es la fuerza que nos apoyará para ser sabios en defensa de lo que
nos pertenece.
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