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Movimiento Mexicano
Juarista Bolivariano

POR LA SOBERANIA Y LA UNIDAD DE LOS PUEBLOS
DE AMERICA LATINA Y EL CARIBE
Hacia una alternativa latinoamericanista para el Siglo 21
Elementos para la integración de un programa común

Cuauhtémoc Amezcua Dromundo (2)

I. Problemas comunes.

A LOS PUEBLOS de América Latina y el Caribe nos hermanan ciertamente semejanzas de orden histórico y cultural que fundamentan por sí solas, con solidez suficiente, el anhelo bolivariano de unidad, compartido por cierto por toda la pléyade de los grandes hombres de nuestra historia común.

No son, sin embargo, los únicos rasgos que compartimos ni el único fundamento del proyecto unitario. Los pueblos latinoamericanos y caribeños han afrontado en esencia los mismos grandes problemas secularmente. Podemos enumerarlos: dependencia de potencias del exterior; saqueo de nuestra riqueza y recursos naturales; falta de desarrollo de nuestras fuerzas productivas; injusta distribución del producto social e insuficiencia democrática, señalados en sus grandes rubros. Podrían desglosarse y formarían un listado extenso.

Contra ellos, nuestros pueblos han luchado. La historia de cada uno de nuestros países, sin excepción, es rica en páginas brillantes, en hechos históricos que nos enorgullecen. Batallas victoriosas que han desembocado en avances, significativos, en muchas ocasiones.

Los problemas persisten, sin embargo. Han probado ser difíciles de resolver, sobre todo si se les enfrenta de manera aislada. La falta de unidad es aprovechada por los enemigos y los explotadores de nuestros pueblos. Más todavía, los problemas, en ciertas etapas, se acrecientan.

Tal es el caso, muy notoriamente, de las dos últimas décadas, las de la implantación del modelo neoliberal. El retroceso ha sido brutal y ha alcanzado todos los aspectos. Hoy, como regla general, nuestros países son más dependientes, nuestras economías más enajenadas, nuestras deudas más grandes, nuestras sociedades más injustas, nuestros pueblos más pobres, nuestro porvenir más incierto.

Algunas cifras dramáticas que aporta el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, de 1998, ilustran el aserto. Dos mil 840 millones de habitantes de países en desarrollo, como los nuestros, viven en comunidades sin saneamiento básico; mil cuatrocientos sesenta millones de seres humanos carecen de agua potable; mil cien millones carecen de vivienda adecuada; mil millones son analfabetos; 880 millones viven fuera del alcance de servicios de salud modernos; una quinta parte del total de los niños no llega al 5º grado de educación primaria; un porcentaje igual padece desnutrición y 200 millones de niños duermen en las calles.

Otros datos más, de la misma fuente: el 20% de la población mundial mejor tratado consume el 45% de toda la carne y el pescado, en tanto que el 20% más pobre consume menos del 5%. El 20% rico consume el 58% de toda la energía, en tanto que el 20% situado al otro extremo, apenas el 4%. El 20% de más altos ingresos consume el 84% de todo el papel, en tanto que el 20% más pobre, sólo el 1.1%. El 20% acaudalado posee el 87% de todos los vehículos del mundo, en tanto que el 20% con menos recursos no llega al 1%.

Y vale la pena reiterarlo, no se trata de problemas que vengan del pasado y tiendan a resolverse. Por el contrario, las políticas económicas hoy imperantes en el orbe y en la mayoría de nuestros países, que atribuyen al mercado la facultad de impulsar un desarrollo sano y democrático, son las responsables de haber acelerado la tendencia que concentra los bienes de la civilización y la cultura en unas cuantas manos, cada vez menos, por cierto, y condenan a la miseria a franjas cada vez mayores de humanos.

II: Enemigos comunes.

La lucha de nuestros pueblos por construir su destino con independencia y soberanía los ha enfrentado desde siempre con enemigos poderosos. Fueron primero, sobre todo, los colonialistas europeos. Han sido después, para decirlo en términos emblemáticos, los que acuñaron el monroísmo para oponerlo al bolivarismo.

Visto el fenómeno en nuestros días, vale decir que las cifras que aportan los indicadores del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y otros varios documentos que reflejan una trágica realidad, no estarían ahí si no existieran quienes se benefician con las relaciones de intercambio económico imperantes, extremadamente injustas, cada día más, y si tales elementos no tuvieran el poder suficiente, como lo tienen, para imponerlas a todo el resto de la humanidad.

Se trata de un entramado de intereses cuyo núcleo central lo compone un grupo pequeño, desde el punto de vista numérico. Para tener una idea de su magnitud, téngase en cuenta que en la actualidad apenas 356 individuos, los más ricos del mundo, acumulan tal riqueza, que equivale al ingreso anual de 270 millones de personas , y que esa riqueza les otorga un enorme poder concentrado.

Pocos pero muy poderosos, en efecto, porque de hecho unos cuantos cientos de individuos, unos miles, a lo sumo, si se tiene en cuenta a los detentadores del capital financiero y de las principales ramas de la economía en el mundo, tienen la capacidad real para manipular a su conveniencia las variables del mercado mundial, oferta y demanda, que afectan a seis mil millones de humanos. No sólo eso. Dentro de una bien tejida red de intereses y complicidades, no exenta de contradicciones, tienen sin embargo a su servicio también el poder político de los Estados más poderosos del orbe, y su poder militar que incluye los más sofisticados armamentos.

Ese entramado de intereses, hay que reiterarlo, constituye el enemigo común de nuestros pueblos. Su núcleo principal es ese puñado de individuos que concentra el poder económico mundial; a él se añaden los gobiernos de las potencias hegemónicas, con todos los recursos a su alcance; la mayoría de los gobiernos de nuestros países latinoamericanos y caribeños, que están subordinados a los intereses, de aquéllos; la mayoría de los medios de comunicación de cobertura mundial y local, y muchos otros diversos conjuntos de individuos e instituciones que sirven también a los mismos amos.

Se trata del imperialismo y sus agentes, si queremos utilizar los términos exactos, aunque un tanto caídos en desuso luego de haber sido exorcizados por los poderes hegemónicos.

Enemigos poderosos, debemos reconocerlo. Tanto que suponer que se les puede vencer actuando aisladamente cada personalidad, cada individuo, cada corriente, cada institución académica, cada organización no gubernamental, cada movimiento social, cada partido político, cada organización del tipo que sea, cada uno de nuestros países, víctimas de su acción depredadora; suponer que se les puede vencer actuando cada uno por su lado o en pequeñas alianzas, sería francamente aventurado.

Se requiere de manera indispensable de grandes alianzas al interior de nuestros países y de grandes alianzas más allá de nuestras fronteras. De otra manera, la satisfacción de los anhelos seculares de nuestros pueblos, resultaría inalcanzable, con la correlación de fuerzas que hoy se da en el orbe.

Por ello puede afirmarse la plena vigencia, hoy más que nunca, de los ideales bolivarianos de unidad que presiden los trabajos de esta Primera Conferencia Anfictiónica.

III. Soluciones comunes

Tenemos pues, los pueblos latinoamericanos y caribeños, hondas raíces semejantes de orden histórico y cultural; los mismos grandes problemas; los mismos enemigos comunes. Debemos construir una alternativa común, un programa común de soluciones colectivamente discutido, para así redondear la base que permita un trabajo unitario fructífero.

Nuestra alternativa latinoamericanista y caribeña debe partir de nuestra realidad actual, de países dependientes, excesivamente endeudados con el exterior, cotidianamente saqueados, con escaso desarrollo de nuestras fuerzas productivas, enormes carencias y rezagos acumulados, insuficiencia de capitales productivos propios, concentración desmedida de la riqueza y pueblos depauperados.

Nuestra alternativa latinoamericanista y caribeña debe proponerse el logro de la plena independencia y soberanía de nuestros pueblos con respecto de las grandes potencias hegemonistas. Debe proponerse, por tanto, revertir el proceso de supeditación creciente al que los regímenes neoliberales han sometido a nuestros países.

Debe proponerse dar un manejo distinto al enorme problema de la deuda externa, que se ha convertido en uno de los mecanismos de descapitalización de nuestros países, según el cual de manera constante erogamos cuantiosos recursos para su servicio y no sólo no la saldamos, sino que su monto crece día con día.

Debe proponerse detener el saqueo de nuestros recursos; acabar con la situación absurda en que hemos estado inmersos, según la cual nuestras economías incipientes subsidian las de países poderosos, sobre todo la de los Estados Unidos.

Debe proponerse desarrollar nuestras fuerzas productivas con el mayor dinamismo posible y, de manera muy importante, distribuir el producto social con equidad, para abatir los enormes rezagos, las inhumanas carencias a que están sujetos la gran mayoría de los habitantes de nuestra región.

Debe proponerse la construcción de un sistema democrático distinto, diferente del que se ha venido implantando durante las dos últimas décadas, en reemplazo de las dictaduras militares, muy exaltado, por cierto, por voces diversas, entre ellas, sobre todo -y esto es muy significativo-, las de los enemigos comunes de nuestros pueblos.

El régimen político-electoral que se ha venido implantando en casi todos nuestros países, podría denominarse democracia representativa neoliberal. Se trata de una falsa democracia en la que los procesos electorales se mercantilizan cada día más, al mismo tiempo que se despolitizan. Se trata de una perversión del sistema democrático en la que se pretende convertir al poder público de cada uno de nuestros países en una mera mercancía, muy costosa por cierto. Se trata, en esta democracia representativa neoliberal, de usurpar la soberanía del pueblo, de arrebatarle el derecho de mandato. Se trata, en suma, de una democracia ficticia, puramente cosmética.

Nuestra alternativa debe proponerse la construcción de una democracia distinta, que obedezca al principio de que quien manda es el pueblo y, por tanto, los gobernantes deben actuar al servicio de los intereses del pueblo, por lo que su gestión debe reflejarse en una creciente equidad, en beneficios sobre todo para la mayoría.

Además de todo lo anterior, debe proponerse sentar las bases para ulteriores transformaciones en la organización de la sociedad, hacia estadíos más avanzados.

Nuestra alternativa debe tener una concepción clara con respecto del papel que corresponde al Estado en países como los nuestros. Una concepción distinta, opuesta a la que ha venido imponiendo el neoliberalismo. Este ha venido promoviendo reformas del Estado, con el pretexto de volverlo menos obeso, más ágil y eficiente. Su propósito real es debilitarlo, evitar que el Estado, en países como los nuestros, pueda jugar un papel significativo en la lucha por nuestra soberanía e independencia frente al hegemonismo de la potencia del norte y a la ambición de los capitales extranjeros de apoderarse de todas nuestras riquezas, sin límite alguno.

Nuestra concepción debe tomar en cuenta que sólo un Estado política y económicamente fuerte resulta capaz de enfrentar con posibilidades de éxito las enormes presiones que realizan los poderosos supermonopolios y consorcios transnacionales hoy en día. Sólo un Estado política y económicamente fuerte puede garantizar, por tanto, la viabilidad de un proyecto con las características que hemos venido enunciando.

Nuestra alternativa debe, por tanto, rechazar el camino de las privatizaciones y revertirlo. Poner en manos del Estado las ramas de la economía que resultan estratégicas, en función de nuestro proyecto histórico y de los intereses de los pueblos de la región latinoamericana y caribeña. Nuestra alternativa debe otorgar un espacio significativo al tema de la educación, a partir de la definición del tipo de hombre y mujer que requerimos formar: imbuido de un pensamiento firmemente bolivariano; dispuesto a la lucha por la soberanía, la equidad y la democracia; nacionalista, pero a la vez regionalista y solidario.

Nuestra alternativa debe oponerse y rechazar con energía el proceso perverso que el neoliberalismo ha impuesto a nuestras universidades e instituciones de educación superior, con el propósito de supeditarlas a su proyecto neocolonizador.

Nuestro proyecto debe ser realista, serio, bien sustentado. Debe rechazar la noción de "tercera vía", teorizada por Giddens e impulsada políticamente por Clinton y Major. Para nosotros debe estar muy claro que esa no es en verdad una vía distinta a la del neoliberalismo neocolonialista y depredador. Se trata, en esencia, del mismo producto, sólo que con una etiqueta distinta.

Una alternativa común, un programa común de soluciones bien sustentado y colectivamente discutido nos permitirá redondear la base sobre la cual podamos construir un trabajo unitario fructífero retomando el anhelo bolivariano que, no cabe la menor duda, tiene hoy mayor vigencia que nunca.

1 Ponencia presentada en la Primera Conferencia Anfictiónica Bolivariana de América Latina y el Caribe. Texto íntegro.
2 Secretario General del Partido Popular Socialista (México) y Presidente de la Sociedad Mexicana de Estudios Legislativos, A.C.
3 Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 1998
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