Cuauhtémoc
Amezcua Dromundo (2)
I.
Problemas comunes.
A
LOS PUEBLOS de América Latina y el Caribe nos hermanan ciertamente
semejanzas de orden histórico y cultural que fundamentan por sí
solas, con solidez suficiente, el anhelo bolivariano de unidad,
compartido por cierto por toda la pléyade de los grandes hombres
de nuestra historia común.
No
son, sin embargo, los únicos rasgos que compartimos ni el único
fundamento del proyecto unitario. Los pueblos latinoamericanos y
caribeños han afrontado en esencia los mismos grandes problemas
secularmente. Podemos enumerarlos: dependencia de potencias del
exterior; saqueo de nuestra riqueza y recursos naturales; falta
de desarrollo de nuestras fuerzas productivas; injusta distribución
del producto social e insuficiencia democrática, señalados en sus
grandes rubros. Podrían desglosarse y formarían un listado extenso.
Contra
ellos, nuestros pueblos han luchado. La historia de cada uno de
nuestros países, sin excepción, es rica en páginas brillantes, en
hechos históricos que nos enorgullecen. Batallas victoriosas que
han desembocado en avances, significativos, en muchas ocasiones.
Los
problemas persisten, sin embargo. Han probado ser difíciles de resolver,
sobre todo si se les enfrenta de manera aislada. La falta de unidad
es aprovechada por los enemigos y los explotadores de nuestros pueblos.
Más todavía, los problemas, en ciertas etapas, se acrecientan.
Tal
es el caso, muy notoriamente, de las dos últimas décadas, las de
la implantación del modelo neoliberal. El retroceso ha sido brutal
y ha alcanzado todos los aspectos. Hoy, como regla general, nuestros
países son más dependientes, nuestras economías más enajenadas,
nuestras deudas más grandes, nuestras sociedades más injustas, nuestros
pueblos más pobres, nuestro porvenir más incierto.
Algunas
cifras dramáticas que aporta el Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo, de 1998, ilustran el aserto. Dos mil 840 millones
de habitantes de países en desarrollo, como los nuestros, viven
en comunidades sin saneamiento básico; mil cuatrocientos sesenta
millones de seres humanos carecen de agua potable; mil cien millones
carecen de vivienda adecuada; mil millones son analfabetos; 880
millones viven fuera del alcance de servicios de salud modernos;
una quinta parte del total de los niños no llega al 5º grado de
educación primaria; un porcentaje igual padece desnutrición y 200
millones de niños duermen en las calles.
Otros
datos más, de la misma fuente: el 20% de la población mundial mejor
tratado consume el 45% de toda la carne y el pescado, en tanto que
el 20% más pobre consume menos del 5%. El 20% rico consume el 58%
de toda la energía, en tanto que el 20% situado al otro extremo,
apenas el 4%. El 20% de más altos ingresos consume el 84% de todo
el papel, en tanto que el 20% más pobre, sólo el 1.1%. El 20% acaudalado
posee el 87% de todos los vehículos del mundo, en tanto que el 20%
con menos recursos no llega al 1%.
Y vale
la pena reiterarlo, no se trata de problemas que vengan del pasado
y tiendan a resolverse. Por el contrario, las políticas económicas
hoy imperantes en el orbe y en la mayoría de nuestros países, que
atribuyen al mercado la facultad de impulsar un desarrollo sano
y democrático, son las responsables de haber acelerado la tendencia
que concentra los bienes de la civilización y la cultura en unas
cuantas manos, cada vez menos, por cierto, y condenan a la miseria
a franjas cada vez mayores de humanos.
II:
Enemigos comunes.
La
lucha de nuestros pueblos por construir su destino con independencia
y soberanía los ha enfrentado desde siempre con enemigos poderosos.
Fueron primero, sobre todo, los colonialistas europeos. Han sido
después, para decirlo en términos emblemáticos, los que acuñaron
el monroísmo para oponerlo al bolivarismo.
Visto
el fenómeno en nuestros días, vale decir que las cifras que aportan
los indicadores del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
y otros varios documentos que reflejan una trágica realidad, no
estarían ahí si no existieran quienes se benefician con las relaciones
de intercambio económico imperantes, extremadamente injustas, cada
día más, y si tales elementos no tuvieran el poder suficiente, como
lo tienen, para imponerlas a todo el resto de la humanidad.
Se
trata de un entramado de intereses cuyo núcleo central lo compone
un grupo pequeño, desde el punto de vista numérico. Para tener una
idea de su magnitud, téngase en cuenta que en la actualidad apenas
356 individuos, los más ricos del mundo, acumulan tal riqueza, que
equivale al ingreso anual de 270 millones de personas , y que esa
riqueza les otorga un enorme poder concentrado.
Pocos
pero muy poderosos, en efecto, porque de hecho unos cuantos cientos
de individuos, unos miles, a lo sumo, si se tiene en cuenta a los
detentadores del capital financiero y de las principales ramas de
la economía en el mundo, tienen la capacidad real para manipular
a su conveniencia las variables del mercado mundial, oferta y demanda,
que afectan a seis mil millones de humanos. No sólo eso. Dentro
de una bien tejida red de intereses y complicidades, no exenta de
contradicciones, tienen sin embargo a su servicio también el poder
político de los Estados más poderosos del orbe, y su poder militar
que incluye los más sofisticados armamentos.
Ese
entramado de intereses, hay que reiterarlo, constituye el enemigo
común de nuestros pueblos. Su núcleo principal es ese puñado de
individuos que concentra el poder económico mundial; a él se añaden
los gobiernos de las potencias hegemónicas, con todos los recursos
a su alcance; la mayoría de los gobiernos de nuestros países latinoamericanos
y caribeños, que están subordinados a los intereses, de aquéllos;
la mayoría de los medios de comunicación de cobertura mundial y
local, y muchos otros diversos conjuntos de individuos e instituciones
que sirven también a los mismos amos.
Se
trata del imperialismo y sus agentes, si queremos utilizar los términos
exactos, aunque un tanto caídos en desuso luego de haber sido exorcizados
por los poderes hegemónicos.
Enemigos
poderosos, debemos reconocerlo. Tanto que suponer que se les puede
vencer actuando aisladamente cada personalidad, cada individuo,
cada corriente, cada institución académica, cada organización no
gubernamental, cada movimiento social, cada partido político, cada
organización del tipo que sea, cada uno de nuestros países, víctimas
de su acción depredadora; suponer que se les puede vencer actuando
cada uno por su lado o en pequeñas alianzas, sería francamente aventurado.
Se
requiere de manera indispensable de grandes alianzas al interior
de nuestros países y de grandes alianzas más allá de nuestras fronteras.
De otra manera, la satisfacción de los anhelos seculares de nuestros
pueblos, resultaría inalcanzable, con la correlación de fuerzas
que hoy se da en el orbe.
Por
ello puede afirmarse la plena vigencia, hoy más que nunca, de los
ideales bolivarianos de unidad que presiden los trabajos de esta
Primera Conferencia Anfictiónica.
III.
Soluciones comunes
Tenemos
pues, los pueblos latinoamericanos y caribeños, hondas raíces semejantes
de orden histórico y cultural; los mismos grandes problemas; los
mismos enemigos comunes. Debemos construir una alternativa común,
un programa común de soluciones colectivamente discutido, para así
redondear la base que permita un trabajo unitario fructífero.
Nuestra
alternativa latinoamericanista y caribeña debe partir de nuestra
realidad actual, de países dependientes, excesivamente endeudados
con el exterior, cotidianamente saqueados, con escaso desarrollo
de nuestras fuerzas productivas, enormes carencias y rezagos acumulados,
insuficiencia de capitales productivos propios, concentración desmedida
de la riqueza y pueblos depauperados.
Nuestra
alternativa latinoamericanista y caribeña debe proponerse el logro
de la plena independencia y soberanía de nuestros pueblos con respecto
de las grandes potencias hegemonistas. Debe proponerse, por tanto,
revertir el proceso de supeditación creciente al que los regímenes
neoliberales han sometido a nuestros países.
Debe
proponerse dar un manejo distinto al enorme problema de la deuda
externa, que se ha convertido en uno de los mecanismos de descapitalización
de nuestros países, según el cual de manera constante erogamos cuantiosos
recursos para su servicio y no sólo no la saldamos, sino que su
monto crece día con día.
Debe
proponerse detener el saqueo de nuestros recursos; acabar con la
situación absurda en que hemos estado inmersos, según la cual nuestras
economías incipientes subsidian las de países poderosos, sobre todo
la de los Estados Unidos.
Debe
proponerse desarrollar nuestras fuerzas productivas con el mayor
dinamismo posible y, de manera muy importante, distribuir el producto
social con equidad, para abatir los enormes rezagos, las inhumanas
carencias a que están sujetos la gran mayoría de los habitantes
de nuestra región.
Debe
proponerse la construcción de un sistema democrático distinto, diferente
del que se ha venido implantando durante las dos últimas décadas,
en reemplazo de las dictaduras militares, muy exaltado, por cierto,
por voces diversas, entre ellas, sobre todo -y esto es muy significativo-,
las de los enemigos comunes de nuestros pueblos.
El
régimen político-electoral que se ha venido implantando en casi
todos nuestros países, podría denominarse democracia representativa
neoliberal. Se trata de una falsa democracia en la que los procesos
electorales se mercantilizan cada día más, al mismo tiempo que se
despolitizan. Se trata de una perversión del sistema democrático
en la que se pretende convertir al poder público de cada uno de
nuestros países en una mera mercancía, muy costosa por cierto. Se
trata, en esta democracia representativa neoliberal, de usurpar
la soberanía del pueblo, de arrebatarle el derecho de mandato. Se
trata, en suma, de una democracia ficticia, puramente cosmética.
Nuestra
alternativa debe proponerse la construcción de una democracia distinta,
que obedezca al principio de que quien manda es el pueblo y, por
tanto, los gobernantes deben actuar al servicio de los intereses
del pueblo, por lo que su gestión debe reflejarse en una creciente
equidad, en beneficios sobre todo para la mayoría.
Además
de todo lo anterior, debe proponerse sentar las bases para ulteriores
transformaciones en la organización de la sociedad, hacia estadíos
más avanzados.
Nuestra
alternativa debe tener una concepción clara con respecto del papel
que corresponde al Estado en países como los nuestros. Una concepción
distinta, opuesta a la que ha venido imponiendo el neoliberalismo.
Este ha venido promoviendo reformas del Estado, con el pretexto
de volverlo menos obeso, más ágil y eficiente. Su propósito real
es debilitarlo, evitar que el Estado, en países como los nuestros,
pueda jugar un papel significativo en la lucha por nuestra soberanía
e independencia frente al hegemonismo de la potencia del norte y
a la ambición de los capitales extranjeros de apoderarse de todas
nuestras riquezas, sin límite alguno.
Nuestra
concepción debe tomar en cuenta que sólo un Estado política y económicamente
fuerte resulta capaz de enfrentar con posibilidades de éxito las
enormes presiones que realizan los poderosos supermonopolios y consorcios
transnacionales hoy en día. Sólo un Estado política y económicamente
fuerte puede garantizar, por tanto, la viabilidad de un proyecto
con las características que hemos venido enunciando.
Nuestra
alternativa debe, por tanto, rechazar el camino de las privatizaciones
y revertirlo. Poner en manos del Estado las ramas de la economía
que resultan estratégicas, en función de nuestro proyecto histórico
y de los intereses de los pueblos de la región latinoamericana y
caribeña. Nuestra alternativa debe otorgar un espacio significativo
al tema de la educación, a partir de la definición del tipo de hombre
y mujer que requerimos formar: imbuido de un pensamiento firmemente
bolivariano; dispuesto a la lucha por la soberanía, la equidad y
la democracia; nacionalista, pero a la vez regionalista y solidario.
Nuestra
alternativa debe oponerse y rechazar con energía el proceso perverso
que el neoliberalismo ha impuesto a nuestras universidades e instituciones
de educación superior, con el propósito de supeditarlas a su proyecto
neocolonizador.
Nuestro
proyecto debe ser realista, serio, bien sustentado. Debe rechazar
la noción de "tercera vía", teorizada por Giddens e impulsada políticamente
por Clinton y Major. Para nosotros debe estar muy claro que esa
no es en verdad una vía distinta a la del neoliberalismo neocolonialista
y depredador. Se trata, en esencia, del mismo producto, sólo que
con una etiqueta distinta.
Una
alternativa común, un programa común de soluciones bien sustentado
y colectivamente discutido nos permitirá redondear la base sobre
la cual podamos construir un trabajo unitario fructífero retomando
el anhelo bolivariano que, no cabe la menor duda, tiene hoy mayor
vigencia que nunca.
1
Ponencia presentada en la Primera Conferencia Anfictiónica Bolivariana
de América Latina y el Caribe. Texto íntegro.
2 Secretario General del Partido Popular Socialista (México) y Presidente
de la Sociedad Mexicana de Estudios Legislativos, A.C.
3 Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 1998.
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