Dr. Rolando Murgas Torrazza (2)
DOS
TEMAS
sugeridos por Bolívar para las deliberaciones del Congreso Anfictiónico
concitan en esta ocasión nuestra atención. Se trata de la alusión
a la igualdad jurídica de los Estados y la no intervención, principios
que se incorporan posteriormente al Derecho Internacional contemporáneo
y que han sido celosamente defendidos por mucho tiempo en América.
A estas
alturas de la evolución de la humanidad no sólo corresponde la defensa
de la igualdad jurídica de los Estados, con independencia de su
extensión, población, riqueza o fuerza militar, sino que es menester
una franca revisión de los mecanismos que todavía aseguran preeminencia
en los organismos internacionales a los Estados más poderosos. En
lo que concierne al ámbito americano, en el cual concretamente la
destacó el Libertador, es el momento de imponerlo, con toda fuerza,
en los hechos. Esto implica el rechazo firme y reflexivo de insultantes
manifestaciones como las proferidas en reunión de la OEA en nuestro
país, que en su arrogancia parecieran indicar el convencimiento
que el organismo internacional americano debe expresar únicamente
el pensamiento y los intereses del Estado más poderoso de la región.
No fue eso lo que Bolívar defendió como igualdad jurídica de los
Estados Americanos.
El
principio de no intervención, tantas veces vulnerado, es pieza fundamental
en las relaciones internacionales y debe tenerse mucho cuidado en
aceptar su debilitamiento, con la simple invocación de fines superiores,
sobre todo si se evidencia la gravitación de la peligrosa aplicación
de una doble moral internacional, que, por razón de particulares
conveniencias, permite a uno o pocos Estados erigirse en los únicos
determinantes de la legitimidad de una intervención.
Bien
han hecho nuestro país y los demás países latinoamericanos en pronunciarse
sobre la pretensión de aplicar extraterritorialmente, por encima
de las soberanías nacionales, una legislación interna, que más que
inspirada en razones de política internacional es el resultado de
consideraciones de política interna, al calor de una inminente contienda
electoral.
El
tema de la soberanía ha sido históricamente sensitivo y vital para
los panameños. La globalización y los cambios internacionales, en
sus manifestaciones positivas, no pueden de modo alguno entrañar
la quiebra, en su esencia, de la soberanía. Las expresiones de supranacionalidad
en las relaciones internacionales y en particular las derivadas
de los procesos de integración, no significan la pretendida crisis
de la soberanía.
Panamá
recibió enaltecedoras frases del Libertador acerca de su destino
y su papel dentro de la comunidad internacional, que son de todos
conocidas. Esa visión genial lo llevó a escogernos como sede del
Congreso Anfictiónico hace 173 años.
Así
Panamá, ungida por el Libertador, la pequeña hermanita que luego
cantara Neruda, se enfrentó a su destino, libre de la opresión española.
En ese camino ha habido recompensas y también muchos sinsabores.
Luego de sacrificios y luchas generacionales, estamos a las puertas
de encontrarnos con nosotros mismos y ser al fin dueños y beneficiarios
de la principal riqueza que nos otorgó la naturaleza, pero también
auténticamente independientes.
El
enclave colonial que tanto nos agobió ha ido desapareciendo, pero
no en su totalidad. La presencia militar extranjera, que tanto gravitó
en contra de nuestra identidad nacional, era y es parte del enclave.
Su perpetuación sería una auténtica renuncia al derecho de disponer
sin interferencias de nuestro destino.
El
Panamá que Bolívar soñó y el que nos corresponde a los panameños
de hoy y de mañana, no es un Panamá sembrado, en su propio corazón,
de bases militares extranjeras.
Peligroso
sería que esa presencia avasallante y distorsionadora, pretendiera
disfrazarse con una supuesta necesidad de combatir el narcotráfico.
Ese flagelo no se enfrenta ocupando militarmente a los países más
pequeños, en una desviación de la ubicación real del problema, generado
en los centros de consumo, que serían, en todo caso, los que deberían,
en sus calles y plazas, llenarse de soldados. Colombia, la hija
predilecta de Bolívar, paga hoy un duro y doloroso precio, por un
problema que en el fondo corresponde a otros y por otras vías combatir.
La
colaboración en esa necesaria lucha contra el narcotráfico puede
darse de muchas formas, pero no renunciando a preservar la identidad
nacional. Mucho menos deberían invocarse falsas e infundadas razones
económicas que, en la simplicidad de su lógica, significarían el
resignarse para siempre a la ocupación militar del suelo istmeño.
Creemos
en relaciones maduras, igualitarias y respetuosas con todos los
Estados y esto incluye a los Estados Unidos de América. Tanto ellos
como nosotros somos parte de un mundo cada vez más interdependiente,
pero en el que no deben tener cabida condiciones de subordinación
de unos frente a otros.
Al
final el sueño de Bolívar para Panamá podría estar mucho más cerca
y completo, si afrontamos en su debida dimensión el hecho histórico
que habrá de cumplirse al mediodía del 31 de diciembre de 1999.
(1)
Ponencia presentada en la Primera Conferencia Anfictiónica Bolivariana
de América Latina y el Caribe. Fragmentos.
(2) Profesor titular de Derecho del Trabajo en la Facultad de Derecho
y Ciencias Políticas de la Universidad de Panamá.
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