UNA GUERRA PARA RECUPERAR EL HONOR PERDIDO
"De la fosa de Ultramar surgió un ejército mondado al hueso, repleto de oficiales, peleados siempre por un destino. Un ejército de uniformes sin saber adonde ir a luchar ni a quien mirar para pedir. Una milicia honrada, frustrada y pobre. Un ejército al que se acusó de toda la derrota, cuando su responsabilidad la compartía con la torpe política de Estado." (Pando, 1999, pag. 78).
El Desastre de 1898 se saldó con la liquidación de los restos del viejo Imperio Español sin que la nación se enterara muy bien de los detalles de su pérdida. Sin embargo, lo que se oculta tras el empleo del término "desastre" es una derrota militar en toda regla. La guerra hispano-norteamerica supuso el despertar al mundo de una joven potencia imperial a costa de la postración definitiva de una desorganizada y vieja nación, enfrentada durante un siglo a una profunda crisis y cruentas luchas internas que impidieron su acceso a la modernidad al paso del resto de Europa. Los rasgos distintivos del ejército español del diecinueve eran las siguientes:
La incapacidad del ejército español se puso de manifiesto en la citada guerra de Cuba: mientras las muertes en combate fueron de 2 generales, 141 oficiales y 2.000 soldados, las muertes por enfermedades ascendieron a 440 oficiales y 53.000 soldados. Por su parte, el comportamiento del cuerpo de oficiales dejó bastante que desear, ya que el 80% de los capitanes y tenientes que servían en Cuba eran reservistas, mientras que la mayor parte de los oficiales de carrera permanecían de guarnición en sus unidades en España, de forma que para cubrir los puestos en Ultramar fue necesario ascender los voluntarios y acudir a los cadetes que aún no habían finalizado sus estudios en las academias militares. Tras la derrota a manos norteamericanas, España se encontró sola a su suerte en la difícil tarea de iniciar la industrialización y modernación del país. Pero la derrota fue un amargo trago que obligaba una reparación, una acción que permitiera "recuperar el honor del ejército y la dignidad de la nación" (Bachoud, 1988, p. 131). Los dirigentes del país vieron la oportunidad en 1906, con ocasión de la Conferencia de Algeciras, convocada para que Francia y Alemania dirimieran sus diferencias sobre el establecimiento de influencias en Marruecos. Francia salió beneficiada, pues se le reconoció su "situación de preeminencia en Marruecos", y para ello buscó la alianza de España, a la cual se le reconoció "la posesión de los territorios del Rif". España podía actuar de nuevo como potencia a través de su ejército. ![]() Reclutas españoles de la ciudad de Barbastro A pesar de todo, es de justicia reconocer que España se vió empujada a la aventura colonial en Marruecos por la prepotente actitud de Francia, que tras reconocer a España su zona de influencia en el norte de Marruecos tras la firma del tratado secreto hispano-francés de 1904, en la práctica no dejó de intentar tener presencia en la zona reservada a España. Francia traficó junto con Bélgica con armas en la Restinga, a 20 kilómetros de Melilla; fundó una sociedad minera con fachada española y trató de conectar sus minas melillenses con Argelia a espaldas del ferrocarril con Melilla; y trató de anular la presencia de España ante el sultán Muley Hafid. La defensa que España hizo de sus intereses la empujó a mostrar su presencia militar en el norte de Marruecos, y esta respuesta fue fomentada por el rey Alfonso XIII, que pretendía aprovechar la intervención militar para regenerar al ejército español y su oficialidad. Sin embargo, el país no estaba preparado para una aventura colonial. Durante el primer cuarto del siglo XX la sociedad española estuvo permanentemente convulsionada con problemas sociales y económicos; los sectores económicos tuvieron permanentemente sus serias dudas sobre las hipotéticas y dudosas riquezas que ofrecía en Rif; la mayoría de la población no quería una guerra lejana que no sentía como suya y que avivaba las diferencias sociales y económicas existentes en el país debido al injusto sistema de reclutamiento; en definitiva, el pais en su conjunto no deseaba una guerra colonial llevada a cabo con soldados de reemplazo. Por su parte, el ejército español seguía presentando una estructura y organización defasadas con los tiempos que corrian. Tras la derrota de 1898, el ejército español tenía en 1902 una relación de uno a cuatro entre oficiales y soldados, con 529 generales, 23.767 oficiales y 110.926 clases y tropa. La derrota no supuso un acicate para reformar el estamento militar y convertirlo en una moderna máquina preparada para la guerra. Lejos de eso, las diferencias entre el ejército español y los de su entorno eran abismales. En 1909, el ejército español presentaba los siguientes números:
Los bajos sueldos militares, el deficiente sistema de abastecimiento, el injusto sistema de reclutamiento y el método sin garantías de ascensos por méritos de guerra fomentaron la corrupción en aquel ejército. Como resultado, los oficiales estaban desmotivados, las unidades desmoralizadas, pobremente equipadas y deficientemente entrenadas. Este fue el ejército que durante veinte años se enfrentó a los bereberes del norte de Marruecos en una guerra irregular y cruel que supuso una constante sangría de vidas, con la finalidad de "llevar la acción civilizadora de España" a la zona. No solo no se regeneró el ejército, como pretendía el rey Alfonso XIII, sino que creó una facción de oficiales curtidos en esta lucha que fue conocida como "los africanistas". El "Desastre de Annual" fue una consecuencia lógica de este estado de desorganización, corrupción y desánimo. Como tal, está incluida en la historia de la incompetencia militar, de Geoffrey Regan |