DECLARACIÓN DEL CAPITÁN D. PEDRO CHACÓN VALDECAÑAS


Don Angel Ruiz de la Fuente y Sánchez Puerta, auditor de brigada, secretario relator del Consejo Supremo de Guerra y Marina.

CERTIFICO: Que en la información gubernativa instruída para esclarecer los antecedentes y circunstancias que concurrieron en el abandono de las posiciones del territorio de la Comandancia general de Melilla en el mes de Julio de 1921, figura al folio 1.174 lo siguiente:

Al margen: Declaración del testigo capitán D. Pedro Chacón Valdecañas.

Al centro: En Melilla, a 4 de octubre de 1921, ante el señor general de División, juez instructor, y el secretario que autoriza, compareció el testigo que al margen se nombra, a quien se advirtió la obligación que tiene de ser veraz y las penas señaladas al reo de falso testimonio; después de ello, fue juramentado con arreglo a su clase, y

PREGUNTADO por las generales de la ley, dijo que se llama D. Pedro Chacón Valdecañas, que es capitán del regimiento mixto de Artillería de Melilla, mayor de edad y de estado soltero.

PREGUNTADO qué tiempo lleva de destino en el regimiento, dijo que dos años próximamente, y con anterioridad estuvo en la Comandancia.

PREGUNTADO en qué batería prestaba con ocasión de los sucesos del territorio, y qué servicio prestaba con motivo de los sucesos, dijo que mandaba la cuarta batería de montaña, y que de regreso de un permiso en la Península, se incorporó a ella en Dríus en uno de los primeros días de julio, permaneciendo allí hasta el 18, en que marcharon, formando parte de la columna del teniente coronel Subirán, hacia la posición intermedia "A", en cuya inmediación permanecieron en expectativa de acudir en auxilio de la protección de algún convoy de Annual, según cree el testigo, fundándose en que ya conocía la anormalidad de la situación por el gran número de bajas que desde Dríus había visto pasar evacuadas. No habiéndose utilizado sus servicios, volvió a Dríus por la tarde con la columna, disponiéndose al día siguiente que ésta marchase a Yzumar bajo las órdenes del teniente coronel Pérez Ortiz, que se había hecho cargo del mando la tarde anterior; que permaneciese allí a la eventualidad de que hiciese falta para proteger el convoy de Igueriben, y que regresara a pernoctar en Ben-Tieb, llevando consigo únicamente un rancho en frío y cuatro cargas de agua, por lo que a su batería se refiere, proponiéndose tomar el rancho caliente a su regreso a dicho punto. Hicieron la marcha apresuradamente, sin duda por el apremio de las circunstancias, llegando al mediodía a Yzumar con la fuerza y ganado muy cansados por lo penoso de la subida, el calor reinante y no haber abrevado el ganado. En las proximidades de Yzumar descansaron brevemente, recibiendo el testigo orden de subir a la posición con su batería para reemplazar a dos piezas asentadas allí, de las que una estaba unítil; pero no había descargado más una sección, cuando recibió contraorden mandándole que volviese a cargar y se incorporara a la columna que seguía la marcha a Annual.

PREGUNTADO por la composición de la columna, dijo que cree recordar estaba formada por tres o cuatro compañías de fusiles y una de ametralladoras, todas ellas de San Fernando, la batería del declarante y una ambulancia a lomo.

PREGUNTADO por los sucesos que se sigueron, dijo que un poco antes de llegar a Annual se les ordenó que marchasen a ocupar el flanco izquierdo de las tropas empeñadas en aquel momento en duro combate, en protección del convoy de Igueriben. Un rato después se les mandó desplegar, rompiendo el fuego la batería del declarante contra la izquierda de dicha posición, y así permanecieron hasta que el capitán Sabater les trajo por la tarde la orden de replegarse a Annual con urgencia, porque la situación apremiaba por el golpe de enemigos que se venía encima, más numerosos que nunca los había visto el declarante. Al marchar de retirada le alcanzó un escuadrón de Regulares, pidiendo paso para curzar el barranco y establecerse para apoyar la retirada; algunos regulares iban diciendo que estaban copados, y unido esto a que arreciaba el fuego enemigo, dió lugar a que se produjera cierta confusión en la compañía de Infantería que le servía de protección. Aunque con bajas en la columna, se llegó al campamento, donde el testigo, después de esperar infructuosamente a que le designaran sitio para vivaquear, decidió hacerlo al pie del campamento de Ceriñola, donde dió un rancho en frío, que tuvo que comprar en las cantinas, por encontrarse sin tener con qué dar de comer a su gente.

Pasó con tranquilidad la noche, y el día 20, durante el cual se incorporaron algunas fuerzas a la posición, corriendo la especie de que al día siguiente se intentaría un supremo esfuerzo para llegar a Igueriben el convoy. Había en el campamento, cuando llegó el declarante, cuatro batería de montaña, con la suya, y una ligera, la segunda; encontrándose al mando de todas ellas el comandante Palacios, que luego fue relevado por el de igual empleo Ecija. La batería del declarante llevaba completa su dotación de granadas de metralla; pero como había gastado en el combate de la tarde anterior, fue a reponerlas al depósito, donde no las había, por lo que el comandante Palacios le dijo que antes bien tendría que ceder algunas de las que le quedaban para nivelar las baterías más exhaustas. Ese mismo día llegó el general Navarro.

El día 21 se montaron los servicios acostumbrados de protección del camino y aguada, llegando por la mañana el Comandante general con el regimiento de Alcántara y contingentes de harka amiga, y habiéndose recibido ya municiones, la batería del declarante pudo completar su dotación. El general Navarro regresó a la plaza, así como a Ben-Tieb el regimiento de Alcántara, y la impresión dominante en el campamento era de que la situación estaba muy apurada, aumentando su dificultad la presencia allí del Comandante general. Este día, al salir las fuerzas para proteger el convoy, se emplazaron las baterías de montaña fuera de la posición de Annual para sostener el avance, pudiendo observar el testigo que aunque hubo momentos de enérgico fuego, en otros los policías y regulares se apegaban al suelo, sin disparar, debilitándose la acción al no disparar tampoco el enemigo. A eso de las dos de la tarde, un vivo fuego de Igueriben le sorprendió, por saber que estaban muy escasos de municiones, y al mirar con los gemelos vieron que los defensores de aquella posición saltaban el parapeto, abandonándola, por lo que procuraron con el fuego de sus baterías proteger su repliegue. De haber podido establecer algún acuerdo con la posición, marcándole el camino preciso de retirada y el momento de ella, hubiera sido factible hacer dos cortinas de fuego vivo de artillería, entre las cuales las fuerzas hubieran podido acogerse más desembarazadamente a Annual, arrostrando solo el fuego del barranco donde el enemigo estaba apostado.

Momentos antes de la evacuación de Igueriben, la batería del declarante, con las demás que habían dejado sus conductores en el parapeto, y el ganado en su sitio, recibieron orden de embastar, pues era el propósito del Comandante general, a lo que cree, salir con el grupo de fuerzas y empujar enérgicamente la operación para que pasase el convoy, pero al poco tiempo recibieron contraorden. La evacuación de Igueriben hizo flaquear la línea de vanguardia y determinó que el repliegue de Annual, así del convoy como de las fuerzas que lo protegían, se hiciese apresurada y desordenadamente. Desde este momento reinaba en Annual el mayor desbarajuste, no solamente por la revuelta llegada de las fuerzas, sino por haberse reunido cerca de la tienda del general, heridos, muertos y fugitivos de Igueriben, que daban ocasión a todo género de deprimentes comentarios. A pesar de ello, la noche fue tranquila y con escaso fuego.

En la mañana del 22, el capitán de Artillería Correa, que voluntariamente desempeñaba las veces de ayudante del comandante Ecija, les trajo la orden de éste para estar prevenidos con objeto de salir a ocupar un aposición intermedia en el camino de Yzumar; pero les dijo, particularmente, con reserva, que el objeto real era evacuar la posición. Pocos minutos después les trajo la contraorden, diciendo que estuviesen preparados para salir a proteger el servicio de aguada. Llevaba el ganado del declarante dos días y medio sin beber y mal comido, y la gente, atenida solo a ranchos en frío. Se montaron los servicios de protección de la aguada, que efectuaría sólo la gente con cantimploras, y cuando se hacía esto les mandó el comandante Écija que se dispusiesen a marchar inmediatamente, sin llevarse más que lo indispensable. Mientras embastaba y cargaba su batería, vió el testigo que empezaban a salir los heridos en ambulancias, camiones y artolas. A la puerta de la tienda del general discutía acaloradamente un grupo de jefes, entre los cuales estaba el coronel Manella, jefe de la posición, que protestaba de que era el único que había votado en la Junta de jefes por no abandonarla, y que estaba dispuesto a suicidarse cuando esto ocurriera. El testigo le hizo observar que se deprimía la moral de las tropas que lo escuchaban, a lo que respondió el coronel no importarle. El comandante Villar tuvo que reiterar enérgicamente al capitán Carrasco la orden de que evacuara su mía y tomasen posisiones.

La situación entonces era deprimente y desmoralizadora; los heridos que salían en las artolas, los evacuados de Igueriben, algunos con accesos de demencia; la gente, famélica; los jefes, desconcertados, dando órdenes contradictorias; los rumores que entre la tropa corrían de que el general había buscado una pistola para suicidarse, formando todo ello un conjunto imposible de olvidar para quienes lo presenciaron, y que determinó el estado moral bajo el cual emprendieron las tropas la retirada. La batería del declarante, juntamente con la del capitán Ruano, recibieron del comandante Écija orden de marchar sin prevención alguna sobre el modo de efectuarlo. Cerca de la salida del campamento, algunas caballerías sueltas embarazaban el tráfico, y también al desembocar de la posición ya fueron batidos por el nutrido fuego del enemigo, que venía dirigido de todas partes, sufriendo en la misma salida la pérdida de tres mulos. En unas alturas que flanqueaban el camino de Yzumar, dando comienzo al desfiladero por donde discurre éste había unidades indígenas de flanqueo que habían sido las encargadas de proteger el servicio de aguada; mas como a medida que la columna avanzaba, ella, a su vez, adelantaba en la misma dirección, resultó de ello que en su última parte quedó sin protección. Las cargas de los mulos muertos se cargaron en los de respeto, y abrigada la gente entre las dos hileras del ganado para mejor resguardarlas del fuego, adelantaba la batería en buen orden; mas al embocar el desfiladero, agolpándose otras unidades, individuos sueltos montados, camiones rápidos y otros vehículos y artolas de heridos, determinaban en la estrechura del camino una revuelta confusión, siendo imposible, desde aquel momento, reformar las unidades y metodizar la marcha.

Por uno de los lados del camino corría un barranco, por el que se despeñaron algunos mulos al ser empujados por otros que intentaban adelantarlos; otros, espantados por los automóviles, que, entre nubes de polvo, marchaban por el estrecho camino, y todos ellos agotados y sin resistencia. Entorpecían también el camino algunos vehículos averiados y otros que se descompusieron al cruzar una zanja abierta en el camino por el enemigo para interceptarlo. En estas condiciones se llegó en tropel a Yzumar, donde advirtió el testigo que sólo tenía a su inmediación a la mitad de los mulos de la batería; pues los demás se habían adelantado o retrasado, sin que los pudiera ver entre las nubes de polvo y aglomeración de la columna. Hasta llegar a Yzumar, el enemigo les hostilizó durante el desfiladero, causando en la columna numerosas bajas. Desde Yzumar había una parte más despejada en el camino, en la que algo se rehicieron las tropas; pero más adelante recorría el fondo arenoso de un barranco que envolvía la marcha en una espesa nube polvorienta que llevó al extremo el desorden. 

Los naturales de los poblados contiguos, y los mismos soldados indígenas, separaban del camino acémilas e individuos, y se los llevaban, así como las armas que se iban arrojando por el cansancio y extenuación de la marcha, abrasados de sed. Las moras contribuían también a este saqueo. A la salida del barranco, el teniente coronel Primo de Rivera, con los escuadrones de Alcántara, trató de reorganizar los dispersos elementos que pasaban; pero pronto se convenció de su imposibilidad, y les mandó seguir. La marcha desde aquí se hizo ya más desahogadamente, llegando hasta Dríus, oyéndose sólo disparos lejanos, junto al cual se llegó como a las cinco de la tarde.

Alojados en el campamento, se fueron incorporando elementos sueltos, y al resumir el parte pudo comprobar que había perdido en el trayecto un sargento, tres artilleros, dos cureñas, una carga de escudos, seis cajas de municiones, conteniendo cada una nueve proyectiles y cajas de equipaje, documentación y herramientas, y unos 12 ó 14 mulos. Se recibió la orden de reorganizar sobre la base de la quinta batería, que había sufrido menos, los elementos reunidos, completándose así la batería, y no pudiendo constituirse más con el material sobrante por no ser adaptable.

PREGUNTADO si considera posible haber adoptado disposiciones durante la marcha que pemitieran salvar mayor cantidad de material, dijo que no, por las condiciones de agotamiento de la gente y ganado y obstáculos en el camino, que ya he expuesto.

PREGUNTADO por los sucesos que presenciara después de llegar a Dríus, dijo que sin haber tenido tiempo de dar rancho, pienso ni agua, recibieron orden de que, dejando en Dríus el material y todo lo que constituyese impedimenta, que sería expedido a medida al día siguiente por camiones, siguiera la gente y ganado a Batel, como lo verificaron sin incidentes, llegando a las once de la noche.

A la mañana de 23 se encontraron en el campamento al coronel Jiménez Arroyo, quien les dió la orden de seguir allí, mandándolos momentos después seguir a Tistutin, y allí esperar órdenes. Hiciéronlo así, y comoquiera que el día anterior desde Batel hubiesen telegrafiado al Cuerpo manifestando las condiciones en que iban, en el primer tren le fueron enviadas ollas, y aprovechando la circunstancia de pasar un carro del regimiento para Quebdani, con víveres para el destacamento, con parte de ellos, y los que adquirieron en la cantina, dispusiéronse a confeccionar el rancho; a medio hacer recibieron la orden del coronel antes indicado de continuar seguidamente la marcha a Monte Arruí, por lo que aquél no pudo ser debidamente aprovechado. 

Continuaron a Monte Arruí, donde llegaron entre cuatro y cinco de la tarde, encontrando en la estación al coronel Jiménez en su automóvil, ordenándoles se quedasen allí. Mandaron la gente al campamento, y después hicieron presente al dicho jefe que sólo disponían de una 100 carabinas para los 500 hombres que venían, con unos tres cargadores por arma, y que no tenían tampoco víveres ni pienso; entonces dispuso el coronel que se quedasen allí 100 hombres con las carabinas, al mando de un capitán y dos tenientes, y que el resto de la fuerza continuara para Melilla. Esta conversación tuvo lugar de cinco a seis de la tarde, hallándose el coronel en su automóvil cerca de la estación y estando presentes el comandante Verdú, capitán Carrasco y teniente Cibantos, todos de la Policía, y otros que no recuerda. Cree recordar el testigo que al anochecer les dió alcance en la carretera el automóvil de este jefe, en el que iban Carrasco y Cibantos, y no sabe si iba o no el coronel. Al hablar con este jefe en la estación, no le advirtió síntoma alguno de enfermedad.

PREGUNTADO a qué hora pasaba por Monte Arruí el tren que de Melilla se dirigía a Batel, dijo que estando hablando con el coronel lo referido respecto al armamento pasó el tren para Batel, montando en él el capitán médico Rebollá, del regimiento mixto de Artillería. Cree recordar el testigo que el coronel subió también en el tren, volviendo después a bajar, y continuó su conversación con ellos, dándoles la orden de regresar a la plaza, sin que tampoco ahora le advirtiera el testigo anormalidad alguna. El tren regresó a la plaza desde Tistutin, pasando por Arruí, proximadamente entre seis y siete.

PREGUNTADO que refiera el resto de su marcha hasta la plaza, dijo que le causó extrañeza se les mandase venir inermes, cuando por Arruí habían pasado fuerzas de Intendencia con su armamento y soldados de Infantería con sus fusiles en los camiones, sin que el coronel les mandase detenerse ni quedarse allí. Sin embargo, las fuerzas del declarante regresaron sin más que sufrir el fuego de algunos "pacos", y pernoctando en Nador un par de horas, llegando a esta plaza en la madrugada del 24, por haberles dicho el teniente de la Guardia Civil que era peligrosa su permanencia allí.

PREGUNTADO si observó alguna particularidad en las fuerzas que con su batería hicieron la retirada de Annual, dijo que rodeado de las fuerzas propias, y atendiendo al cuidado de ellas, y dadas las condiciones de la marcha, no puede precisar la forma en que otras unidades la efectuaran, aunque sí vió individuos sueltos que tiraban el armamento y hasta las chaquetas, y, montados en los mulos, los aguijaban con los machetes introduciendo en la columna laq confusión; de que adolecía.

PREGUNTADO si tiene algo más que añadir, dijo que no.

El señor general instructor dió por terminada esta declaración, que leyó el testigo por sí mismo, ratificándose en su contenido en fe del juramento prestado, y firmándola con el señor general instructor, de lo que certifico.-

Pedro Chacón. (Rubricado.)
Juan Picasso. (Rubricado.)
Juan Martínez de la Vega. (Rubricado.)

Y para que conste, expido el presente, visado por el excelentísimo señor consejero instructor, en Madrid, a 10 de octubre de 1922.-

Angel Ruiz de la Fuente.
V° B°: Ayala.