|
DECLARACIÓN DEL TENIENTE D. JOSÉ CIBANTOS CANIS Don Angel Ruiz de la Fuente y Sánchez Puerta, auditor de brigada, secretario relator del Consejo Supremo de Guerra y Marina. CERTIFICO: Que en la información gubernativa instruída para esclarecer los antecedentes y circunstancias que concurrieron en el abandono de las posiciones del territorio de la Comandancia general de Melilla en el mes de Julio de 1921, figura al folio 1.740 lo siguiente: Al margen: Declaración del testigo teniente D. José Cibantos Canis. Al centro: En Melilla, a 23 de noviembre de 1921, ante el señor general de División, juez instructor, y presente el infrascrito secretario, compareció el testigo que se anota al margen, que fue advertido de la obligación que tiene de decir verdad y de las penas señaladas al reo de falso testimonio; prestó juramento con arreglo a su clase y: PREGUNTADO por las generales de la ley, dijo que se llama D. José Cibantos Canis, es teniente de Infantería, con destino en las tropas de Policía indígena, mayor de edad y de estado casado. PREGUNTADO por el tiempo que lleva en el territorio y lugar donde se encontrase al declararse los sucesos del campo, dijo que llevaba en el territorio cinco años y medio, de ellos tres en las tropas de Policía, y que al declararse los sucesos se encontraba en Annual, como ayudante de las referidas fuerzas. PREGUNTADO por la intervención que haya tenido en los pasados sucesos, dijo que el día 19 de julio marchó a Annual con el coronel de la Policía D. Gabriel Morales, que llevaba fuerzas movilizadas de la 5°, 6° y 11° mías, acompañadas de unos 200 harkeños de diferentes cabilas, habiendo quedado las de las 8° y 13° en el puente por encima del Morabo, en la carretera de Ben-Tieb a Izumar, parte en reserva y cubriendo el resto la parte de frente desde la intermedia "A" a Yebel Uddia, cubriendo el portillo de Beni-Azza y el paso de Tanarda. Las tres mías primero citadas quedaron establecidas desde el pie del camino de Izumar a Annual, a la expectativa del combate que se libraba en aquel momento con motivo del intento de convoy a Igueriben. Así permanecieron hasta las seis de la tarde, que se retiraron al campamento, en el que vivaqueó, siendo bastante tiroteado durante la noche. El 20 por la mañana se dispuso estuvieran preparadas las mías para proteger el paso del convoy, pero se dió contraorden y no salió éste, en espera de refuerzo. El 21 por la mañana salieron las fuerzas e hicieron una tentativa para pasar el convoy, bajo el mando del general segundo jefe. La columna de la derecha, compuesta de Policía y harka y una columna de cuatro compañías europeas, al mando del teniente coronel de San Fernando, Pérez Ortiz, de apoyo, salieron a las órdenes del coronel Morales, con intento de ocupar las prolongaciones de la loma de los Árboles. El resto de la fuerza, compuesta por los tabores de Regulares y fuerzas europeas, a las órdenes del coronel Manella, llevaban por objetivo ocupar las lomas dominantes del Noroeste de Igueriben. Una vez las tropas en el campo, del primer empuje ocuparon las de la derecha, las laderas de la loma de los Árboles, con un número considerable de bajas de la harka y Policía, que llegó a más del 33 por 100. Recibieron estas fuerzas órdenes de correrse lateralmente, con propósito de ganar la loma fortificada por el enemigo a la proximidad de Igueriben, lo cual no pudieron realizar a pesar del esfuerzo puesto en ello. En esta situación se sostuvieron hasta medio día, que tomando el mando de las tropas el Comandante general, reiteró por escrito la orden de asaltar dicha loma; al propio tiempo que avisaba esta fuerza, la de Regulares, establecida a la izquierda, decía que si no se ocupaba la loma referida, ellos, por su parte, no podían sostenerse en las posiciones adelantadas que ocupaban, en virtud de las muchas bajas que tenían y escasez de medios para retirarlas. Fracasó por completo el intento de ocupar la loma, mas cree el testigo que si regimiento de Alcántara, que había traído el Comandante general y se hallaba a la izquierda de la línea, hubiera cargado cual él se proponía, y alguien le disuadió, hubiera sido posible alcanzar la posesión de la disputada loma. En esta situación, el general comunicó orden a la mía más adelantada en dirección a Igueriben que transmitiera a esta posición la autorización para evacuarla, relevándola de prolongar por más tiempo la resistencia, y cuando trataban de ejecutarlo por telegrafía óptica, vieron que la guarnición de Igueriben la abandonaba, y en número como de unos 100 hombres trataban de acogerse a nuestras líneas. Como la fuerza de Policía viera venir la masa revuelta de fugitivos y moros que la acosaban y hubiese consumido sus municiones, retrocedió violentamente, desligada de sus oficiales, hasta que el testigo pudo rehacerla más atrás y municionarla con unas cajas abandonadas, dando con ello lugar a que se pudieran retirar los jefes, que habían quedado solos. El precipitado repliegue del centro arrastró el de las alas, que se retiraban también apresuradamente, abandonando el campo. Recogiéronse las tropas en Annual, acosadas en su retirada por el enemigo y batiendo con su fuego aquella tarde y noche contra el campamento, que como se descuidó de ocupar con el servicio nocturno de seguridad las lunetas de enlace de las tres posiciones, permitió al enemigo hacer el ataque más de cerca. Sabe el testigo que aquella noche el Comandante general pretendió evacuar la impedimenta sobre Dríus, resolución de que fue disuadido. Hacia las once, la hostilidad contra el campamento había cesado, sin que a la mañana tampoco se reanudase. En la misma mañana recibieron la Policía y Regulares orden de establecer el servicio de protección y aguada, como se hizo, con mucho fuego, pero sin bajas. A la hora, o sea próximamente a las diez, fue al campamento general el comandante Villar, a decir personalmente al coronel que se acercaba numeroso contingente del enemigo, en cinco columnas, desde la loma de los Árboles, y que convendría acelerar la aguada. Sin duda esta noticia decidió al general a precipitar la evacuación, porque a poco se oyó el toque de embastar, efectuándolo la fuerza y disponiéndose la salida, ya sumamente combatidos por el fuego de la harka que subían de Igueriben y el enemigo apostado en los poblados de Tayarinen y Sarfan, que cruzaban los fuegos dentro del campamento, motivando que la salida fuera desordenada y en completa confusión, motivando éstas que el capitán de Estado Mayor Sabaté se adelantase a kilómetro y medio de la posición, con intento de contener esta dispersión. Pudo observar el testigo, que al salir apresuradamente las fuerzas de la posición principal y bajar su rápida pendiente, y acosados por el fuego de una y otra parte, se apretaban, y tropezando en las cargas caídas se amontonaban, empujados por la masa de los que venían detrás, formando un montón en el suelo; como también veía vehículos abandonados por muerte del ganado que los arrastraba. El general, penetrando la inmensidad de la catástrofe, parecía ajeno al peligro, y, situado en una de las salidas del campamento general, permanecía expuesto al fuego intenso, silencioso e insensible a cuanto le rodeaba. A su inmediación estaban los coroneles Manella y Morales y algunos otros jefes del Cuartel general, y como al testigo le hubiesen matado el caballo el día anterior y lo expusiese a su coronel, éste le mandó a que buscase cabalgadura en la batería eventual, que tenía su ganado al pie del campamento de Regulares, y allí pudo montarse. La fuerza de Policía y Regulares que protegía la aguada, al darse cuenta de la marcha de la columna, abandonó su puesto y, por consiguiente, el enemigo que contenía pudo echarse sobre el campamento hacia la parte de los vivaques de Regulares y África. Al volver el testigo para reunirse con su coronel fue herido levemente y le mataron el caballo, y en esta ocasión pasó un sargento de Artillería montado y llevando de mano un mulo que cedió al declarante, quien en vista de la imposibilidad que, a su juicio, existía de volver a entrar en Annual, por la gente que salía y hostilidad del enemigo, así como por haber transcurrido veinte minutos e ignorar la situación de Cuartel general, resolvió buscar fuerzas de su Cuerpo a quien unirse. Cree el testigo que a la sazón apenas debían quedar fuerzas en el campamento. El testigo se encaminó a la salida de la posición y pudo marchar siguiendo el rastro que formaban los dispersos de la columna, y con alguna habilidad llegó a Ben-Tieb, donde vió que estaban reorganizándose algunas fuerzas montadas de Regulares y Alcántara, y habiéndose detenido con objeto de tomar algún descanso, vió que ardía la posición y que la gente allí detenido reanudaba su marcha. El testigo solicitó del teniente coronel Primo de Rivera que le cambiase el mulo que montaba por un caballo, y, efectuado así, siguió en él hasta Dríus, donde llegó completamente solo a eso de las seis de la tarde. Durante su camino pudo observar el abandono de toda clase de material, vehículos, armamento y equipos, en interminable reguero, pero no vió muertos ni heridos abandonados. En Dríus se presentó al capitán Carrasco, jefe de su fuerza, el cual, en vista de su herida, ordenó al testigo que marchara a la plaza, lo que efectuó en una ambulancia hasta Tistutin, donde tomó el tren para la plaza, presentándose aquella misma noche a sus jefes y reanudando dos días después sus servicios, no obstante estar de baja hasta el 4 de agosto. PREGUNTADO qué sabe de la suerte del Comandante general y coronel de la Policía, dijo que no volvió a ver a ninguno de los dos, y sí a los caballos que montaban, el del general lo encontró a la cola de un núcleo de fuerzas Regulares montadas que se reorganizaban cerca de Ben-Tieb, llevándolo, según cree, el ordenanza europeo; el caballo del coronel lo encontró a unos 100 metros antes de llegar a Dríus, que lo llevaba de la mano su ordenanza moro, que preguntado por el testigo lo que supiera acerca de su coronel, dijo que le habían dicho al buscarlo que se había marchado en su automóvil, sin que sea posible llenar la laguna que existe desde el momento en que el testigo le dejara en el campamento general y fuera luego encontrado solo y a pie por oficiales de la 11° mía. PREGUNTADO si tiene algo más que añadir, dijo que no tiene nada que añadir. El señor general instructor dió por terminada esta declaración, que leyó por sí mismo el testigo, ratificándose en ella en fe de su juramento y firmándola con el señor general, de todo lo cual certifico.- Juan
Picasso. (Rubricado.) Y para que conste, expido el presente, visado por el excelentísimo señor consejero instructor, en Madrid, a 20 de octubre de 1922.- Angel Ruiz de la Fuente. |