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DECLARACIÓN DEL COMANDANTE D. ANDRÉS FERNÁNDEZ MULERO Don Angel Ruiz de la Fuente y Sánchez Puerta, auditor de brigada, secretario relator del Consejo Supremo de Guerra y Marina. CERTIFICO: Que en la información gubernativa instruída para esclarecer los antecedentes y circunstancias que concurrieron en el abandono de las posiciones del territorio de la Comandancia general de Melilla en el mes de Julio de 1921, figura al folio 1.451 lo siguiente: Al margen: Declaración del testigo comandante D. Andrés Fernández Mulero. Al centro: En Melilla, a 26 de octubre de 1921, ante el señor general de División, juez instructor, y el secretario que suscribe, compareció el testigo anotado al margen, a quien, se advirtió la obligación que tiene de decir verdad y las penas en que incurre el reo de falso testimonio; enterado de ellas, y después de prestar juramento con arreglo a su clase, fue: PREGUNTADO por las generales de la ley, dijo que se llama D. Andrés Fernández Mulero, es comandante de Ingenieros, inspector de los servicios del Centro Electrotécnico en África, mayor de edad y casado. PREGUNTADO por los servicios de transportes que con ocasión de los sucesos fuese llamado a dirigir, dijo que los camiones estaban afectos al Alto Mando, de los que disponía directamente, transportando elementos de fortificación y auxiliando a Artillería e Intendencia en los transportes de municiones y víveres; además ayudaba a Sanidad, una vez vacíos los camiones, en la evacuación de muertos, heridos y enfermos. Se hallaba establecido un destacamento de camiones en Dar Dríus, desde el cual los pesados o de más carga hacían el servicio de Batel a Dar Drius y Ben-Tieb, y los más ligeros, con carga reducida, a tonelada y media escasa, desde Ben-Tieb a Annual. PREGUNTADO por el número de vehículos y su capacidad de tráfico, relacionada con las necesidades circunstanciales del territorio, dijo que de 24 camiones, 12 de dos toneladas y media y 12 de cuatro de carga, tenían servicio cuando estos sucesos todos los primeros y seis de los segundos, por estar en reparación los restantes, y en mayor proporción tenían averiados los suyos Artillería e Intendencia, consecuencia todo del rudo trabajo a que estaban sometidos, puesto que además de rodar con frecuencia sobre pistas militares sin firme y con grandes pendientes, hasta el 12 por 100, como la de Annual y aun Teniat-Hamara, hacían un trabajo tan constante, que no daba lugar a acudir a las reparaciones con oportunidad. Entiende el testigo que para satisfacer cumplidamente las necesidades del Ejército hubiera sido indispensable un número cinco veces mayor de camiones. PREGUNTADO por los servicios que extraordinariamente dirigiera en los días críticos de los sucesos, dijo que en inspección del servicio marchó al día 21 de julio por la mañana a Annual, acompañando al general Silvestre, llegando hacia las nueve a Ben-Tieb, donde estuvieron parados, en espera de que la Caballería hubiera terminado de hacer la descubierta; después marcharon a Annual, deteniéndose los automóviles al pie de Yzumar, de donde marchó a caballo el Comandante general con los escuadrone de Alcántara y en dirección a Annual, adonde llegarían alrededor de las doce y media; hacia esta misma hora salió el declarante con los automóviles para Annual. Permaneció allí hasta las tres y media, hora en que le ordenó el general marchar con todos los automóviles hacia Dar Dríus, llevando al general Navarro, al comandante Simeoni y ayudante teniente coronel D. Tulio López, y que además hiciera volver a todos los camiones que con fortificación y municiones habían salido de Ben-Tieb para Annual, descargándolos en Dríus. Al día siguiente de esto salió un teniente de destacamento, D. Aquilino García, desde Dar Dríus con 12 camiones, llevando los elementos necesarios para establecer una posición intermedia entre Yebel-Uddia e Yzumar. Cuando el teniente había pasado al pie de Yebel-Uddia se encontró las fuerzas de Annual que venían en desordenada retirada, por lo cual se volvió con todos los camiones, menos uno, que por haber chocado con otro de Intendencia se le destrozó el radiador, siendo imposible remolcarlo. El testigo, en inspección de servicios, se encontró a la altura del primer Morabo, a los seis kilómetros de Ben-Tieb, una camioneta de Ingenieros con los médicos de Annual, y además un sargento moro, que le dijo que no continuara por estar el camino muy malo. A pesar de ello, el declarante continuó su camino, hasta encontrarse las fuerzas que venían a la desbandada. Trató el testigo por todos los medios de encauzarlos, con una carabina en la mano, logrando detener hasta unos 300, que hizo marchar en mejor orden, siendo de advertir que allí sólo se oyeron hasta ocho o diez disparos, lo que aumentó la precipitación de la huida. Venían montados a dos y tres por acémila, cuantos podían, sin advertir la presencia de oficiales que trataban de levantar la moral de estas fuerzas; siendo de advertir que cuando los soldados se dieron cuenta de que el testigo los detenía, procuraban evitarlo dando un rodeo. Esto ocurría entre doce y una, o quizá algo más tarde. En vista de ello, regresó el que declara, y cuando estaba a unos tres kilómetros de Ben-Tieb, volvió a hacer alto para esperar la llegada de los camiones, y también procuró detener a la gente, consiguiendo que pasaran con cierto orden por Ben-Tieb; y luego, más tarde, en Dar Dríus, se hizo cargo del mando de la posición a petición del capitán de Estado Mayor Dolf del Castellar, adoptando disposiciones para encauzar el desorden. Al pasar por Ben-Tieb habló con el capitán Lobo, comandante de la posición, el cual le manifestó que tenía allí dos compañías y elementos de todas clases, y que con las de Ingenieros, que, según sus noticias, iban a quedar allí, organizarían una buena defensa. No obstante, s las dos horas, vió desde Dríus arder la posición. En Dríus encauzaron a la gente, metiendo a la Policía en la casa de Dríus y todas las tropas europeas en el campamento, enviando a los Regulares a Uestia. Debe consignar que de las fuerzas las compañías de Ingenieros llegaron reunidas y con sus capitanes y oficiales a la cabeza, así como también algunas tropas de Artillería y algunas artolas. Estuvo el declarante como una media hora, hasta que advertido por el capitán Carrasco de que se había hecho cargo del mando un teniente coronel, resignó el suyo el testigo, aguardando la llegada del general Navarro; cuando se presentó éste, y con su venia, salieron los coches rápidos, menos uno, que quedó a su servicio; en los coches rápidos iban oficiales, unos heridos, otros enfermos y otros que se supone estarían autorizados por el general para regresar a la plaza. Los camiones, como se suponía que escasearían la harina y cebada, dada la gran concentración de fuerzas, a petición del jefe administrativo y con la venia del general, marcharon a Batel, para volver cargados al día siguiente, aprovechando el ir de vacío para transportar heridos y enfermos, que fueron evacuados parte de ellos por tren, quedando el resto en la enfermería de Tistutin. El que declara regresó a la plaza, quedando en Batel dos tenientes. El más antiguo de ellos recibió durante la noche varias órdenes y contraórdenes, lo que obligó a cargar y descargar varias veces. La última fue salir de vacío a las cuatro de la mañana para cargar en Dríus enfermos y heridos en todos los camiones, como lo efectuaron, regresando a Batel hacia las siete de la mañana; volvieron de vacío a Dríus, donde cargados y descargados en virtud de órdenes contradictorias, salieron por fin unos cuantos, que llegaron sin novedad a Batel a eso de las nueve o las diez de la mañana. Hacia las once llegó el declarante a Batel, encontrándose con la orden de que no se podía pasar hacia Dríus, dada por el coronel Jiménez Arroyo, que se encontraba allí, ignora el testigo con qué objeto. Más tarde, hacia las doce, dijo el coronel que ya estaba el camino expedito, por lo que ordenó el declarante que el teniente Repila, con cuatro camiones, saliera hacia Dar Dríus, y apenas había avanzado unos cinco kilómetros se encontró con el enemigo, que barreaba la carretera con su fuego, por lo que volvió el oficial con los camiones. Pasaron, a eso de las dos, tropas de Intendencia. Ahora recuerda que tanto estas tropas de Intendencia como otras de Artillería habían pasado antes de esta hora y de la salida de los camiones, diciendo al pasar que habían tenido cerca del Gau algún fuego. Después fue cuando envió el testigo los camiones, que encontraron un enemigo más numeroso e interceptada con piedras la carretera. Los camiones que habían quedado en Dríus se cargaron a última hora con heridos y enfermos; pero a poco de salir, como ya las fuerzas iban en retirada muy desordenada, asaltaron los camiones, montándose hasta 70 hombres en algunos, por lo que volcaron, se les partieron los bastidores o se atascaron, siendo abandonados por los que los montaban cuando en su marcha recibían el fuego de los moros, y, por fin, prescindiendo de ellos cuando los vieron inútiles. Los conductores, antes de abandonar los camiones, para inutilizarlos, les quitaron y se trajeron las magnetos. Todo esto lo conoce le testigo por referencia del sargento Melón, conductor del coche del general Navarro, el cual salió a última hora, teniendo que saltar por encima de cadáveres y de piedras que interceptaban la carretera, y a veces a campo traviesa, cosa que puede hacer un rápido, pero no un camión, y menos sobrecargado de aquella masa humana. Allí quedó el declarante con todos los camiones, llenos de heridos, enfermos y de la pequeña población civil de Batel. Mientras tanto, como iba llegando gente suelta que se adelantaba al núcleo de la retirada, trayendo noticias cada vez más trágicas, el pánico cundió, y los moros que ocupaban las jaimas próximas, los que guarnecían la torreta de Uarga accidental y un grupo que subió a reforzarlos, se marcharon con sus familias corriendo, desertando la Policía y viéndose ya el enemigo por las alturas haciendo fuego sobre Batel, lo que aumentaba el temor de aquella gente. Antes de esto habían desaparecido de Batel todas las fuerzas de tránsito en él, quedando únicamente, según cree el testigo, una compañía escasa. En vista de esto, y estando los camiones expuestos al fuego enemigo que hacía desde las alturas de Tistutin, y no viendo llegar a la columna de Dar Dríus, ordenó a los camiones marchar hacia Tistutin para recoger más heridos, y después siguiendo a Monte Arruí, donde toda la población civil embarcó en los vehículos, después de echar de ellos a los que durante el camino los habían asaltado sin justificada causa. PREGUNTADO por qué se marchó de Batel sin previo parecer del coronel que allí había, dijo que porque el referido jefe se había marchado con anterioridad a Monte Arruí en su automóvil, y con cuatro o cinco más. PREGUNTADO por los sucesos que en Monte Arruí presenciara, dijo que llegaría a Arruí hacia las cuatro y media o cinco; se detuvo, como ha dicho, a embarcar la población civil, por hallarse fuertemente alarmada, injustificadamente por aquel entonces, al parecer del testigo, puesto que el aspecto del campo era pacífico, dedicándose los moradores a sus trabajos y todavía subordinada la Policía. Marcharon poco después hacia Zeluán, encontrando el camino tranquilo y la población menos alarmada; habló con el capitán-jefe de la posición, que era de Caballería, y le dijo que reuniría unos 200 fusiles, pero que andaba escaso de municiones, por lo cual le dejó 56 cajas que iban en uno de los camiones. Luego le dijo el capitán que hablara en Nador con los jefes de Regulares, para ver si podían mandarles una compañía de Infantería que reforzara la posición. Marchó el declarante hacia Nador, y, por si era posible, cumplió ese encargo; dejó los camiones con el teniente García, tanto para llevar a estos Regulares como para impedir que la llegada de los fugitivos a Melilla difundiese la alarma. Más tarde, hacia las nueve, el teniente coronel de la Disciplinaria habló con sección campaña, diciendo no consideraba seguros allí los camiones, por lo cual ordenaron al testigo regresaran a la plaza con los heridos, enfermos y parte de la población civil que no había embarcado en el tren al pasar éste por Nador. PREGUNTADO si tiene algo más que añadir, dijo que no. El señor general instructor dió por terminada esta declaración, que leyó por sí el testigo, ratificándose en ella, en fe de su juramento, y firmándola con el señor general, de lo que certifico.- Andrés F. Mulero. (Rubricado.) Y para que conste, expido el presente, visado por el excelentísimo señor consejero instructor, en Madrid, a 10 de octubre de 1922.- Angel Ruiz de la Fuente. |