DECLARACIÓN DEL TENIENTE D. FELIPE PEÑA MARTÍNEZ


Don Angel Ruiz de la Fuente y Sánchez Puerta, auditor de brigada, secretario relator del Consejo Supremo de Guerra y Marina.

CERTIFICO: Que en la información gubernativa instruída para esclarecer los antecedentes y circunstancias que concurrieron en el abandono de las posiciones del territorio de la Comandancia general de Melilla en el mes de Julio de 1921, figura al folio 678 lo siguiente:

Al margen: Declaración del testigo teniente D. Felipe Peña Martínez.

Al centro: En Melilla, a 9 de septiembre de 1921, ante el señor general de División, juez instructor, y el infrascrito secretario, compareció el testigo anotado al margen, a quien se advirtió de la obligación que tiene de decir verdad y de las penas señaladas al falso testimonio, enterado de las cuales y después de prestar juramento con arreglo a su clase, fue:

PREGUNTADO por las generales de la ley, dijo que llamarse D. Felipe Peña Martínez, ser teniente médico, con destino en el regimiento de Infantería San Fernando, mayor de edad y de estado soltero.

PREGUNTADO desde qué tiempo sirve en el Cuerpo, dijo que desde el 1 de marzo del año 1920, que fue destinado al mismo.

PREGUNTADO dónde se encontraba al declararse los sucesos de este territorio, dijo que en Ben-Tieb, como médico de la posición y encargado de un hospital de evacuación que en ella había desde el 14 de julio.

PREGUNTADO por los sucesos que presenciara, dijo que no tuvo noticias anteriores a los sucesos de Annual y de su zona, con el fracaso de los convoyes a Igueriben y el paso de numerosos heridos que en estos hechos de armas ocurrieron y se evacuaban por Ben-Tieb, determinando cierta prevención de medidas, por si estos ataques pudieran correrse al llano.

El día 22, a eso de las diez de la mañana, vieron pasar por la carretera, corriendo y sin jinetes, hacia el llano, tres mulos y un caballo; luego, nubes de polvo que anunciaban el paso de una fuerza, la cual llegó en tropel, revueltas las unidades en un desorden absoluto, corriendo cada cual lo que podía, con arreglo a su estado de agotamiento, y sin mando alguno visible. El capitán de Infantería Lobo, jefe de la posición, asistido por el declarante, el teniente Camps, de Infantería, Toro, Querejeta, capitán de Infantería, y no recuerda si algunos otros, salieron a la carretera con el propósito de hacer entrega en la posición los elementos útiles que pasaran y dejar a los otros que siguieran el camino de Dríus, con la impedimenta; de esta recogida se evadían cuantos lo pudieron hacer, y a viva fuerza era necesario obligar a otros, por estar todos obsesionados por el pánico. 

Hacia el mediodía pasó, en buen orden, la Caballería de Alcántara, con el teniente coronel Primo de Ribera, pero permaneciendo en Ben-Tieb el escuadrón de guarnición en la posición. No vió pasar fuerza organizada de Artillería, pero sí cargas sueltas y aun individuos montados en mulos en pelo, así como algunos camiones y alguna ambulancia con heridos, sin mando ostensible. Los jefes que entre estas fuerzas pasaban, desatendiendo indicaciones del capitán de la posición, rehusaban quedarse en ella, alegando que carecían de órdenes para esto.

Así siguieron las cosas hasta la tarde, en que disminuyó el paso de rezagados, habiéndose incorporado a la posición los oficiales de la compañía de Ingenieros destacada allí, con los pocos soldados que lograron salvar. Detuviéronse en la posición durante algún tiempo el teniente coronel Marina, de Ceriñola; capitán ayudante del regimiento, algún otro oficial que no recuerda y bastantes soldados de su Cuerpo, quizá un centenar, que parecían más tranquilos que los demás; pero aunque cree que el capitán Lobo les requirió para que se quedasen, ayudando a la defensa de la posición, es lo cierto que determinaron continuar su marcha, y tras ellos se fueron la mayor parte de los fugitivos que en la carretera habían sido recogidos, quedando solo en la posición 30 ó 40 hombres de San Fernando en dos secciones, el escuadrón de Caballería, los pocos soldados de Ingenieros y algunos otros sueltos. La otra sección de San Fernando, que estaba en el Morabo con el teniente Nieves, es de suponer que sucumbió, teniendo noticias de que ocurrió lo propio en otras posiciones, entre ellas Yebel-Yuddia, Mehayast, Ismaa de Nador, Dar-Mizian, donde desertó la mía íntegramente, y posición "B", que se replegó a Yebel-Yuddia.

La oficialidad que se hallaba en Tieb, teniendo en cuenta las circunstancias, pensó hacerse fuerte en la casa de la posición, llevando a ella las cajas de municiones y las tropas, atendido a que no eran éstas suficientes para intentar la defensa de la totalidad de la posición. Pero el capitán Lobo, enterado de que las posiciones cercanas se hallaban en poder del enemigo, y no logrando que de Dríus le dieran órdenes concretas, aunque estaba con este punto en comunicación telefónica, decidió evacuar a Ben-Tieb. No sabe el testigo de un modo cierto si la evacuación fue decidida por el mismo capitán u ordenada por el Mando, pues le dijeron que el capitán pidió repetidamente órdenes concretas a Dríus; y en vista de que no se le daban, dijo que en caso de no recibir órdenes en cinco minutos, como su situación era tan comprometida, tomaría el silencio por orden de evacuar. 

Hízose esta operación muy ordenadamente: la Caballería desplegó a la izquierda para atraer la atención del enemigo, mientras la Infantería desplegaba al salir de la posición. Marcharon después los heridos e carros y caballerías por no haber otros elementos, siendo aquellos de 60 ó 70; en esta forma, y sin ser hostilizados por el enemigo, llegaron a Dríus, alcanzando en el camino a la cola de la columna. Traía el testigo a la grupa de su caballo al teniente médico D´Harcourt, que venía cansado, y en el camino pudo acomodarlo en un automóvil para que quedase el testigo en más libertad para atender a sus heridos. También en el camino encontró al capitán Sabaté a caballo y en un aspecto deplorable por traer las ropas destrozadas. La columna en retirada de Annual marchaba algo más recobrada de alientos, por lo menos en la cola, que era la parte que podía ver el declarante. 

Así llegaron a Dríus a las seis de la tarde, encontrando allí otro ambiente distinto: la gente estaba ya repuesta, alimentada y con sus mandos propios, por lo que se refiere especialmente a Caballería, San Fernando y Artillería. Hacían de jefes de la posición los tenientes coroneles Pérez Ortiz y Álvarez del Corral, diciéndose que estaban en la posición cercana al campamento donde estaban las fuerzas del general Navarro. La noche pasó tranquila, aunque los oficiales de Sanidad se dedicaron a acomodar los heridos que allí quedaban, siendo evacuados otros a la plaza.

Al día siguiente, 23, vieron ya al general Navarro, y ya se dijo que la columna continuaría su retirada a Batel, si bien parece que la oficialidad de San Fernando hubiera preferido continuar allí la resistencia. De todos modos, no se confirmó el rumor de la retirada, dando lugar con ello a la incorporación de las fuerzas de las posiciones evacuadas, verificándolo Ain-Kert y Karra-Midar con perfecto orden. En cuando a las de Cheif, llegaron bastante acosadas por el enemigo, teniendo que protegerlas la Artillería, y sobre todo la Caballería con una carga, todo lo cual levantó la moral de la tropa. Las comunicaciones entre Dríus y Batel continuaban, haciéndose la evacuación de heridos en ambulancias y camiones y retirando municiones al segundo de dichos puntos. A los once de la mañana, sin embargo, tuvieron que salir los escuadrones, porque el enemigo amenazaba con cortar la comunicación. A la una de la tarde, sea por este peligro, sea por tener órdenes de la Superioridad, dispuso el general que se evacuara Dríus,operación que se hizo con el mayor orden; estaba el camino obstruído por camiones y ambulancias inutilizados que estorbaban el paso, y el enemigo también procuraba hacer lo propio con sus disparos, no obstante lo cual no consiguió se desordenase la columna, aunque algunos experimentaban nerviosidad ante aquellos obstáculos, que desapareció al quedar libre el camino y protegido por la izquierda por las fuerzas de San Fernando, yendo en vanguardia del flanqueo algunas tropas indígenas. En el paso del río Ligan, donde un numeroso enemigo estaba apostado, se causaron a la columna numerosas bajas, que por un momento engendraron cierto desorden, que fue prontamente contenido. En esta forma se llegó a Batel.

El señor general instructor, en vista de que el testigo, por no encontrarse aún repuesto de las heridas que sufre, se encontraba cansado, acordó suspender esta declaración, leyéndola por sí mismo el testigo en uso del derecho que tiene a hacerlo, y manifestando que su incorporación al regimiento fue en agosto del año pasado; que en la retirada de Dríus a Batel, los escuadrones de Alcántara, con frecuentes cargas, facilitaron la retirada de la columna.

Con estas salvedades se afirma y ratifica en su declaración, firmándola con el señor general instructor, de lo que certifico.-

Felipe Peña (Rubricado.)
Juan Picasso. (Rubricado.)
Juan Martínez de la Vega. (Rubricado.)

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Al propio tiempo certifico también que al folio 682 figura lo siguiente:

Al margen: Segunda declaración del testigo teniente médico D. Felipe Peña Martínez.

Al centro: En Melilla, a 9 de septiembre de 1921, ante el señor general de División, juez instructor, y el secretario que suscribe, compareció el testigo teniente médico D. Felipe Peña Martínez, para prestar nueva declaración, que es continuación de la anterior, habiéndosele advertido de la obligación que tiene de decir verdad y de las penas señaladas al reo de falso testimonio, enterado de las cuales, y después de prestar el correspondiente juramento, fue dada lectura por mí, el secretario, a su anterior declaración, que figura inmediatamente delante de ésta.

PREGUNTADO si está conforme con la misma o desea rectificar algo, dijo que la declaración es la misma que prestó en la mañana de hoy y que no tiene nada que rectificar.

PREGUNTADO qué hechos presenció a su llegada a Batel y posteriormente, dijo que llegaron a Batel, entrando en el campamento parte de la fuerza de vanguardia y quedando el resto fuera; el enemigo hostilizaba desde las alturas, y entonces, después de una parada, se ordenó continuar a Tistutin. Aunque la conducción de heridos y muertos se hacía deficientemente por falta de medios, se llevaron todos; el testigo marchaba más bien hacia vanguardia, viendo durante la marcha al general dando dando las órdenes necesarias al caso, auxiliado especialmente por sus oficiales de Estado Mayor Simeoni y Sanchez-Monge. Al pasar por unas jaimas que hay al mediar el camino entre Batel y Tistutin descargas muy cerradas, que dijeron eran hechas por la misma Policía, que había hecho defección en aquel punto.

Al llegar a Tistutin encontraron que el enemigo atacaba la posición, y esto dió lugar a que se dividiera la fuerza de la columna, tomando una parte de la vanguardia un rodeo hacia la derecha, tras un cercado, y encaminándose los demás por el otro lado de la vía. Estos fueron a parar al campamento, según cree, mientras que los anteriores llegaron a unos depósitos cerca del mismo y allí se detuvieron. El fuego enemigo continuaba con intensidad, y no llegando órdenes del Mando, decidieron continuar la marcha a Monte Arruí. Para contestar a este fuego que se les hacía, algunas compañías se parapetaron, recordando, entre otras, la de Ingenieros del capitán Andújar; pero no cree el testigo lo hicieron obedeciendo órdenes del Mando, sino espontáneamente, por encontrarse el general en la otra parte de la columna.

Durante el paso de la sierra, camino de Monte Arruí, continuó el fuego enemigo, que se fue haciendo menos intenso, hasta que dejó de oirse. San Fernando desplegó guerrillas de flanqueo, y con una improvisada fuerza de soldados y oficiales en mulos constituyó la vanguardia; para evitar que quedaran rezagados se puso de extrema retaguardia a la gente que iba montada. Esta marcha la hacía próximamente la mitad de la columna, habiendo quedado el resto en Tistutin con el general. Así siguieron recogiendo sus bajas y los soldados despeados, que montaban en los mulos, hasta llegar a Arruí. Al llegar a este lugar fueron recibidos a tiros desde el poblado, hasta que por medio de cornetas lograron comunicar con la posición, subiendo entonces a ella. Encontraron en Arruí 90 artilleros que el coronel Jiménez Arroyo había dispuesto quedaran allí de guarnición, marchándose este jefe y el capitán Carrasco a la plaza, y diciendo a los artilleros que al día siguiente irían a relevarlos por el tren.

El capitán Carrasco mandaba la mía de Monte Arruí, y, según le dijeron, se marchó hacia la plaza antes de que se hubiera sublevado su mía, que al ver su marcha empezó a disparar contra el campamento. Pernoctaron allí relativamente tranquilos; pero por la mañana aumentó la hostilidad enemiga, que fue rechazada por las tropas que en buen número habíanse reunido en la posición, aunque se carecía de artillería, porque las cuatro piezas de la batería ligera eventual habían quedado en Tistutin con el resto de la columna que allí permaneciera.

Durante cuatro días el enemigo siguió hostilizándoles y las tropas defendiéndose desde el parapeto y organizando algunas salidas para hacer razias, cogiendo en ellas algunos moros, y sorprender "pacos" y apoderarse de las cantinas del poblado. Con estos castigos los moros disminuían su acometividad; así que al cuarto día apenas molestaron. La aguada, que en los dos primeros días era imposible, se llegó a organizar normalmente. Recibieron un heliograma de Zeluán con la orden del Alto Comisario al general Navarro de que se retirase a Arruí, logrando tras mucho trabajo comunicárselo a dicho general, a quien enteraron también de la situación, recomendándole que procurara llegar al amanecer para evitar fuesen desconocidos por la posición. 

Al amanecer del día 29 oyeron el tiroteo de la columna, que en perfecto orden se aproximaba, hasta que ya cerca de la posición se echó una gran cantidad de enemigo encima de ella; hubo de luchar mucho, y esto hizo que entrasen desordenadamente en la posición. El general mandó emplazar la batería para contener el ataque; pero al retirarse, sea por haberle matado el ganado o porque no pudieran engancharlo, es lo cierto que las piezas cayeron en poder del enemigo. Al entrar esta columna en la posición llevaba un gran número de heridos que hubo que atender y curar, atendiendo a lo cual, el testigo no presenció la entrada del resto de la columna. Al cabo de una hora empezó a disparar el enemigo con los referidos cañones, causando destrozos al tercer cañonazo en la parte del parapeto que ocupaba San Fernando, lo cual fue estímulo poderoso para que se adoptasen nuevos medios de defensa contra esta arma, reparando el parapeto, poniendo sacos de cebada, etc. 

El cañoneo aumentaba en intensidad, pero sin que las granadas explotasen, por lo cual se colocaron oficiales con gemelos para que mediante un toque de corneta avisaran los disparos y que la gente pudiera resguardarse en las zanjas que habían abierto con este objeto. El enemigo fue perfeccionando la graduación de la espoleta y el asentamiento de las piezas, hasta situarlas con mejor éxito en el sitio más conveniente para ellos, hacia tres esquinas del campamento: una, dominando la aguada; otra, el puente, y otra, al lado opuesto. Las aguadas eran algunos días fáciles, aprovechando las negociaciones que se hacían con los jefes de las cabilas; pero otros, a costa de mucho fuego y de muchas bajas, y a veces escasas, llegando en ocasiones a hacerse materialmente imposibles. Algunos individuos, atormentados por la sed, saltaban el parapeto, sin que faltara la vigilancia, y lograban evadirse o caían bajo el fuego enemigo.

Los dos últimos días no hubo manera de hacer aguada. La moral de la tropa, a pesar de las circunstancias, era excelente, sobre todo San Fernando, Artillería e Ingenieros. El teniente coronel Primo de Rivera estuvo muy animoso y valiente, hasta que, observando el fuego de cañón desde el parapeto, una granada le llevó el brazo derecho, habiendo que hacerle la amputación con los escasos medios de que se disponía. 

Estando observando el vuelo de un aeroplano, distraídos con él, no oyeron el aviso del corneta, cayendo una granada, que estalló, haciendo 30 bajas de soldados, hiriendo al capitán Sánchez-Monge, al que llevó una pierna, que también hubo de amputarla; al intérprete Alcaide y al propio general, al que hirió un balín en el muslo. Los destrozos de la artillería enemiga fueron cada vez mayores, singularizándose en la enfermería, donde mataron a casi todos los sanitarios, y complicó la situación de los 400 o 500 heridos que se hallaban en ella, careciéndose de medios terapéuticos para cuidarlos, originando esta falta la muerte de muchos de ellos. 

El segundo día de defensa el testigo fue herido en la cabeza, cuando venía de curar a un oficial, por un casco de metralla, no obstante lo cual siguió prestando aquellas asistencias que su estado consentía. En estas condiciones, faltos de víveres, pues comían carne de caballo sin agua, y con alguna economía de municiones, y arreciando el fuego enemigo, que cada vez era más eficaz, pues graduaban perfectamente la espoleta, se decidió escuchar las proposiciones que reiteradamente hacía el enemigo; influyó también en ello el haberse recibido un despacho del Alto Comisario, diciendo que enviaba emisarios Abd-el-Krim y que Ben-Chalal y Sidi Dris se habían ofrecido mediar para que capitularan en buenas condiciones. Se avisó a los moros; cesó el fuego, aunque impidiéndoles la aguada, y comenzó las negociaciones el comandante Villar con unos moros de baja clase, continuándose luego aquellas entre los principales, que se decidieron a acercarse a la posición, aunque sin entrar en ella; eran estos moros, entre otros, Ben-Chalal y Burrahí, y por nuestra parte, los capitanes Sanz y Calvet y otros varios, saliendo también a parlamentar el general.

En estos tratos se invirtieron dos días, acordándose, por último, que se evacuara la posición, entregándose el armamento, pero conservando los oficiales sus pistolas; los heridos, en camillas que se habían improvisado y que ha harka enemiga les protegería. Se mandó tocar llamada para formar las compañías y entregar ordenadamente el armamento, según lo pactado, y el testigo se trasladó a la enfermería a empezar a preparar los heridos para sacarlos, cuando vió que los moros saltaban el parapeto y se echaban dentro del campamento en busca de botín. El testigo consiguió con gran esfuerzo sacar por encima del parapeto algunas camillas; pero los moros, que en tropel afluían, las pisotearon, muchos de ellos a caballo, arrollando a sus conductores en su afán de llegar al saqueo. Los soldados marcharon, venciendo las mismas dificultades, ordenadamente, caminando por el campo libre, hasta que a unos 50 metros de la posición, los moros, en dos filas, los fusilaron a mansalva. Al llegar al río, un grupo de moros, después de robarle, le dejaron beber agua, cogiéndole prisionero un moro, después de defenderle de otro que le quería matar; lo llevó a lo largo del río hasta el sitio donde estaba uno de los cañones, quedando allí detenido en unión de unos 10 soldados que fueron llegando prisioneros también. De allí los llevaron a Nador, y en el camino el testigo fue apartado en Segangan, donde negoció su libertad bajo rescate, regresando a Melilla el día 14 de agosto.

PREGUNTADO si tiene algo más que añadir, dijo que no.

En este estado, el señor general instructor dispuso dar por terminada esta declaración, que leyó el secretario por haber renunciado el testigo a hacerlo, deseando rectificar en ella que donde se apartó de los demás prisioneros que llevaban a Nador fue en una cabila cerca de Segangan. Con esta salvedad se afirma y ratifica en ella, en descargo del juramento prestado, firmándola con el señor general instructor, de lo que certifico.

Felipe Peña. (Rubricado.)
Juan Picasso. (Rubricado.)
Juan Martínez de la Vega. (Rubricado.)

Lo tachado no vale. Entre líneas: "río", vale.

Y para que conste, expido el presente, visado por el excelentísimo señor consejero instructor, en Madrid, a 10 de octubre de 1922.-

Angel Ruiz de la Fuente.
V° B°: Ayala.