(Un
comentario sobre la obra del P. Horacio Bojorge SJ)
por Sebastián Sánchez
Profesor y doctorando en Historia. Director de
Tizona.
Publicado en Tizona Revista Electrónica de Educación y Humanidades
Neuquén, Patagonia, Argentina Año I, N°9/10,
Octubre - Noviembre de 2002
Correo electrónico: tizona@ciudad.com.ar
¿Es posible, dadas las condiciones actuales de
la historiografía, historiar la acedia? Sólo una respuesta existe para esta
pregunta y es que sólo el católico historiador puede narrar esta historia. Sólo
el investigador católico de la historia, debidamente agraciado e investido con
los sobrenaturales dones del Espíritu Santo, puede desembarazarse de la
contaminación ideológico-metodológica de la historiografía actual y mirar la
historia buscando en los sucesos, y también en los procesos, las claves
negadoras y destructivas de la acedia
Nos proponemos comentar aquí algunas
cuestiones atinentes a la acedia a partir de la obra del P. Bojorge realizada
en torno a este importante tema. Dos son los libros que este jesuíta nos
brinda: "En mi sed me dieron vinagre..." y "Mujer, ¿por qué
lloras...", ambos publicados en Buenos Aires por la editorial Lumen en el
año 1999.
Al iniciar "En mi sed...", el P.
Bojorge caracteriza a la acedia señalando que se trata de un pecado “poco
conocido”; pues no se lo halla en la lista de los pecados capitales (aunque lo
es, pues es principio o cabeza de otros pecados), ni en los manuales de teología ad usum. No obstante, indica
nuestro autor, la acedia existe y está muy presente.
"Se la puede encontrar en todas sus
formas: en forma de tentación, de pecado actual, de hábito extendido como una
epidemia, y hasta en forma de cultura con comportamientos y teorías propias que
se transmiten por imitación o desde sus cátedras, populares o académicas. Si
bien se mira, puede describirse una verdadera y propia civilización de la
acedia (1) ".
Y, ¿qué es la acedia? El CIC la define cómo
"pereza espiritual [que] llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a
sentir horror por el bien divino" (2). Se
trata de un pecado contra el Amor de Dios, pecado contra la Caridad.
A su vez, Santo Tomás señala que es la
"tristeza por el bien divino del que goza de la caridad" y también
como "tristeza mundana" (tristitia
saeculi) (3).
La acedia es como la envidia pero tiene con
ésta una diferencia. El que envidia comete un pecado moral mientras el acedioso
peca teologalmente porque no envidia cualquier objeto sino el espiritual.
Explica el P. Bojorge que el nombre de
“acedia”; es figurado y metafórico y que deriva de palabras latinas que
"portan los sentidos de tristeza, amargura, acidez, y otras sensaciones de
los
sentidos y el espíritu. Los estados de ánimo
así nombrados son opuestos al gozo, y las sensaciones aludidas son opuestas a
la dulzura" (4).
La acedia, entonces, implica acidez, la que
resulta del "avinagramiento de lo dulce. Es decir de la dulzura del Amor
divino." Pero también puede clasificársela "de enfriamiento o
entibiamiento. Y aquí cita nuestro autor el Apocalipsis de San Juan: “tengo
contra ti que
has perdido tu amor de antes" (Ap. 2,4) y
"puesto que no eres frío ni
caliente, voy a vomitarte de mi boca"
(Ap. 3,16) (5).
Entonces, ¿cuáles son los efectos de la
acedia? El alejamiento de Dios y el acercamiento a las cosas, al mundo, al
reino del maligno (más no a la naturaleza en tanto Creación). Fuerza teófuga y cosípeta;
la llama el P. Bojorge en tanto entraña el doble movimiento que San
Pablo asignara al hombre que vive “según la carne".
La acedia se explica como un arma demoníaca,
concretamente del demonio del mediodía..
El diablo, y con él sus legiones, es el Primer Homicida y el Padre de la
Mentira pero también el
Príncipe de la Envidia.
"Así como la envidia es entristecerse por
el bien del otro, así el demonio no soporta la felicidad eterna del hombre en
Dios y que los hombres puedan salvarse. Por ello su actuación es combatir al
hombre, ponerle todo tipo de obstáculos, de trabas, en definitiva, alejarlo de
Dios para siempre"(6).
Concretamente, la acedia halla su causa
preternatural en la acción del demonio del mediodía o meridiano. La explicación
acerca de la raíz de este nombre es doblemente significativa. En principio se
lo denomina así porque ataca a toda alma a la mitad de la jornada.
"Llena el corazón de cansancio - señala
el P. Díaz - de tedio, de nostalgia del siglo; aversión del lugar que habita,
la hace suspirar por otros lugares menos penosos, menos exigentes"(7).
El demonio del mediodía representa así la
persecución por antonomasia del cristiano cabal. Lo explica San Agustín cuando,
al comentar el Salmo 90,6 indica que "al llegar la persecución a su
apogeo, llamó al furor mas rabioso,
mediodía"(8).
Pero, Si se nos permite detenernos un poco más
en esta cuestión, aún hay una segunda razón por la cuál este miembro de la
plebe infernal recibe tal nombre. Y es que este perverso ser utiliza al
mediodía, la luminosidad de la mitad del día, para sustraer al hombre de la
verdadera luminosidad interior que sólo proviene de Dios. Esta falsa
luminosidad demoníaca explica el porqué muchos católicos se ven literalmente
seducidos por la ilusión de ciertas utopías o paraísos
terrenales.
La acedia es un arma del demonio para lograr
la perdición de los hombres. Tal el sentido último de este terrible mal.
También hemos indicado también que la acedia se da en todas las personas. Es
menester pensar ahora en las formas que adquiere este mal en lo referente a la civilización.
Nos referimos a la organización de la acedia en lo que respecta a lo
ideológico, político y cultural.
En lo teológico la acedia se manifiesta en la
herejía naturalista. Y en lo ideológico y cultural en la proclamada civilización de la inmanencia;. La
civilización de la acedia es a lo espiritual lo que
la civilización de la inmanencia a lo
filosófico, cultural y político. No hay separación tajante entre una y otra
pues parten de la misma negación y aversión hacia Dios y la Creación.
Señala Bojorge que la acedia "toma
históricamente la forma de la herejía naturalista y de sus derivados.
Caracterizada brevemente, la herejía naturalista consiste en separar a Dios del
hombre, al Creador de la Creación, al orden natural del sobrenatural, a la
naturaleza del
misterio. El naturalismo es, en su esencia, un
rechazo a la comunión ofrecida por Dios en la revelación" (9).
Si el naturalismo, siguiendo el razonamiento
del P. Bojorge, es la manifestación teológico - histórica de la acedia podemos
concluir también que éste tiene su origen en el demonio. Es él quien, en su
afán de ser como Dios, incita al hombre a separarse del Creador y, por ende, a negar la gracia.
Esto último es lo que nos explica Santo Tomas:
"el crimen del demonio fue o bien poner
su fin último en lo que él podía obtener por las solas fuerzas de la
naturaleza, o bien querer llegar a la beatitud gloriosa por sus facultades
naturales sin la ayuda de la gracia" (10).
Pero es preciso señalar con el P. Bojorge que
la historia misma se ha visto sometida a los designios negadores y
falsificadores de la precitada civilización de la acedia. Se trata de la
"historia oficial contada por la
acedia".
"De poco ha valido - insiste el jesuita -
ante la fragilidad de la memoria de muchos y ante la penetración de la acedia
en las academias históricas, que los horrores vistos en los últimos siglos
dieran el mentís más formal al optimismo
antirreligioso y a las ideologías del progreso nacidas de la acedia y del odio
a Dios..." (11)
En base a lo citado puede decirse que si la
Modernidad es sometida a examen a través de conceptos y categorías históricas,
políticas, económico sociales e ideológicas que explican los designios
destructivos de esta época, bien cabe hacerlo especialmente a partir de la
noción de acedia que es la raíz espiritual de la que brotan todas las demás
desviaciones.
De este modo, en vez de la pretensión de
comprender la Modernidad a través de falacias como el devenir del Espíritu
hegeliano o la lucha de clases marxista, bien vale el intento de encontrar en
la acedia el “motor de la historia” (12) de los modernos. A partir de ello
será posible entrever el sentido de la mentada civilización de la acedia.
Más, llegados a este punto, es necesaria una
aclaración: el hecho de hablar de la acedia bajo la forma de la civilización no
implica en lo absoluto el diluir la realidad del pecado personal en los intersticios
de una ambigua cuanto abstracta estructura. El P. Bojorge es muy claro respecto
de esto: la acedia, como todo pecado, es siempre personal.
Sin embargo, esta esencial aclaración no obsta
para comprobar la existencia de un "espíritu que se ha montado
históricamente como generador de filosofías, políticas, legislaciones, revoluciones, culturas y
conductas..." (13)
Ante esto el P. Bojorge señala lo esencial de
encontrar historiadores creyentes que puedan historiar la acedia.
Ahora bien, ¿es posible, dadas las condiciones
actuales de la historiografía, historiar la acedia? Sólo una respuesta existe
para esta pregunta y es que sólo el católico historiador puede narrar esta
historia. Sólo el investigador católico de la historia, debidamente agraciado e
investido con los sobrenaturales dones del Espíritu Santo, puede desembarazarse
de la contaminación ideológico-metodológica de la historiografía actual y mirar
la historia buscando en
los sucesos, y también en los procesos, las
claves negadoras y destructivas de la acedia.
No es este lugar ni somos nosotros los
encargados de esta tarea, destinada de suyo a pensadores egregios, pero nos
atrevemos a presentar a modo de aproximación algunos ejemplos que pueden dar
luz a los que pretendemos demostrar.
Pensando en primer término en la historia
patria nos preguntamos cómo explicar, sino a través de la acedia, la expulsión
de los Padres de la Compañía de Jesús de América por la acción de los masones
que asesoraban; a Carlos III.
¿Qué otra cosa sino acedia fue la influencia
de la masonería ilustrada en los albores de la independencia de la Madre
Patria?
Otro tanto habría que decir de la lucha de los
impíos unitarios que, desde Chile, Uruguay o a bordo de la fragatas anglo
francesas, combatieron al último de los príncipes cristianos que fue Don Juan
Manuel de Rosas.
Y ni que hablar de las inicuas leyes laicas; de la perniciosa generación del 80 que instituyeron la escuela sin Dios y dieron comienzo a la destrucción
sistemática y organizada de la
familia a través del consabido matrimonio civil.
Y, ¿no ha sido acedia la progresiva
destrucción de la virtud del patriotismo en la historia de la educación
argentina?
Y mucho más, además de estos sencillos y poco
meditados ejemplos, puede decirse de la historia universal , especialmente la
de los últimos siglos.
Si, como ha quedado dicho, en lo teológico la
acedia se constata en la herejía naturalista, en lo histórico ideológico se
verifica en la llamada civilización de la
inmanencia.
"...hay contrariedad entre el
inmanentismo y tradición cristiana – señala Caturelli -, si se entiende por
inmanencia el acto de quedar, permanecer en, de residir en un ser dentro del
cual también tiene su término (como el Espíritu hegeliano, la realidad del
positivismo, la materia en el marxismo), entonces se vuelve imposible la
transmisión de una Tradición que tiene por fuente a Dios trascendente..." (14)
¿No es esto expresión, y seguimos con los ejemplos,
de lo que fue la Revolución Francesa o lo que implicó el demoniacamente
infestado régimen soviético? ¿No se encuentra aquí retratada la España
sangrante bajo los rojos (según la conocida obra de Meinvielle) o el Mexico de
los Cristeros o la Rumania de la Legión de Codreanu o la Argentina de los
setenta?
La acedia puede explicarnos, y de hecho lo
hace, todas las persecuciones sufridas por los cristianos en 2000 años de
historia de la Madre Iglesia y, muy especialmente, la de los últimos doscientos
años.
La bases de esta inmanencia que se hace
civilización se encuentran, como sugiere Caturelli, en varias posiciones
ideológicas pero es en el pensamiento del marxista italiano Antonio Gramsci en
el que se verifica con claridad la pretensión de la Revolución moderna. El
planteo gramsciano reduce el marxismo a su núcleo fundamental, lo exhibe como
religión de la inmanencia, es decir, completamente opuesto al más mínimo atisbo
trascendente.
En fin, ¿qué decir entonces de la actual
realización del satánico Nuevo Orden Mundial con su "mesianismo
inmanentista, su rechazo del nacionalismo, su concepción del mundo como
circuito manipulable y su homogeneización compulsiva"? (15)
Allí está la síntesis de la civilización de la
acedia con toda su confusión, su oscurecimiento del ser y sus inversiones
satánicas. La acedia explica el mundo del Príncipe de lo heteróclito (16).
El historiador católico debe saber, nos lo
indica el P. Bojorge, que es preciso un examen de lo sucedido en la historia
con las virtudes teologales y, en particular,
con el gozo católico de la caridad. Es a él a quien le corresponde
contribuir con una historia de la caridad participando así en la procuración de
una civilización de la caridad.
Y la historia que mentamos no es otra que la
de los santos y héroes que pueblan el tránsito de los hombres en constante
tensión hacia Dios Padre. Es la historia de los que surcan el tiempo por encima
del espíritu del mundo que no propone sino un extraviado éxtasis hacia abajo. La historia de los que, saliéndose de sí
mismos en el verdadero éxtasis, tienden a Dios en el amor a El y a los otros.
De nada sirven las técnicas, los métodos y la
tecnología sin la plena contemplación del ejemplo de los mártires, los héroes,
los santos que lo han dado todo en la defensa indeleble de la Verdad.
Esto es lo que la historia rescatada de las
manos espurias que hoy la subyugan, la vera magistra vitae, debe narrar. La
historia de la caridad, del amor a Dios. Es por eso que Caponnetto insiste en
el carácter epidíctico de la historia (17), en la exaltación del arquetipo de
los mejores, reflejo del Arquetipo Divino, para su imitación como forma de
salvación.
(1).- Horacio BOJORGE: En
mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia, Buenos Aires, Lumen,
1999, pp. 11-12.
(2).- Catecismo de la
Iglesia Católica, n° 2094.
(3).- Cf. De malo , 11,3 sed contra 1°.
(4).- BOJORGE: En mi sed...,
p.15.
(5).- Idem, p.16.
(6).- Armando DIAZ O.P.: Los ángeles y el demonio
del mediodía, Santa Fe, Centro de Estudios San Jerónimo, 1996, p. 99.
(7).- Idem, p. 114.
(8).- San AGUSTÍN, citado por DIAZ: Op. Cit. p.,
121.
(9).- Horacio BOJORGE: Mujer, ¿por qué lloras?. Gozo
y tristezas del creyente en la civilización de la acedia, Buenos Aires, Lumen,
1999, p. 31.
(10).- Santo TOMÁS de AQUINO:
Suma Teológica, I, c.63, 3.
(11).- BOJORGE: "En mi
sed...", p. 79.
(12).- Idem., p. 80.
(13).- Ibid.
(14).- Alberto CATURELLI: La
Iglesia Católica y las catacumbas de hoy, Buenos Aires, Almena, 1974, p. 15.
(15).- Cf. Antonio
CAPONNETTO: Nueva Era de Acuario y Nuevo Orden Mundial, Buenos Aires,
Scholastica, 1995.
(16).- Tomamos la expresión del libro de Monseñor Victorio
Bonamín: El diablo en la vida de Don Bosco, Buenos Aires, Dictio, 1979.
(17).- Véase Antonio
CAPONNETTO: Poesía e historia. Una necesaria vinculación, Buenos Aires, Nueva
Hispanidad Académica, 2002.
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