Comentario a En
mi sed me dieron vinagre
por el Lic.
Fernando Albistur S.J.
[En la revista: Stromata (San Miguel, Prov. Buenos. Aires) 54 (Julio a Diciembre 1998) págs. 320-321]
La espiritualidad cristiana ha identificado la acedia (acedía, acidia) como uno de los pecados capitales; sin lugar a dudas, ha llegado a ser el menos conocido de todos ellos. Se trata, sin embargo, de un fenómeno espiritual e todos los tiempos que quizá sea una de las notas distintivas de estos ‘posmodernos’ que nos toca vivir.
H. Bojorge ha sentido la necesidad de ponerle nombre a este fenómeno: “ver su definición […] describirla, ilustrarla con casos y ejemplos, señalarla en los hechos y por fin tratar de comprender su fisiología espiritual” (p. 16); tal es la intención de este libro. El primer capítulo está dedicado a la definición de la acedia, en lo cual hay dos vertientes. Una la relaciona con la pereza espiritual (así el Catecismo de la Iglesia Católica), que es fenómeno concomitante; de hecho el significado original de acedia es en griego descuido, negligencia. La otra, con un enfoque ‘genético’, la define como tristeza especificándola según su objeto: la acedia es tristeza por el bien divino del cual, en cambio, se goza la caridad (así Santo Tomás). Y esta es la que siguen nuestro autor, quien comienza tratando el tema de la acedia en las Sagradas Escrituras: en una ‘lectura espiritual’ de diversos episodios se discierne la acedia, o al menos el componente de acedia, de muchas actitudes referidas en la Biblia. Después, como tema aparte, acedia y martirio. Sigue el capítulo dedicado a la ‘civilización de la acedia’, donde se muestra toda una serie de actitudes, conductas, modos de pensar, de hablar y de actuar teñidos de acedia, verificados en muy diversas circunstancias. Se halla aquí el material que dio origen a la reflexión del autor y que explica los subtítulos del libro: ‘teología pastoral’ pues para actuar llevando a cabo su misión en el mundo la Iglesia debe ver y juzgar la realidad en un continuo discernimiento; ‘civilización de la acedia’ pues en este ver y juzgar, el autor identifica espiritualmente – discierne – un modo de ver el mundo, de sentirlo, de obrar en él, que no es de Dios. La ‘identificación’ de este mal concluye con los temas de ‘acedia en el monasterio’ y ‘acedia y desolación según San Ignacio de Loyola’. El último capítulo está dedicado a examinar su fisiología: pneumodinámica de la acedia. Se la describe allí como apercepción (no ver el bien) y dispercepción (ver en el bien un mal y en el mal un bien) por obra de la concupiscencia; y esto está en la estructura misma del pecado. Se nota luego cómo ‘trabaja’ la acedia – que es ‘tristeza’ mala – destruyendo el gozo de la caridad y, por lo tanto, restando fortaleza para hacer el bien y resistir el mal. Se concluye hablando brevemente de los remedios de la acedia, enfermedad de ‘pronóstico reservado’ por cuanto en la raíz misma del mal está el rechazar justamente aquello que podría curarlo: casi como una anorexia de Dios.
Una palabra, por fin, sobre el género literario de esta obra a fin de valorarla justamente. En la mejor tradición chestertoniana, H. Bojorge sabe que quien describe un fenómeno espiritual es como el biólogo que estudia los tejidos del cuerpo: para identificarlos, para estudiar su anatomía y fisiología, para ver bien cómo funcionan, debe colorearlos. Así en esta obra, con sagacidad y perspicacia, se resaltan matices, se tensan antítesis, se polarizan elementos de realidades que son siempre complejas, a fin de discernir lo que esencialmente está en juego. Esta descripción de la acedia tiene mucho de aguafuerte, lo cual hace al propósito que la anima: ponerle nombre con decisión a este fenómeno espiritual tan difuso y casi inadvertido con la esperanza de ayudar a prevenirlo y curarlo.