Gigante entre
las aves
Extinguida según
los cálculos hace más de 300 años, este ave corredora habitó durante siglos
las tierras de Nueva Zelanda. Pero cuando el hombre europeo alcanzó la isla sólo
quedaban de los moas algunos huesos, algunas plumas y las leyendas y relatos que
sobre ellas contaban los maoríes. Las reconstrucciones y los datos obtenidos
desde entonces indican que se trataba de un animal pacífico, fundamentalmente
herbívoro, que ingería semillas, frutas, hojas, hierba e incluso ramas.
Pertenecía al grupo de aves hoy conocido como rátidas, aves terrestres, bípedas
e incapaces de alzar el vuelo. Según los cálculos actuales podía haber unas
11 especies diferentes de moas (aunque se han manejado cifras de hasta 37
especies), algunas tan pequeñas como un pavo y otras de descomunal tamaño.
Entre ellas, la especie Dinornis giganteus (Moa Gigante) ostenta el título
de ser el ave más alta que ha pisado la Tierra, con más de 3' 7 metros de
altura, un metro por encima de uno de sus parientes, el avestruz, quien ocupa el
segundo lugar con sus 2' 7 metros.
Por su tamaño y corpulencia debía consumir a
diario tanta cantidad de alimento como un buey.
A diferencia del
avestruz, el moa no vivía en llanuras sino en los frondosos bosques que, por
entonces, debían cubrir al completo las islas de Nueva Zelanda. Sus
estrepitosos chillidos eran la mejor garantía para mantener la comunicación en
el espesor de la vegetación. Las hembras, que debían ser algo más grandes que
los machos, delegaban en ellos la tarea de incubar los huevos y el cuidado de
los polluelos. Éstos, nidífugos y vivaces, salían de los gigantescos huevos
(con cerca de 5 litros de capacidad en las especies más grandes) en un estadio
de desarrollo lo bastante avanzado para seguir a su padre en pocos días. Como
complemento a su dieta vegetariana, los más jóvenes comían también
serpientes, invertebrados, ranas y otros animales pequeños de las islas.
Los restos
hallados indican que las distintas especies de moas debieron extenderse por todo
el territorio de Nueva Zelanda. Dueños de aquellas tierras, su única amenaza
antes de la llegada del hombre parecía proceder del Águila Gigante, un
depredador también extinguido en la actualidad, con 3 metros de envergadura y más
de 10 kilos de peso, que posiblemente atacaba a sus presas en las zonas de
transición entre los tupidos bosques y las praderas. Otro impresionante
habitante de aquel mundo de gigantes y que se considera como el águila más
grande que ha existido.
Durante su
visita a las islas neocelandesas, el naturalista y padre de la biología
evolutiva Charles Darwin estudió a fondo los motivos por los que numerosas
aves, entre ellas los por entonces ya extinguidos moas, habían perdido la
facultad de volar. Llegó entonces a la conclusión de que la pérdida de las
alas era favorable para sobrevivir en el mundo insular, donde los vientos
arrastraban con más facilidad a los animales voladores. Y de hecho la
experiencia ha demostrado que es algo común observar la ausencia de vuelo en
los pájaros y, en general, grandes tamaños entre la fauna en los grupos de
islas repartidos por los distintos rincones del planeta.