Dulce mía:
Mientras escribo esta carta estás muy lejos de mí, con tu gente, en ese viaje que te permitirá buscar nuevos horizontes.
Todo viaje conlleva el placer de alejarse de la habitualidad, como si uno saliera de sí mismo y se transformara en otro. Eso da placer. Cuando uno no lo hace obligado, claro, y confía en que algo positivo aportará a la vida de uno. En nuestro caso está el dolor de la separación momentánea, aunque estés en mi mente y mi corazón, todo el tiempo.
Eso es tan inevitable como nuestro sentimiento mutuo. Nacimos para amarnos, en algún momento de nuestras vidas, y este es ése momento.
Nadie podría evitar que llueva, que el sol se ponga, o que la luna ostente en medio de la noche cerrada su orgulloso disco.
Nosotros, en relación con lo que sentimos, somos tan pequeños como el hombre ante su creador: no podemos evitar su existencia, y sin él estamos muertos.
Así de grande es lo que nos une, y supe que no podía dejar de ponerlo por escrito, por eso esta carta, en la que va parte de mi corazón.
Recíbela como a mí me recibirías, con la misma alegría, hasta que volvamos a estar juntos.
Te amo.