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Carta y poema de Pedro Salinas a Katherine Whitmore

 Ya hemos dedicado un espacio a las cartas de amor del gran poeta Pedro Salinas a Katherine Whitmore, datadas entre 1932 y 1947. Hoy les acercamos parte de esta historia de amor, que Salinas siente así: "...de noches me he despertado, a altas horas, alarmado, como si hubiese oído un grito, y era sólo mi alma, que se preguntaba, anhelosa: '¿Te querrá aún?'. Sensación espantosa de que en aquel momento, sin que yo pudiese hacer nada por evitarlo, tú estabas empezando a dejar de quererme. Pero tú, Katherine, con un tacto y una delicadeza incomparables, poco a poco, has ido venciendo, has ido inclinándome a creer en una posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad esencial, básica, la interior. Y en la otra, asimismo, alma, en la exterior. 'Nos veremos. No lo dudes nunca'. Así, ¡qué gusto, qué alegría! El niño débil que hay en mí se consuela en estas palabras, se refugia en ellas, cobra ánimos y fuerza, cree en todo, todo posible. Lo exterior y lo interior. El plazo inmenso, sin límite, de querernos, y el plazo concreto, con fecha de vernos. Mi alma, mi vida necesitan saber que tu amor es posible lejos y cerca, entre tus brazos y con tu sombra. Tenía un temor, inmenso. Se me representaba imposible. Katherine, vas venciendo. Otra victoria tuya. No creas, no, que estoy seguro, no, que no dudo ya. Eso no será jamás. Tu amor es demasiado precioso para que yo me crea firmemente su dueño. Siempre temblaré, Katherine. Seguridad, nunca. Confianza, sí. Ésa es la victoria que estás ganando, alma, lo mismo en lo general que en los detalles. Tengo confianza. Vivo más tranquilo, camino por mis días con menos recelo. Pero no olvido que la vida y todas sus grandes cosas son eternas y momentáneas, y que de pronto en un instante podemos quedarnos ciegos en medio de la luz, muertos en medio de la vida, solos en medio del amor."

Y uno de los poemas que le escribió, como sigue:

¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el lugar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.