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Alzó el cuchillo de obsidiana. Su negro cristal volcánico, "la uña
de la flecha relampagueante", estaba afilado al máximo. Lo levantó
hasta apuntar a la cara inferior de su lengua estirada, y luchando contra el
dolor lo clavó allí, mordiéndose para permitir que la lengua siguiera fuera
de la boca mientras el cuchillo la perforaba hasta salir por la cara superior.
después se atravesó lentamente el orificio con aquella cuerda espinosa,
hasta que una a una fueron pasando todas las espinas y la sangre cayó por las
tiras de papel goteando en el cuenco |
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Cuando el rostro de Raymond golpeó con fuerza contra las losas, Buchanan
vio que tenía la espalda llena de plumas. Eran flechas que acababan de
clavarle allí.
Miró en dirección al punto desde el cual podrían haber venido las
flechas, pero solo pudo ver el humo de siempre. Cuando oyó un leve ruido
hacia su derecha, se volvió. El guardia, ya repuesto de los efectos causados
por la caída desde lo alto de la terraza, sacaba ahora una pistola. Buchanan
forcejó con la Uzi, la liberó del proyectil que la atoraba, insertó un
nuevo cargador y disparó. Ahora el arma funcionó y la andanada recibida por
el guardia en el medio del pecho bastó para que cayera hacia atrás, cubierto
de sangre. ....
... Buchanan comprendió, se acuclilló con la Uzi lista. Volvió la vista
hacia el otro extremo del terreno, ahora más cubierto de humo. Temía que
en cualquier momento pudieran empezar a llover las flechas. ...
... Este nuevo escalofrío obedecía al hecho de que ahora se trataba de
auténticos mayas, de escasa estatura y delgados, de cabello negro y tez
oscura, las caras notablemente anchas y los ojos almendrados. Lo mismo que
Raymond, estos aborígenes avanzaban con sus toscas armaduras de cuero y
cascos emplumados, y durante un segundo que le pareció eterno su mente se
convirtió en un torbellino incontenible. Fue como si una fuerza irresistible
estuviera arrastrándolo hacia un millar de años atrás.
Los mayas llegaban armados con lanzas, machetes y arcos para lanzar sus
flechas. El jefe no apartaba sus ojos de Buchanan y aquella mirada bastó
para que él dejara de apuntar con la Uzi. Conservaba el arma en su mano, pero
en forma paralela a la pierna derecha y con el caño dirigido a tierra.
Los mayas se detuvieron ante él mientras su líder seguía mirando a
Buchanan, al parecer haciendo una evaluación de aquel blanco. Como fondo de
aquella escena, el único movimiento era la ondulación de las llamas y sólo
podía oírse al crepitar del fuego. ya no se oían disparos y Buchanan creía
saber por qué: aquellos que tenía delante no eran los únicos mayas, que
como reacción ante el ultraje de ver profanados sus lugares sagrados, habían
terminado por rebelarse. Ya no se dejaban cazar como conejos indefensos. ... |