La Arquería en la Literatura Universal
|
Henryk Sienkiewicz (Premio Nobel de Literatura 1905)
Ediciones Orbis S.A. - Buenos Aires - 1984
QUO
VADIS?
|
Primera Parte - Capítulo I - Página 7 |
... - Es cierto - contestó Vinicio- Las flechas de los partos no me
alcanzaron, pero un dardo del Amor me ha herido inesperadamente a pocos
estadios de una de las puertas de la ciudad. ... |
página 12 ... Eros hizo que el mundo surgiera del caos; si obró bien o
nó, ya es otro asunto; pero ya que lo hizo es forzoso que reconozcamos su
poder, aunque no lo bendigamos. ...
Nota del Web Master: Eros es Cupido, Dios del Amor, a quien le fue
otorgado el poder de herir los corazones de los hombres con los crueles dardos
del amor. |
Primera parte - Capítulo II - Página 17 |
... -¿Qué es lo que dibujó en la arena? ¿No sería el nombre de
Eros, o bien un corazón atravesado por una flecha, o algo que indujera a
creer que los sátiros le habían susurrado a esta ninfa, al oído, alguno de
los secretos de la vida? ... |
Primera Parte - Capítulo XIV - Página 96 |
... Al mismo tiempo hacía el papel de Niobe y una verdadera
exhibición de dolor paternal, como lo hubiera hecho un actor en la escena.
...
(Nota: Mujer del rey de Tebas, que fue transformada en roca al ver a sus
hijos muertos a flechazos por Diana y Apolo. Encarna el dolor Maternal.) |
Primera Parte - Capítulo XXVI - Página 174 |
... Urso no había tomado parte en la guerra, pues le había tocado la
misión de acompañar a los rehenes al campamento de Atelio Hister. Sólo
sabía, pues, que los ligios habían derrotado a los suevos y yazigos; pero
que su caudillo y rey había sucumbido bajo las flechas de un yazigo. ... |
Primera Parte - Capítulo XXVIII - Petronio a Vinicio - página 195 |
... "Sabe también que he ordenado al escultor que me haga un
monumento de piedra en memoria de Gulo, a quien maté en un arranque de ira. Demasiado
tarde he pensado en que fue él quién me llevó de niño en sus brazos y me
enseñó a poner una flecha en un arco. No sé por qué cada vez que surge
en mi mente su recuerdo, toma las formas del pesar y del remordimiento."
... |
Primera Parte - Capítulo XXXV - página 235 |
... ¿Pero yo? Yo tengo mis gemas, mis camafeos, mis vasos, mi Eunice. No
creo en el Olimpo, pero me he arreglado uno para mi uso particular en la
tierra; y he de seguir prosperando en él hasta que las flechas del divino
arquero vengan a herirme o hasta que el César ordene que me abra las
venas. ... |
Segunda Parte - Capítulo VII - página 267 |
... El rostro de Idumea, caídas las orejas y extendido el cuello,
pasaba como una flecha por entre los inmóviles cipreses y los blancos
palacios entre ellos ocultos. ... |
Segunda Parte - Capítulo XI - Página 296 |
... Y aquel desordenado saqueo continúo hasta que los soldados se
apoderaron del edificio y dispersaron a la muchedumbre, disparando sobre ella
flechas y otros proyectiles. ... |
Segunda Parte - Capítulo XV - Página 319 |
... - El no sobrepará en peso a Vitelio - Observó Nerón.
- ¡Oh Apolo, el del arco de plata! ¡Mi ingenio no es de plomo! ... |
Segunda Parte - Capítulo XVI - Página 326 |
... Les servían niños en trajes de Cupido, bebían vino en
cálices adornados con hiedra y escuchaban el himno de Apolo, cantado
al son de las arpas bajo la dirección de Antemio. ...
Nota del Web Master: Tanto Cupido, como Apolo y Diana, tienen como
principal atributo en su representación al Arco. Cupido como Dios del Amor,
Apolo como Febo, el Sol, y Diana como Diosa de los bosques y la caza. |
Segunda Parte - Capítulo XXI - Página 371/372 |
... Pero era más fácil traer las fieras a la arena que sacarlas de ella.
No obstante, el César discurrió un medio apropiado para despejar el circo,
procurando al mismo tiempo al pueblo un entretenimiento. En todos los
pasillos que había entre los asientos, se presentaron diferentes grupos de
númidas, negros, ataviados con plumas, llevando aretes en las orejas y
armados de arcos. El pueblo adivinó lo que iba a suceder y acogió a los
arqueros con alegres salutaciones.
Los númidas se aproximaron a la barandilla, y colocando en posición
sus flechas, empezaron a asaetear a los grupos de fieras. Y éste fue, en
realidad, un espectáculo nuevo.
Los esbeltos cuerpos negros se doblaban hacia atrás, extendías sus
flexibles arcos y lanzaban, uno tras otro, dardos. El zumbido característico
de las cuerdas y el silbar de las emplumadas flechas se mezclaba con los
aullidos de las fieras y los gritos de admiración de los espectadores.
Osos, lobos, panteras y hombres aún visos, iban cayendo uno tras de
otro. Aquí y allí un león, sintiendo una saeta en su costado, contraía
rabiosamente las mandíbulas y se volvía con un movimiento súbito a coger y
quebrar el proyectil que le había herido. Otros daban rugidos de dolor.
Las fieras menores, poseídas de pánico, corrían a ciegas por la
arena, o se arrojaban de cabeza contra el enrejado. Y entretanto, los
dardos seguían silbando y silbando por el aire, hasta que llegó un momento
en que el último de los seres vivos que había en la arena quedó derribado
y debatiéndose en las convulsiones postreras de la agonía. ...
... Se alzaban las temblorosas manos,
¡oh el del arco de plata que tira a lo lejos
de los míseros ancianos! |
Segunda Parte, Capítulo XXIII - Página 384/385 |
... El espectáculo debía comenzar con un combate entre los
cristianos, quienes, con tal objeto, fueron ataviados como gladiadores y
provistos de toda clase de armas de las que utilizaban los gladiadores
profesionales para las luchas ofensivas y defensivas. Pero ésta fue una
contrariedad para el público. Los cristianos, después de arrojar sobre la
arena redes, flechas, tridentes y espadas se abrazaban y estimulaban unos a
otros dándose recíprocamente ánimos para soportar la tortura y la muerte.
... |
Segunda Parte, Capítulo XXX - Página 425 |
... - ¡Ligia! ¡Ligia! - exclamó Vinicio
Y luego se mesó los cabellos junto a las sienes, se agitó convulsivamente
como quien recibe en el cuerpo un penetrante dardo y empezó a repetir con
voz inhumana:
-¡Yo creo! ¡Yo creo! ¡Oh Cristo, un milagro! ... |
Segunda Parte - Capítulo XXXIX - Página 456 |
... Petronio hizo una seña a los músicos y de nuevo se escucharon las
voces juveniles y los sones de las cítaras. Cantaron primero Harmonio, luego
la canción de Anacreonte, en que el poeta se queja que una vez encontró
al tierno hijo de Venus Afrodita, lloroso y aterido, bajo unos árboles; que
le dio abrigo y calor, y secó sus alas, y, en pago, el ingrato niño
atravesó con un dardo su corazón, y desde ese instante la paz le había
abandonado. ... |