Cables
que suben algo que no alcanzo a distinguir. Suena el cuerpo a través
de los parlantes. Difusos espasmos de alegría. Caras y más en technicolor.
Mi propia película transcurriendo ahí, en el mismo lugar en el que
todo pasa. Escenario. Quién podrá decir que la historia no transcurre
acá. Pasado y futuro se mezclan en este instante fugaz. Un instante
de condensación. Mucho de lo que fue aparece y baila y goza conmigo.
Mucho de lo que será nace y llora y pide comida, urgente comida.
El
recital terminó y con el morí y volví a nacer. Como les decía hace
un tiempo que la música ya no pasa por un oído y sale por el otro,
hace un tiempo que la música no sólo pasa por los tímpanos. Sonidos
como rayos de luz atraviesan todo mi cuerpo. Cada partícula de mi
ser se entrega a la música y bailo y bailo y bailo, hasta volverme
una ameba. Todo esto y mucho más fue el festival BUE.
Otro
viaje, destino incierto. Sólo ocurren aquellas cosas que no puedo
pensar. Variables de mi vida que pesan y se van, se diluyen, desaparecen
en el cosmos. Estoy por casarme y eso sí que suena irreal. Sentar
cabeza, nada más cercano a la mugre burguesa que intenta taparnos
diariamente. Un ritual, una fiesta popular impostergable, un nuevo
punto de partida para mi absurda y alocada existencia. Un capricho.
Dos niños que juegan a ser grandes, que juegan y se divierten con
un montón de amigos más. Hay cosas que uno tiene que experimentar,
sin importarle realmente una mierda. O importándole tanto las cosas
a tal punto que se diluye toda preocupación. Pasame la sal que la
comida se enfría y todavía no probé bocado.
¡Mirá
mamá! ¡son las luces de la nada! dijo el pibe que viaja en
el asiento de atrás. No podía pensar en otra cosa desde ese momento.
En la nada, en Kerouac, en estas últimas semanas de vida intensa
y cuelgue total. En el futuro que llegó hace rato. En el fluir y
todas esas cosas tan lindas en las que uno piensa cuando no tiene
otra cosa para hacer. Con la música que estuvimos eligiendo con
Juan para la fiesta todavía sonando en la cabeza.
Una
letra dibujada, este chico no para de sorprenderme. Pienso
en las cosas que nunca me va a decir el hijo que nunca va a nacer.
Miro las estrellas, tanto tiempo en la ciudad, me había olvidado
de cómo brillan. El infinito se había reducido a la distancia entre
dos puntos. Ah! Qué inmensitud. Cuantos fantasmas caminan por este
mundo. Cuánta energía suelta deambula, pulula, y hace piruetas por
el universo. Ya se ven las luces de la nada que se acercan lentamente,
muy lentamente. |