No
soy el primero en decirlo, tampoco el último. Brasil nos ganó con
justeza. Siempre que nos gane ganará con justeza. Y cuando no, será
porque habremos ganado nosotros, aunque no con justeza como ellos.
Ellos siempre ganarán, con justicia, porque son mejores jugando
al fútbol. Pero, para evitar que los lectores susceptibles dejen
de leer esta nota, ofendidos, antes de que yo haya desarrollado
la idea, detallemos.
Ha
sido demostrado científicamente que los negros son más plásticos
que nosotros para los deportes y demás disciplinas de movimiento
corporal. Esto no significa que porque lo diga la ciencia entonces
sea así. Lo cierto es que se mueven mejor. Tienen tendones claves
del deportista mucho más desarrollados que en los blancos. Y como
el fútbol se profesionaliza a escala mundial, los negros de todas
partes, cada vez juegan mejor. En la gradual igualación global de
todos los hombres los negros, de contextura más deportiva, se empezarán
a destacar. La igualdad cultural no podrá refrenar la astucia con
que se impone la naturaleza. Por todo esto pienso que en el futuro
no habrá jugadores blancos. Al menos habrá más porcentaje de negros
porque de ninguna manera es posible erradicar la totalidad de la
imperfección humana: siempre quedarán restos. En el basquet norteamericano,
que tiene toda la plata necesaria para comprar el jugador de basquet
del mundo que se le antoje, sin embargo, hay un predominio de negros
que contrasata, justamente, por provenir de un país tan cargado
de blancos y que le profesa un fuertísimo culto a la Belleza aria.
Nosotros,
argentinos, profundos perfeccionistas, con muchísimo complejo de
rubios, queremos mostrar hacia fuera lo buenos que somos y nos plantamos
con toda nuestra ferocidad frente a alguien que es más fuerte que
nosotros. El argentino, pienso, debe ser uno de los personajes más
inteligentes de toda la fauna humana, no hay dudas. Aunque también
es cierto que por eso mismo se choca y sufre tanto. Los brasileños,
que juegan fútbol como bailando zamba, no se preocupan por mostrar
algo que llevan en la sangre. Tan en la sangre lo llevan que ni
se mosquean. Ellos juegan como lo hacen desde siempre. Nosotros,
en cambio, somos más ambiciosos. Queremos mostrar lo buenos que
somos. Somos buenos, es cierto, pero podríamos ser mejores. Podríamos
ser como nunca lo seremos.
En
el último partido que jugamos contra ellos pasó esto. Nosotros sufríamos
y sufríamos y ellos, en el banco de suplentes, bostezaban. Al punto
de que el locutor de radio, un fanático de Boca, llegó a indignarse
al aire. Su indignación es la misma que la del personaje trágico.
Los argentinos sufrimos al preguntarnos: ¿yo hago tanto para conseguir
esto y, sin embargo, lo ganan ellos sin siquiera esforzarse? ¿Cómo
es esto posible? Es posible porque ellos pueden darse el lujo de
no preocuparse por el partido. Están tranquilos. Simplemente juegan.
Nuestros
jugadores jugaron bien. Pero jugaron como si hubiesen tenido la
pesadísima obligación de ganar. Como con un revólver en el medio
del culo todo el tiempo. Parecían haberse pasado la vida entera
entrenando para jugar ese, y no otro, partido. Faltaban sólo veinte
segundos para que terminara el partido, íbamos ganando por un gol
que nos había costado cada uno de los minutos del segundo tiempo,
y ellos, que en ese preciso momento bostezaban desde el banco de
suplentes, hicieron el gol del empate. Bien tranquilos. Como si
les hubiese dado lo mismo perder. El desaliento fue tan grande que
en los penales perdimos como unos perros. Nuestros dos primeros
tiros parecieron de dos nenes chiquitos que tenían que enfrentar
un gigantesco oso del bosque. De hecho, y este fue uno de los grandes
errores de Bielsa en el partido, fue exactamente eso. Bielsa podrá
decir que nunca hubiese torcido su voluntad de mandar a patear los
primeros tiros a dos jugadores sin experiencia; que nunca hubiese
roto la confianza que se sentía obligado a profesarles. Quizás tendría
razón. Dentro de su esquema de racionalización absoluta del equipo,
dentro de su extremado perfeccionismo, que es también el nuestro,
su decisión habría sido moralmente correcta. Pero quizás sea esta
también la causa de nuestro eterno derrotero. Siempre perderemos
por nuestra tenacidad incorregible a la hora de querer ganar un
partido. La raza negra está un paso más adelante en la evolución.
Cuando nos digan que el mundo debe clonar rubios con ojos celestes,
llevaremos a un jugador brasileño, cualquiera que sea, para demostrar
que todos y cada uno de ellos bailan mejor que un blanco; para demostrar
que un negro es mejor futbolista. Me podrán decir "Maradona
es el más grande de todos los tiempos". Puede que sí, pero
eso es así porque Maradona juega al fútbol desde mucho antes de
hacer uso de su razón. Si Pelé no es mejor que Maradona, como otra
gran parte del mundo suele decir, entonces ya aparecerá algún negro,
que también juege desde antes de poseer el raciocinio, que supere
la calidad de nuestro querido Diego. Ya nos las veremos con algún
simpático jugador negro que vendrá a derruir nuestro precioso mito.
Fue
lindo soltarme al baile brasileño. Sentir que suelto las caderas,
que medianamente las meneo, y que la regularidad del movimiento
me produce una alegría poco común. El control del hombre, al estetizarlos,
sobre los movimientos de su cuerpo, es como el control sobre su
propio mundo. Estetizar el mundo según la Belleza que guardamos
en nuestro propio interior. El hombre deja de recibir información
del medio para derramar un llanto que baña, con su dolor, a las
propias cosas. El llanto que más adelante traerá la alegría. Una
alegría.
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