la tragedia argentina

por>álvaro fuentes

No soy el primero en decirlo, tampoco el último. Brasil nos ganó con justeza. Siempre que nos gane ganará con justeza. Y cuando no, será porque habremos ganado nosotros, aunque no con justeza como ellos. Ellos siempre ganarán, con justicia, porque son mejores jugando al fútbol. Pero, para evitar que los lectores susceptibles dejen de leer esta nota, ofendidos, antes de que yo haya desarrollado la idea, detallemos.

Ha sido demostrado científicamente que los negros son más plásticos que nosotros para los deportes y demás disciplinas de movimiento corporal. Esto no significa que porque lo diga la ciencia entonces sea así. Lo cierto es que se mueven mejor. Tienen tendones claves del deportista mucho más desarrollados que en los blancos. Y como el fútbol se profesionaliza a escala mundial, los negros de todas partes, cada vez juegan mejor. En la gradual igualación global de todos los hombres los negros, de contextura más deportiva, se empezarán a destacar. La igualdad cultural no podrá refrenar la astucia con que se impone la naturaleza. Por todo esto pienso que en el futuro no habrá jugadores blancos. Al menos habrá más porcentaje de negros porque de ninguna manera es posible erradicar la totalidad de la imperfección humana: siempre quedarán restos. En el basquet norteamericano, que tiene toda la plata necesaria para comprar el jugador de basquet del mundo que se le antoje, sin embargo, hay un predominio de negros que contrasata, justamente, por provenir de un país tan cargado de blancos y que le profesa un fuertísimo culto a la Belleza aria.

Nosotros, argentinos, profundos perfeccionistas, con muchísimo complejo de rubios, queremos mostrar hacia fuera lo buenos que somos y nos plantamos con toda nuestra ferocidad frente a alguien que es más fuerte que nosotros. El argentino, pienso, debe ser uno de los personajes más inteligentes de toda la fauna humana, no hay dudas. Aunque también es cierto que por eso mismo se choca y sufre tanto. Los brasileños, que juegan fútbol como bailando zamba, no se preocupan por mostrar algo que llevan en la sangre. Tan en la sangre lo llevan que ni se mosquean. Ellos juegan como lo hacen desde siempre. Nosotros, en cambio, somos más ambiciosos. Queremos mostrar lo buenos que somos. Somos buenos, es cierto, pero podríamos ser mejores. Podríamos ser como nunca lo seremos.

En el último partido que jugamos contra ellos pasó esto. Nosotros sufríamos y sufríamos y ellos, en el banco de suplentes, bostezaban. Al punto de que el locutor de radio, un fanático de Boca, llegó a indignarse al aire. Su indignación es la misma que la del personaje trágico. Los argentinos sufrimos al preguntarnos: ¿yo hago tanto para conseguir esto y, sin embargo, lo ganan ellos sin siquiera esforzarse? ¿Cómo es esto posible? Es posible porque ellos pueden darse el lujo de no preocuparse por el partido. Están tranquilos. Simplemente juegan.

Nuestros jugadores jugaron bien. Pero jugaron como si hubiesen tenido la pesadísima obligación de ganar. Como con un revólver en el medio del culo todo el tiempo. Parecían haberse pasado la vida entera entrenando para jugar ese, y no otro, partido. Faltaban sólo veinte segundos para que terminara el partido, íbamos ganando por un gol que nos había costado cada uno de los minutos del segundo tiempo, y ellos, que en ese preciso momento bostezaban desde el banco de suplentes, hicieron el gol del empate. Bien tranquilos. Como si les hubiese dado lo mismo perder. El desaliento fue tan grande que en los penales perdimos como unos perros. Nuestros dos primeros tiros parecieron de dos nenes chiquitos que tenían que enfrentar un gigantesco oso del bosque. De hecho, y este fue uno de los grandes errores de Bielsa en el partido, fue exactamente eso. Bielsa podrá decir que nunca hubiese torcido su voluntad de mandar a patear los primeros tiros a dos jugadores sin experiencia; que nunca hubiese roto la confianza que se sentía obligado a profesarles. Quizás tendría razón. Dentro de su esquema de racionalización absoluta del equipo, dentro de su extremado perfeccionismo, que es también el nuestro, su decisión habría sido moralmente correcta. Pero quizás sea esta también la causa de nuestro eterno derrotero. Siempre perderemos por nuestra tenacidad incorregible a la hora de querer ganar un partido. La raza negra está un paso más adelante en la evolución. Cuando nos digan que el mundo debe clonar rubios con ojos celestes, llevaremos a un jugador brasileño, cualquiera que sea, para demostrar que todos y cada uno de ellos bailan mejor que un blanco; para demostrar que un negro es mejor futbolista. Me podrán decir "Maradona es el más grande de todos los tiempos". Puede que sí, pero eso es así porque Maradona juega al fútbol desde mucho antes de hacer uso de su razón. Si Pelé no es mejor que Maradona, como otra gran parte del mundo suele decir, entonces ya aparecerá algún negro, que también juege desde antes de poseer el raciocinio, que supere la calidad de nuestro querido Diego. Ya nos las veremos con algún simpático jugador negro que vendrá a derruir nuestro precioso mito.

Fue lindo soltarme al baile brasileño. Sentir que suelto las caderas, que medianamente las meneo, y que la regularidad del movimiento me produce una alegría poco común. El control del hombre, al estetizarlos, sobre los movimientos de su cuerpo, es como el control sobre su propio mundo. Estetizar el mundo según la Belleza que guardamos en nuestro propio interior. El hombre deja de recibir información del medio para derramar un llanto que baña, con su dolor, a las propias cosas. El llanto que más adelante traerá la alegría. Una alegría.

 

el mojón

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