violar x las orejas

por>mariano colalongo

Diferentes circunstancias me impiden seguir leyéndolo; pero compruebo que modula a través de mí. Intento unas palabras que de pronto se quedan ciegas, muertas, sepultadas(1). La voz de Gombrowicz arrasa y deja dispersos un montón de restos. Hace un deshuese general del tema que me había propuesto desarrollar: la composición, el encuentro, una vez más. Yo ahora sólo quiero decir que los matices que agregamos a nuestro pensamiento deben llegar así: subrepticia, pero de manera súbita y rotunda. Es este el secreto motivo del microensayo: la composición y los encuentros pueden esperar, pero hay algo latente que no puede esperar y eso es la expresión del movimiento del pensamiento, por el cual uno llega a armarse de asombrosas voces que actúan como armas de lo mismo, que lo recorren y hacen bifurcar y reflejar en realidades en las cuales llega a plantear, sin lugar a dudas, cuestiones decisivas. De algún modo es jugar por el contrario de lo que queremos decir; sin ánimos de alimentar la ampulosa distorsión interpretativa. Porque si lo que queremos decir es lingote decididamente vamos a decir zapallo; pero siempre buceando en el movimiento del pensamiento, ya que, tal vez, se presente libre y oculto tras la voz que lo disfraza.

Ustedes ya comprenderán por qué no podemos dejar encerradas estas cosas en el tiempo y compartimentarlas como acostumbramos a compartimentar todo, dejándolas añejadas en las ocho y veinte.

Así es que un buen día me encuentro pensando el podermiento y el nopodermiento, veo que hay cuculillos colgados en los nísperos y toda la realidad entera me parece un pedo. Me sorprendo usando palabras ajenas en situaciones, digamos, bastante incoloquias. Y el peso de las circunstancias es siempre relevante. Entonces decido no comenzar el capítulo 9 y tampoco pasar de la página 173. Eso sería madurar la forma y yo lo que quiero es respetar las circunstancias por sobre la forma que adquieran, incluso cuando piensen y digan que las condiciones bajo las cuales pienso y escribo en Gombrowicz sean precarias. Porque la comprensión del podermiento se dio aquella tarde, y de eso a mi no me caben dudas. Y alimentado en las nutrientes páginas de Bergson, se prolongó en diferentes imágenes recortadas de otro grupo de imágenes de vaya uno a saber qué caos existencial. Hasta cabría confesarles que todo este rodeo de jungla sintáctica se resume en unas pocas palabras, que buscan reflejar la imagen del encuentro entre los cuerpos y que gracias a Gombrowicz se mantienen al resguardo de lo inacabablemente Inmaduro. Aquí es cuando debemos quitar el falsete porque, finalmente, “Ferdydurke plantea esta pregunta: ¿no veis que vuestra madurez exterior es una ficción y que todo lo que podáis expresar no corresponde a vuestras realidad íntima?”

¿Fundamentalistas del hecho? Nadie lo sabrá. Y frente a este tipo de preguntas hay que recuperar el tono. Es cuando hay que pararse en las realidades para hacerlas devenir en lo otro, en lo que supuestamente “somos”, o, al menos, lo que somos en el mundo. Si nosotros somos los hechos que encarnamos, debemos fugar con ellos; cuando los hechos se terminan, el juego se acabó. Y no voy a ocupar más tinta porque no me va a entrar el pie de página.

 

(1) Santo Sepulcro: Hace tiempo que pienso que es en los encuentros donde finalmente se define todo. Porque allí sucede algo crucial y definitivo: hay cuerpos que se juntan y fusionan o se dislocan y repelen. En los encuentros sucede que el movimiento traspasa los cuerpos, otorgándoles nuevas intensidades experimentables porque se da como un encuentro con lo otro. Pero un encuentro con lo otro que es de algún modo composición y fusión o alteridad y diferencia. Cuando Gombrowicz sitúa al encuentro en el interior de la conciencia define la detención del movimiento en el encuentro, que es, por decirlo así, su afección y su pasividad absolutas. En Ferdydure, cuando uno nace, lo hace en mil reflejos deformados de uno mismo. Y no creo que haya mejor manera de definir la detención que como detención en las imágenes que se hace un cuerpo de otro, ya que de este modo la detención se lleva al punto de no apelar a ningún fundamento subyacente, sino simplemente a una identidad definida y detenida por el afuera. Así, lo que llamamos conciencia pasa a ser un salón de espejos deformados, por medio del cual maduramos y adquirimos una forma (una forma de uno proveniente de los otros, un reflejo o una máscara) que intenta prolongarse como definitiva; pero siempre en fuerte tensión con la Inmadurez, absoluta categoría, poseedora de una potencia de revulsión social capaz de librar los cuerpos a la experimentación. Porque, si no hay un otro en el afuera, como un componente de un gran Otro que nos deforma en la conciencia, que no sea definido a su vez por otro deformado (o definido por el afuera), entonces, el mundo de la conciencia y la convención de la realidad, tampoco escapa al salón de los espejos. Hay miles de figuras que gritan detenidas en el tiempo e intentan definirnos arrojándonos imágenes y reflejos estáticos y sin vida; entretanto nosotros trataremos de buscar la vida que subyace en los encuentros.

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