“Voy a conquistar Buenos Aires”

A A los  14 años pudo venir a la Capital para filmar un comercial de shampoo, pero su padre dijo "No", y se quedó en Mar del Plata. Hoy, a los 27, y luego de su experiencia en Gran Hermano, Natalia dice: "Parece que Dios se acordó de mí", de la fama y por qué no, de ser vedette, y asegura que llegó el momento de la revancha.   

     14 años pudo venir a la Capital para filmar un comercial de shampoo, pero su padre dijo "No", y se quedó en Mar del Plata.

 

Hoy, a los 27, y luego de su experiencia en Gran Hermano, Natalia dice: "Parece que Dios se acordó de mí", de la fama y por qué no, de ser vedette, y asegura que llegó el momento de la revancha.

  Es una tarde cualquiera de 1987. Natalia Fava, una Lolita marplatense de 14 años que sueña con las luces de la gran ciudad, no sabe que Jorge, su padre, acaba de recibir una llamada en su negocio de la calle Luro y que del otro lado del teléfono hay una voz que dice: "Queremos traer a Natalia a Buenos Aires para hacer un comercial de shampoo". Nati tampoco sabe de la respuesta, firme y seca: "No, mi hija no va". Dos semanas más tarde, su familia le revelará todo. Y ella llorará el día entero, y los que siguen, y durante años. Y mientras crecía, ganaba concursos y desfilaba como una top local, se preguntaba: ¿qué habría pasado si me hubieran dejado ir? ¿Tendré una nueva oportunidad alguna vez?

  Ultimo viernes de febrero de 2001. La temporada marplatense va apagando sus luces y Natalia Fava acepta la invitación de su amigo Carlos Gorosito para ir a ver Coronadytos, el espectáculo que encabeza Jorge Corona en el teatro Lido. La idea es festejar que Nati fue seleccionada para ingresar a la casa de Gran Hermano y en pocos días deberá hacer las valijas, viajar a Buenos Aires y empezar junto a otros once chicos, hasta ese momentos perfectos desconocidos, una experiencia de convivencia singular. La noche transcurre y sobre el final del show, mientras los artistas regalan su último saludo, Natalia se acerca al oído de su amigo y con la seguridad de quien deja caer una sentencia, le susurra: "Esta es la última vez que me ves aplaudiendo desde una platea. La próxima vez yo voy a estar arriba del escenario".

  Un salto más en el tiempo: es el último sábado de abril. Natalia está sentada frente al espejo mientras una peinadora, una maquilladora, un fotógrafo, dos asistentes de estudio, una productora, un vestuarista y un periodista revolotean a su alrededor a la espera de que comience la producción fotográfica. Ya pasaron los 40 días dentro de la casa. Ya pasó su romance con Santiago frente a las cámaras. Ya pasó la angustia de su familia por verla sin poder sacarla de allí. Ahora sólo queda el futuro, ese manojo de incógnitas.

  -¿Alguna vez le reprochaste a tu familia no haberte dejado venir con aquella primera propuesta?

-Me enojé mucho, pero no les pasé ninguna factura porque sé que lo hicieron para cuidarme. Sin embargo, es cierto que lloré durante mucho tiempo. Cuando me iba bien en Mar del Plata, pensaba: "Qué bueno si esto mismo me pasara, pero en Buenos Aires". Siempre me quedaron las ganas, el gusto amargo de no haber venido.

  -Y vivís lo de Gran Hermano como un revancha…

-Sí, es una revancha personal. Parece que Dios se acordó de mí y me dio esta segunda oportunidad.

  -Pasaron 13 años…

-Lo sé, ya no soy una Lolita.

  -Okey, ya llegaste a Buenos Aires, ¿y ahora?

-Me gustaría tener mi programa de televisión. Algo de interés general, con juegos, entrevistas, sketchs.

  -Hola, Natalia, te estamos llamando…

-Sí… (risas). Susana es un poco mi modelo a seguir. Es tan fresca, tan increíble. Me encanta lo que hace y cómo lo hace. Y también me gusta mucho Andrea Frigerio, es bárbara.

  -¿Sos ambiciosa?

-Soy ambiciosa, pero en el buen sentido. Es decir, no para acumular poder, sino porque me gusta cumplir con mis metas y objetivos y hago todo para lograrlo. Desde este punto de vista, todos somos ambiciosos, y el que no lo es, ¿para qué se levanta a la mañana?

 

por Alejandro Seselovsky