Nuestro Fundador

Juan N. Madero.

 

C

asi veinte años después de Caseros, San Fernando comenzaba a dar muestras de afianzarse en el camino del progreso. Despertaba del letargo en que había vivido, se comenzaron los trabajos del muelle del canal y se inauguraba la primera línea férrea entre Buenos Aires y el pueblo, cuyo primer tren llegó a San Fernando el 5 de febrero de 1864.

A pesar  de lo hecho era todavía mucho lo que quedaba por realizar. No hay que olvidar la lentitud con que se realizaban las cosas. La vida y animación de la villa sólo mostraba en las márgenes de su ya viejo canal. Podía decirse que en esa fecha, aquello era la toldería con su conjunto de ranchos de paja y barro, dispersas entre malezas y pantanos, que viera Sarmiento, pero no distaba mucho de serlo.

A esta aldea llegaría a fines de 1871, a los sesenta y cuatro años, don Juan Nepomuceno Madero. Llegaba a la villa de San Fernando, que Sobremonte llamara “de la buena vista”, para hacer un pueblo nuevo, floreciente y próspero.

Madero ha dejado ya de publicar en Buenos Aires “El Comercio del Plata”, que fundara con su cuñado el Dr. Florencio Varela en Montevideo, y ha dispuesto radicarse en la villa ribereña, donde tiene una casa desde hace muchos años. En efecto, en el año 40 – el año sangriento de la tiranía – encargó a una persona de su amistad, por razones fáciles de imaginar, que le adquiriese una casa sencilla, de paredes de adobe y techo de tejas, que había visto en la villa nombrada.

Hace cincuenta años llegó con sus padres y hermanos a Montevideo. Venia de Cádiz, ciudad en que naciera el 15 de junio de 1806. Era un niño, contaba con apenas seis años de edad. Tiempos de lucha eran aquellos en que llegara al Plata, los pueblos rioplatenses vivían agitados por la revolución de Mayo, y Buenos Aires era el centro de esa agitación. La conspiración de Alzaga, por entonces, inquietaba a los patriotas y al gobierno, del cual formaba parte un amigo de su padre. Amigo que lo sería también de él con el andar de los años, se trataba de Bernardino Rivadavia.

Recuerda con honda emoción los días de su niñez, cuando su padre era miembro del Cabildo de Buenos Aires. El empleo de su padre le dio la oportunidad de conocer y de tratar a todos los patriotas de la época: Juan José Paso, Pueyrredón, Rivadavia y Belgrano.

Manuel Belgrano mantuvo con su familia una estrecha amistad. Con su padre se habían conocido en Europa, y al reencontrarse en América, reanudaron la amistad, y en la campaña de Tucumán y de Salta, acompañó al prócer, siguiendo bajo sus órdenes con el cargo de Intendente General. Cuando el Cabildo de Buenos Aires decidió honrar a Belgrano agradeciéndole los inmensos servicios prestados a la patria, se designó a Madero para que se encargara de dirigir y de cuidar la construcción de un bastón, que era el obsequio que se le entregó en 1814.

Se buscó una caña de la India de las más finas y perfectas de su clase, adquiriéndola en un negocio donde se vendían bastones y paraguas, cuyo propietario era un señor a quien todos conocían con el sobrenombre de “Levita Verde”. Una onza de oro se pagó por ella.....

El grabador aprobó la compra realizada y se encargó, a su vez, de proporcionarle los materiales y piedras preciosas que habría de colocarle.

Al llegar a la sencilla vivienda que ha de servirle de morada, su hijo le advierte que al fin podrá dedicarse al descanso, al merecido descanso, al bien ganado descanso. Y que por allí, en la quietud, en la tranquilidad de una villa de costumbres todavía coloniales, y en aquella vivienda poblada de árboles, cercana al río, casi impenetrable por la exuberante vegetación de la ribera.

La idea del establecimiento de un museo de carácter general, puede decirse, que nació con la Biblioteca. Dado  las amistades mantenidas por Madero y el ambiente donde desenvolvió su vida desde niño, le había permitido reunir una gran cantidad de objetos, documentos, cartas, etc., que pertenecido a personajes, tenían valor histórico. Algunas de ellas eran verdaderas reliquias para su poseedor. Pero entendiendo que las piezas eran de patrimonio público, resolvió crear el museo entregándolas a la expectación del pueblo.

De los objetos por el cual Madero sentía particular afecto, se destacaba un escritorio mandado a construir por Rivadavia para su uso. Se conocen detalles referentes a esta mesa – alguno de ellos pintorescos por haberlos narrado el propio poseedor a personas de su amistad y en alguna ocasión al bibliotecario, quien lo trasmitió a miembros de las comisiones directivas de la institución.

El escritorio según esas versiones, lo mandó a construir Rivadavia al hacerse cargo del ministerio que le confiara al general Martín Rodríguez, en 1821. Lo construyó un ebanista inglés cuyo taller estaba situado en la calle Defensa entre Venezuela y México y al extremo o esquina del paredón de Santo Domingo, en la misma cuadra donde habitaba Rivadavia.

En enero de 1875, remite un informe a la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares detallando la existencia, la ubicación y movimiento de la institución. En la minuciosa reseña, tiene palabras de cariñoso elogio para Rivadavia al referirse al mueble que le perteneciera.

Al levantarse en octubre de 1881, durante el gobierno ejercido por el Dr. Dardo Rocha, el tercer censo del pueblo, arrojó un total de cinco mil quinientos trece habitantes; la edificación se había extendido considerablemente, contándose con ciento diez y seis casas de azotea (en 1857 eran 147), que con las mil setenta y una construidas con materiales diversos, sumaban dos mil cuatrocientos cuarenta y siete. Existían cuatro escuelas públicas y cuatro particulares, cinco mil cabezas de ganado, una importante producción agrícola, cuarenta y seis establecimientos industriales, ciento diez casas de comercio y diversos profesionales.

El aspecto paupérrimo del 70 había desaparecido, despertando el pueblo del sueño en que yacía.

Todo eso y lo pintoresco de la zona, hicieron del lugar el punto elegido por las familias residentes en la Capital, para pasar sus temporadas de descanso durante la estación estival. Muchas de esas familias construyeron sus casas en el pueblo. Entre ellas se recuerdan los nombres de Amancio Alcorta, esclarecida figura del país; a don Emilio Castro; gobernador de la Provincia, legislador, militar y jefe de la policía de Buenos Aires. ; al Dr. Norberto Quirno Costa, que entre muchos altos cargos que ejerció se cuenta el de Vicepresidente de la República, siendo presidente del Consejo Escolar de San Fernando en el año en que don Juan Madero fundara la biblioteca pública que lleva su nombre. Se recuerda así mismo, entre los vecinos del pueblo, al Dr. Manuel Quintana, pensador y orador notable, que ejerció el cargo de presidente de la municipalidad del partido, años antes de ser presidente de la Nación. Entre los militares que vivieron en la localidad, se menciona el teniente general Gelly y Obes, al general Tomás Iriarte, al comodoro Antonio Somellera, y a los generales José Miguel Arredondo, Amaro Arias, Manuel J. Campos y el fundador del primer periódico que vio la luz en San Fernando, coronel Federico Barbará, el autor de “Usos y costumbres de los indios Pampas”, y otros libros, alguno de ellos episodios de la época de Rosas.

Y allí estaba su “preboste máximo y tirano perpetuo”, según lo llamara en amble carta su amigo Lucio Vicente López, atento y dispuesto siempre a darle a su pueblo lo que necesitaba. Se trataba en su oportunidad de una entidad bancaria y la tendría. Hasta entonces los negocios, como la casa comercial del señor César De Marzi, por ejemplo, eran los lugares donde los isleños, principalmente, solían dejar fuertes sumas de dinero en depósito, realizando además otras operaciones propias de los bancos.

Conociendo, pues, Madero, la necesidad de fundar una institución  bancaria, no vaciló un instante en ponerse  a la tarea de lograrla. Pensó que para el caso nada era mejor que instalar una sucursal del Banco de la Provincia, y de inmediato se entrevistó con las autoridades del mismo y aún con personas del gobierno provincial, a quienes logró interesar en el asunto.

Como la erección de un banco en la zona era una necesidad evidente, no se opusieron mayores reparos al traslado de una sucursal a San Fernando. Y el lunes 1º de junio de 1885, quedó inaugurada. La sucursal tenía jurisdicción en Tigre, San Isidro, San Martín y Belgrano.

Interesado su gestor en difundir los beneficios, prestados por la Institución, realizó por su cuenta una publicación que remitió a las autoridades de los municipios vecinos y a los industriales y vecinos de la zona.

En nota adjunta a la publicación aludida, fechada el 25 de mayo de 1885, Madero expresaba al destinatario que impulsado por su constante deseo de proporcionar al municipio en que vivía y a sus circunvecinos, “todo lo que les sea benéfico, solicité del Director del Banco de la provincia, el establecimiento de una sucursal en este pueblo, con jurisdicción en los más cercanos; a fin de que puedan, sin los inconvenientes que impone la distancia a la capital, gozar de las misma ventajas que en ella ofrece el Banco”.

Ya al final de su vida se le escucha decir débilmente a Don Juan N. Madero: “He tenido muchas comisiones honoríficas oficiales y en todas ellas he procurado el bien de la patria; pero nunca he desempeñado puesto ni cargo rentado alguno”.

A la medianoche de aquel 25 de agosto de 1893 moría don Juan Nepomuceno Madero, el Patriarca de San Fernando. Sus restos fueron trasladados al día siguiente a la Capital. Estuvieron en el acto de sepelio, de quien, según “La Nación”, supo ser grande en la tranquila sencillez que sólo alcanzan en la hora de la postrera los buenos y los justos, sus viejos amigos Bartolomé Mitre, Lucio V. López, Amancio Alcorta, Belín Sarmiento, Bernardo de Irigoyen, Emilio Castro y otros.