TRASTORNOS DE ALIMENTACIÓN

BULIMIA Y ANOREXIA

En la vida nos presentamos de diversas maneras. Una de ellas es nuestra contextura física. Más allá de las "divinas proporciones", muchos hombres y mujeres muestran llevarse bien con su cuerpo. Esta armonía consigo mismo se manifiesta en el cuidado de su alimentación, en practicar alguna actividad física y/o deportiva, en cuidar la piel y el arreglo personal, en intentar mejorar características físicas y afectivas, en no atormentarse por uno que otro rollito, etc.

Sin embargo, en las últimas décadas, paralelamente a importantes cambios de valores femeninos-masculinos y a determinados problemas dentro de las familias, presenciamos un "boom". El cual, por más que goce de consenso, consideramos otra pandemia.

En primer lugar, tengamos en cuenta que en la vida de todos suele haber contratiempos en los ritmos de alimentación. Por ejemplo, debido al trabajo, a la crianza de los hijos, a ritmos alimenticios diferentes entre padres e hijos, etc. Sin embargo, en segundo término, cada vez es más frecuente escuchar personas que se jactan de "comer como un pajarito", de controlar su "hambre" o de no "desear" alimentos. Claro está que, como en un segundo acto, algunas personas se "desbandan" y tienen atracones de comida.

En otra gente, la progresiva delgadez funciona como alarma de un incendio o cortociuito. Y los argumentos sostenidos, finalmente, terminan por alertar o hacer tomar más consciencia a quienes están alrededor.

Pero hay otro fenómeno que puede ir de la mano del anterior. Están quienes, queriendo huir de cualquier vestigio de antiguos "panzones" o "matronas", se obsesionan y sufren al hacer de su cuerpo "un culto". O, sin tener en cuenta su habitual sedentarismo, para no pasar por "achanchados", durante el fin de semana le exigen a su cuerpo más de lo que puede resistir.

Incluso, durante días o épocas, es frecuente que jóvenes y adultos oscilen entre comer y beber de todo, y, someterse a dietas tan estrictas que simultáneamente alteran su humor y el de las relaciones cotidianas.

Así, en tanto cuidado del propio cuerpo, aquello que podía ser una virtud, se transformó en una esclavitud.

Dicho de otra manera, una óptica es que querramos cuidarnos más, que atendamos nuestra alimentación y salud psicofísica, que recurramos a "complementos" vitamínicos, al progreso de técnicas quirúrgicas, que practiquemos actividades deportivas que -además de mantenernos en forma- nos entretengan y diviertan, que mejoremos defectos para sentirnos más cómodos con nosotros mismos y ante los demás, que nos expongamos al sol o la cama solar con precaución, que querramos atemperar antecedentes y tendencias familiares a la obesidad, etc.

Pero otra cuestión es que mujeres u hombres están viviendo obsesionados por "aparentar ser otros distintos". Se trata de que muchos adolescentes y adultos viven perseguidos por "ser como aquellos con los que se comparan". Por ejemplo con modelos, personajes famosos, amigos, vecinos o parientes.

En esta carrera por la imagen se supone que la seguridad "de adentro" es garantizada por "el cambio de afuera".

Es más, la inseguridad de muchas personas se manifiesta en que crean y vean deformes sus rodillas, piernas, brazos o rostro. Incluso, puede darse el caso de pasar por alto la relación entre ingestas y estación del año o algún estado particular (por ej. embarazo, lactancia, habitual sedentarismo).

Vemos entonces que, aquello que tenía por intención cuidarse a sí mismo y necesitar y aprovechar la oportunidad de mejorarse, se fue transformando en vivir inhibido. Una inhibición que toma diversas formas. Por ejemplo. vestirse de tal o cual manera, mostrarse o no en traje de baño o ropa interior, torturarse con el dilema de salir o encerrarse, privarse de degustar alimentos o bebidas determinadas, etc.

En otros términos, muchas personas depositan toda su cédula de identidad en el cuerpo.

Suponen que si fracasan en las relaciones amorosas, laborales o de amistad, es porque físicamente no son como lo anhelan o como -seguramente- lo logran otros hombres o mujeres del entorno. Así, terminan espiando o comparándose con personas de la misma o distinta edad.

Sin embargo, la trampa es que cuando acceden a modificaciones corporales adecuadas o innecesarias, los agobia la duda de si hubieran podido hacer más. Pues, subsiste la sensación de inseguridad, vacío o soledad. Entonces, sin asesoramiento adecuado pueden caer en obsesionarse con recurrir a lo que suponen son "pólizas de seguro" para alcanzar la delgadez anhelada. Por ejemplo, diuréticos, laxantes, comidas o bebidas light, cremas, pastillas o sustancias que reduzcan las grasas, práctica indiscriminada de ejercicios violentos para aumentar músculos y 'quemar' calorías rigurosamente detalladas. Incluso, con diversos ritmos (por ej. los fines de semana o vacaciones), muchos adolescentes o adultos 'comen como un regimiento' que goza del tan anhelado franco. Para luego, en muchos casos, sentirse invadido por la culpa de haberse "zafado". Con lo cual, se "matan de hambre" o abstienen de alimentarse por un período de tiempo hasta el próximo "descarrilamiento" alimenticio. Llegando al extremo, en tantos casos, de vomitar lo ingerido con menor o mayor frecuencia. Es importante aclarar que, en estos últimos casos, más que comer y luego pensar en expulsar -incluso un muy pequeño trozo de comida, en realidad, previamente sienten la necesidad de vómitar, para lo cual comen algo que saben que lo irán a expulsar a escondidas de un entorno en particular.

Todo lo anterior, en cada caso, acarrea importantes trastornos secundarios, de cuya trascendencia no suele tenerse conciencia.

Ahora bien, en cualquiera de los casos mencionados, quienes sufren estas alteraciones de la alimentación, comparten en la vida cotidiana y en otras áreas de su vida, la vivencia de sentirse presas.

Presas de tener que aparentar ser "otras", diferentes a quienes son o pueden llegar a ser.

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