LOS PREJUICIOS, LOS MIEDOS y EL ANÁLISIS
Los prejuicios y los miedos han existido siempre. Es probable que las personas se den más cuenta de sus miedos, porque en la vida cotidiana se hacen más evidentes. En cuanto a los prejuicios, suelen quedar más disfrazados detrás de un consenso que, por ser justamente consenso, tácitamente los presenta como naturales e inamovibles.
Para cada persona "su miedo" es único. Incluso, es frecuente que, por la vivencia de irracional, sea difícil ponerlo en palabras ante quienes no lo sufran o lo hayan padecido. Quien siente un miedo determinado, soportará simultáneamente alteraciones físicas, vergüenza, temor a la humillación, etc. Es más, los años cronológicos (sos un 'grandulón') quedan oscurecidos por esas vivencias (de niños) que recobran su vivacidad y actualidad. . Y aunque los localicemos en un animal o situación, siguiéndolos a la manera de un hilván, encontramos que se relacionan con nuestra historia.
Existen un sin fin de miedos (animales, determinadas situaciones, espacios abiertos o cerrados, altura, aviones, etc.). Rastreando sus orígenes encontramos que se relacionan con una parte de la historia de la persona. Y, según el caso, constatamos que están ligados otros miedos "en pañales". Por ejemplo: el miedo a soltarse o entregarse, a no agradar, al ridículo, a no estar a la altura de las circunstancias de otros, a no poder progresar, a que alguien estropee los logros, a ser dejado atrás y solo, a no tener fuerza, a morir en encierros que bloquean la energía para salir de situaciones difíciles del presente, a volver a pasar por abusos tempranos, etc.
Sin embargo, hay un miedo muy particular. Un miedo que es natural que las personas lo tengan. Se trata del miedo que se siente cuando se enfrenta o inicia algo -en un punto- desconocido. Se lo notará más o menos, pero este miedo suele acompañar a toda situación o acción de cambio.
Quizá porque se desconocen los propios límites para cambiar. Pero además, porque en esa empresa se está sólo. La vivencia de cambio es propia, visceral, de nadie más.
En cuanto a los prejuicios, justamente, son "juicios previos", "decisiones prematuras que causan perjuicio al interesado". Y "perjuicio". se vincula con "prejuzgar". De modo que los prejuicios, que podrían parecer una baldosa firme donde pararnos, parecen tener su trampa. Porque si nos abrazamos ciegamente a ellos, estaremos tratando de apartar nuevas maneras o ideas que cuestionan nuestras antiguas creencias. Con lo cual, perderemos la oportunidad de que entren modalidades que bien pueden amalgamarse con lo útil de nuestras previas ideas.
En este sentido, podemos decir que, como con todo "a priori para siempre", somos nosotros mismos quienes nos limitamos. Pues, mientras nos aferrarnos rígidamente a los prejuicios, intentamos postergar cualquier posibilidad de cambio y/o progreso.
Además, los prejuicios suelen ser confundidos con las convicciones. Para llevar a cabo proyectos, acciones, relaciones afectivas de cualquier índole, necesitamos un mínimo de convicción. O sea, animarnos a tratar de vencer. Y para vencer necesitamos "hacer algo para resolver nuestros problemas". Y, a la par, reflexionar sobre ellos. Esto es, analizar nuestras emociones y pensamientos antes de actuar. Para qué? Para no caer en una decisión apresurada, para evitar aquellos prejuicios que, más que baldosa firme, están al servicio de paralizar aquellas acciones que podrían llevarnos a intentar cambiar de manera adecuada alguna área de nuestra vida.
Ejemplo de lo anterior es lo siguiente. Ud. tiene una imagen de sí mismo. Inclusive, puede hacer alarde de algunas convicciones personales. Ahora, pregúntese cuántas veces escucha a quien Ud. le pregunta 'cómo estás'; cuestiónese si valora opiniones de personas diferentes (por sexo, edad, ocupación); pregúntese si se replanteó alguna vez la conveniencia de cambiar una actividad laboral, estudio o hábito; profundice en qué lo lleva presuponer que "en esta casa el que manda soy yo porque aporto el sustento económico", o si "quién no piensa como yo está en mi contra o equivocado"; cuestiónese el grado y eficacia de "todo lo que me enseñaron no sirve" o de "todo lo de ahora no sirve"; incluso, deténgase a pensar si antes de la situación "injusta, explotadora, en inferioridad de condiciones", Ud. ya llevaba encima esa 'música' de fondo, por ejemplo en la rama femenina o masculina de su familia de origen. Asimismo, reflexione si entabla diálogos o sermonea con monólogos, o cuántas de sus actitudes están pre-condicionadas por confirmar que "con mis padres/con mis hijos/con mi jefe no se puede hablar, viste?", etc.
En realidad, a todos nos acompañan convicciones, prejuicios y reacciones diferentes. Pero lo nuevo asusta más, porque en tanto no factible de ser revivido con todas las letras, nos expone a nuestra inseguridad y a un margen de error.
Así, sentimos miedo a 'sí o sí' cambiar -por ejemplo- nuestra manera de encarar las relaciones afectivas, nuestra postura ante determinadas actividades laborales, los modos de posicionarnos ante tantas circunstancias inusuales actuales.
Sentimos que parte de los estilos "de antes" fracasan, están oxidados. Pero una buena parte de los estilos "de ahora" no gozan aún de la fuerza de nuestra convicción, o nos cuesta aceptarlos porque arman cortocicuito con las otras convicciones vigentes.
A mi entender, vale el esfuerzo de reflexionar sobre las herramientas con que cada uno está encarando su vida, en el ámbito de que se trate (la pareja, la sexualidad, el manejo del dinero, el protagonismo con sus hijos, sus ambiciones laborales, la manera de relacionarse en su trabajo, etc.).
Todo lo cual, requiere de estar preparados a que las ganas de cambiar llamen a su eterno compañero, el miedo. Por eso, de dicha transacción, surge la prudencia.
Ahora bien, de acuerdo a nuestro título, ¿qué tiene que ver el análisis? Habrá quienes lo lleven a cabo con su almohada, mientras se hacen el momento para tomar un café a solas, otros necesitarán de la colaboración de un profesional, mientras que a otros les alcanzará con conversar sus experiencias a fondo con amigos de verdad. Sin embargo, existe un prejuicio, también pariente del miedo, de que es "de locos" analizarse y replantearse las cuestiones cotidianas de la vida. Para muchos, es más "cuerdo" no dudar. En fin, comportarse como una dama o caballero de hierro. Sin embargo, parece ser más sensato encarar toda la gama de sentimientos. Porque en los tiempos que corren, los cambios vertiginosos salpican la estabilidad de quienes hoy están, pero mañana no saben. En otras palabras, hoy en día el equilibrio parece ser más precario. De modo que puede ser adecuado intentar recuperar cada día aquella porción de cordura que cada uno tenga algo dormida.
Así, nunca puede ser "de locos" rever la propia manera de caminar con quienes están a nuestro alrededor, o profundizar en tantas peripecias cotidianas. Más bien, a la luz de todo lo anterior, lo exótico es buscar medios o justificativos que eludan intentar cambiar lo que hoy pide a los gritos ser reajustado.
En otras palabras, es saludable meditar más profundamente acerca de las oportunidades en las que ponemos tanta energía para evitar el cambio y su miedo concomitante. Es de "cuerdos" replantearse cuánto resultado da vivir zigzagueando ante quienes nos enfrentan con nuestras inseguridades o modalidades petrificadas. Cuando eludimos cambiar, la trampa suele ser que, llenándonos la boca de supuestas convicciones, permanecemos anclados en prejuicios que -a la larga o a la corta- nos empantanan cada vez más.
A veces es muy difícil convivir con el miedo que es pariente del cambio. Por eso, de acuerdo a cómo nos ubicamos, el resultado varía. Si retrocedemos, no progresamos. Pero si lo negamos, no solo no avanzamos, sino que -cayendo en la imprudencia- terminamos lastimándonos más o lastimando a personas que simultáneamente nos importan.
De lo anterior, ¿quiere otros ejemplos cotidianos que lo han sido y -aunque pasen los años- lo seguirán siendo?. Piense en cuando comenzó a andar en bicicleta sin rueditas, la primera vez que intentó flotar o nadar, manejar un auto, esquiar, pegarle a una pelotita, aquella primera salida tan importante, intimar más con alguien, encarar temas con sus padres, hijos o autoridades, amigos, nuevos clientes, etc.
Sin embargo, hoy en día parece haber un miedo compartido por todos que se asemeja a la humedad. Porque parece colarse en todas nuestras circunstancias. Ante tantos cambios de valores, de funciones familiares, de roles laborales, de tecnología, de circunstancias políticas y económicas, toma cuerpo el miedo a "no poder seguir tal ritmo", a no poder agarrar tantas cosas a la vez.
Es más, en lo que no dependa de nosotros, a veces tenemos una mezcla de impotencia y miedo ante ciertas injusticias. Otras, por el sobreesfuerzo que las circunstancias nos obligan a realizar. Mientras que, en lo que dependa de cada uno de nosotros, habrá oportunidades en que surge la fantasía de que a otros no les pasa, o que les es más fácil, o que nos aliviará verificar la magnitud con que sucede en otros lugares lejanos.
En otras palabras, nos levantamos a la mañana teniéndole miedo al presente.
Y para calmarlo intentamos refugiarnos en que "hubo un pasado que era el único mejor" o en que "ya vendrán tiempos mejores".
Es natural que sintamos miedo frente a tantas circunstancias indefinidas, o empresas que parecen diez talles más grandes que lo que estábamos habituados a encarar. Pero esto, que parece ser "racionalmente" esperable, sin embargo, despierta toda nuestra historia de miedos personales. Y ellos son los que nos pueden hacer trastabillar o tartamudear. En fin, pisarnos los cordones de las zapatillas.
Además, detrás de tanto miedo social -y pegajoso- a "hoy no poder", se esconde el particular miedo a tener que encarar las cosas solo con nuestros propios medios, como quien tiene que agregar unas cuantas hojas a un libreto previo. Se hacen presentes limitaciones añejas, remordimientos por avanzar y que otros queden atrás, el miedo a hacer lo que otros no pudieron, a personajes imaginarios que censuran nuestro protagonizar.
Qué importante es no confundirnos. Porque, si quedamos aferrados a "lo que es cierto" que ocasiona miedo, perdemos la oportunidad de resolver los temores de base. Esos, que alimentan y pueden llegar a magnificar lo que tenemos delante para resolver.
En otras palabras, el flash de aquel "miedito parecido a la primera vez" siempre estará presente. Y puede ser tanto nuestro mejor aliado como nuestro peor enemigo.
O lo transformamos en ser prudentes, en que nos ayude a prever, a discernir, a desafiar, o el miedo -gobernándonos- perpetuará el rol de un grande que prefiere quedarse siendo chico en algún área de la vida, antes que enfrentar a los adultos que amenazan con cuestionar nuestras ganas de ser diferentes.
Podemos sintetizar, entonces, que muy importante analizar las modalidades con que encaramos las diversas áreas de nuestra vida. En parte para ver cuándo el miedo, siendo adecuado, lo podemos transformar en prudencia. Como también, para discriminarlo del miedo que, al esconderse detrás de un prejuicio, termina acarreando tantos o más perjuicios. Asimismo, la experiencia nos muestra que es importante analizar en qué situaciones, qué personas o hechos despiertan o desencadenan nuestros temores. Ello nos posibilita convivir con nuestras inseguridades, como también con los miedos que acompañan a cualquier situación de cambio.
De todo lo anterior, se desprende que no es "de locos" rever la propia manera de proceder o sentir. Más bien, lo exótico es buscar medios o justificativos que eludan alguna modificación en lo que hoy requiere ser reajustado.
Si por miedo intentamos pasar por alto aquello que 'a gritos' está pidiendo ser atendido en alguna área de nuestra vida, estaríamos restándole importancia a la oportunidad que tenemos de comenzar a modificar lo que es obvio que ya no da buen resultado.
En otras palabras, es saludable analizar cuánta energía de la vida cotidiana se nos va en paralizar cambios.
Pues, muchas veces, detrás de rígidas creencias hay miedo a abandonar lo tradicional o más conocido.
En este sentido, habrá prejuicios que son acertados, mientras que otros son desacertados. Es más, solemos recurrir a los ineficaces para aparentar una seguridad o convicción que no tenemos. Lo cual, como en un círculo que se cierra, nos sumerge en algún tipo de parálisis o rigidez semejante, cuando no, peor.
Como contracara de lo anterior, podemos decir que hay momentos o épocas de la vida en que, por evitar el miedo al cambio o a lo desconocido, con los prejuicios inhibimos la posibilidad de satisfacción. Esta es, sentir que -aunque sea poco a poco- logramos progresar con respecto a la generación de la que provenimos.
Vale la pena no perder de vista que, lo que cada uno de nosotros haga, en diferentes roles de la vida, será un legado para la generación que nos continúa.
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