¿QUÉ SUCEDE CUANDO NOS FAMILIARIZAMOS CON LOS PROBLEMAS?

En lo que dependa de cada uno de nosotros, siempre nos acompaña alguna dificultad. Sin embargo, el mayor problema es resistirnos a darnos cuenta que la tenemos. Pues, es difícil resolver algo que no se reconoce. Podemos insistir o esperar que el cambio se produzca sólo desde afuera. Sin embargo, a la corta o a la larga, un día alguna circunstancia nos devuelve la noticia de que también eramos dueños del comando de nuestra propia vida.

Requiere esfuerzo, pero hacerse cargo de las propias responsabilidades tiene sus ventajas. Por ejemplo, que muchas cuestiones no lleguen a mayores, o que gradualmente podamos disfrutar de relaciones más auténticas y espontáneas. Por el contrario, existen innumerables maneras de zafar de las propias dificultades. Una forma es familiarizarse con el problema.

Es equivalente a ser miope y resistirse a aceptarlo. Una persona, en vez de ir al oculista, puede pasársela protestando porque todos los nombres de las calles están escritos con letras borrosas o chiquitas. Del mismo modo, alguien puede pasársela insistiendo en que la incomunicación con los hijos se debe solamente a que estos niños y adolescentes nacieron más difíciles que los de nuestra época. Es cierto que algunas modalidades actuales -virtuosas y desprolijas- son bastante diferentes a las de la generación anterior. Pero los asuntos más problemáticos que amplifican los hijos no se refieren sólo a "los cambios generacionales o sociales". También aluden a cuestiones que sus padres aún tienen pendientes o arrastran con inseguridad.

 

En algunas oportunidades los padres están familiarizados con sus conflictos o problemáticas. Y desdibujan la propia dificultad afirmando categóricamente "bueno, los chicos de ahora son así, no se puede hacer nada", o declarando "mientras vivan en esta casa se hace lo que digo yo", o sentenciando "cuando vos tengas hijos vas a ver que decís o hacés lo mismo que yo", o "supongo que está bien, sino me hubiera dicho", etc. Algunas contrapartidas de ésto, versión adolescente, pueden ser "yo no soy como vos", "siempre hablás de vos", "los papás de fulano la dejan, no como vos", "yo querría, pero son ellos los que no hacen nada para hablar", "siempre estás en tus cosas, no te enterás de lo que me pasa a mí", etc.

Del mismo modo, puede haber protestas por el trato que devuelve el cónyugue. Pues, cuando se está familiarizado con la propia dificultad, se supone que uno no hizo nada para el trato que le dan. Lo cual, algunas veces es cierto. Uno no hizo nada diferente a lo habitual. Cuando en una relación, ambos están muy familiarizados con las propias maneras de ser que son problemáticas para el vínculo, los dos suponen que el extraño es el otro. Así, adolescentes, padres y adultos entre sí, pueden objetar que sólo los demás son prejuiciosos, desubicados, dictadores, rebeldes, sometidos, quedados, machistas, feministas, insensatos, distantes, materialistas, soñadores, inhibidos, demasiado afectuosos, poco comunicativos, superficiales, despreocupados, complicados, acelerados, desconsiderados, ambiciosos, etc.

De diversas maneras, estas peripecias pueden darse con amigos, otros familiares, colegas o compañeros de trabajo. En diferentes ámbitos, momentos o épocas de la vida puede suceder que las personas ocultan la propia dificultad con la certeza de la desprolijidad ajena. Pero mientras se familiarizan con los propios conflictos, la vida se les va en sostenerse intocables. Más que intentar comprenderse y comprender, viven justificándose. Quedan aislados en las propias creencias. Cuanto más suponen que es humillante reconocerse inseguro, más se alejan de todo intercambio. Y a medida que se rigidizan los vínculos, todos se van transformando en islitas dentro de una gran isla.

Cuanto más familiarizados estamos con nuestros problemas más intentaremos convencer a los demás que el problema sólo es de ellos. Y aunque convivamos con un montón de gente, paulatinamente se irá creando más distancia afectiva. Porque en vez de intentar diálogos, tenderemos a sostener monólogos.

 

Es más, mientras querramos sostener esta familiaridad con nuestros problemas, la intimidad con los demás será vista como un peligro. Cualquier posibilidad de diálogo atentará contra lo que nos gusta creernos de nosotros mismos. En cualquier ámbito de la vida, toda intimidad o interrelación expone a que los demás nos devuelvan cómo nos ven y cómo participamos. Quedamos expuestos a tener que ver las modalidades y las necesidades de quienes están a nuestro lado. Como también, nos vemos obligados a tener que darnos a entender, de diferentes maneras, en lo que nosotros mismos necesitamos.

Cualquier intimidad conlleva éstas y más peripecias. Pero tiene la enorme ventaja de ser oportunidad para replantearnos cómo nos relacionamos con las personas de nuestro entorno. Para entonces, aprender a vincularnos de manera más auténtica y profunda. Lo cual, paulatinamente, repercute en una mayor satisfacción para todos.

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