SOBRE LA MANERA DE VIVIR
Todos queremos vivir de la manera más grata posible. Hay oportunidades en que lo logramos. Otras veces, las cosas no resultan como esperábamos. Porque en toda convivencia, las relaciones dependen tanto de nuestras actitudes como de las del resto de la gente. Mientras el vínculo es considerado, el trato se desenvuelve silenciosamente, sin mayores fricciones. A lo sumo, puede haber discusiones que "valen la pena", porque con ellas se alcanza más estabilidad que la que se tenía hasta ese momento. Mientras que, las reacciones inadecuadas suelen interferir y ocasionar eternas fricciones que obstruyen cualquier interrelación.
En las últimas décadas venimos protagonizando cambios muy veloces y trascendentes. Por ejemplo, las modificaciones de roles y valores masculinos y femeninos, o diversas cuestiones socioeconómicas. Desde un enfoque particular, muchas personas relatan estar agobiadas. Les cuesta hacerse un tiempo para detenerse a sentir, a reflexionar sobre los vínculos o actividades que tienen entre manos. Las invade un "hay que hacer". Trabajar, ganarle de mano a otros, analizar estrategias de actuación, sostener lo alcanzado, cuidarse de quienes parecen amigos pero no lo son, prever ante la eventualidad de más catástrofes, participar en actividades que incluyan toda una variedad de relaciones públicas, etc.
Incluso, a los chicos hay que mantenerlos ocupados en cuanto vuelvan del colegio y, sobre todo, que no interrumpan a los mayores con sus cuestiones (de) menores. Al mismo tiempo, a la juventud, aunque descreída de algunos resultados que ven en sus padres, hay que hacerlos estudiar para que protagonicen un futuro mucho mejor. Claro que, en dicho camino, no todos discriminan talento, vocación o rentabilidad económica.
Simultáneamente, algunos jóvenes pueden estar sufriendo diferentes crisis afectivas de sus progenitores. Con lo cual, evidenciarán menor o mayor grado de desconfianza en las relaciones que podrían sostener con sus pares. Tras lo cual, genéricamente hablando, algunos se marginarán, mientras que otros vivirán aparentando una madurez que no tienen. Claro está que, simultáneamente, muchos adultos que podrían ser sus padres, también están en crisis. Porque estos adultos suelen estár absorbidos por protagonizar su cambio y por intentar modificar modelos incorporados de sus propios progenitores.
Realmente, es toda una empresa discernir y concretar ser "mujeres y hombres modernos y actualizados". De manera tal que, evidentemente, estamos en una época en que se siente el agobio de -en poco tiempo- querer pasar en limpio, protagonizar y legar los valores útiles de tres generaciones.
¿Cómo posicionarnos ante todo lo anterior? ¿Depende, acaso, de eso que abstractamente denominamos "época"? Más bien, parece que, además, cada individuo se posiciona según su historia o modalidad particular.
Existen personas que se resisten a aceptar que influyen tanto en el propio estado de ánimo como en el ajeno; o, que sin darse cuenta, condicionan seriamente la relación con sus hijos o su pareja. Destinan poco tiempo para bucear en porqué reiteran sus sufrimientos, fracasos o inhibiciones.
Intentan zafar de un particular trabajo. Se trata de hacerse cargo de resolver aquellas modalidades familiares que resultan inadecuadas. Al estar hechas carne durante tantos años, se familiarizan con ellas. Y a la manera de un juego, las reproducen con menor o mayor fidelidad con otros personajes o situaciones actuales. Entonces, caen en atribuirle siempre la responsabilidad de sus fracasos a los otros. "Es él, es ella, es sólo el problema económico, me engañaron, me quitaron, me desprecian, me persiguen", etc. Es más, hasta hay oportunidades en que las personas parecen cerrar su posibilidad de progreso diciéndose a sí mismo o a los demás: "bueno, soy así; más no puedo; o me aceptan de este modo o basta....".
A la manera de un producto de fábrica que no admite rectificación, esperan y se enojan porque son los otros los que no cambian, no se adaptan a ellos, y tras ello, inconscientemente se resignan.
También hay mujeres y hombres que -recortándose-, toman distancia de lo que creen "malo" o les ocasiona demoras. Pueden aislarse físicamente o tapar las relaciones afectivas en crisis, con más actividades o vínculos que los justifiquen. Claro está que, en eso también se inhiben. Por ejemplo, hay papás que les cuesta "invertir tiempo" en escuchar por boca de sus hijos lo que sienten (en general los portavoces suelen ser la mamá o quienes atienden a los hijos). Es más, no siempre se hacen un espacio para compartir, poner límites necesarios y disfrutar de sus vástagos. Si bien, un día lo lamentan.
Desde el lado de algunos hijos, están los que reclaman mucho sin saber bien qué necesitan. Pero también están aquellos que nunca solicitan nada, y terminan sufriendo en silencio su sensación de orfandad. Pasando por alto que con algunas modalidades chocarán contra una pared, al mismo tiempo que tampoco le facilitan la tarea de tales a sus progenitores.
En los últimos tiempos, es muy frecuente que adolescentes y adultos vivan aparentando ser más autosuficientes de lo que son. Sin embargo, un día, este "estar de vuelta", como un muñeco de cera al calor, se les comienza a derretir. Se va acabando la cuerda de atribuirle siempre la total responsabilidad a otros, o de vivir ajeno a las propias circunstancias. Comienza a fallar el intento de tomar distancia de situaciones o personas. Algo o alguien, sorpresivamente, golpea a la puerta y devuelve lo que se había arrojado por la ventana para no enfrentarlo. Estas vicisitudes se presentan cuando un marido o una esposa plantean como irresoluble un vínculo matrimonial; o cuando a los padres se les hace evidente el trastorno que venía sufriendo el hijo adolescente; o cuando una relación laboral que tenía flashes de indicios, un día ruidosamente se quiebra; o cuando el hijo que parecía sólo perezoso, repite de grado o año; o cuando un nuevo vínculo despierta propios cuestionamientos aletargados; o cuando las parejas o amigos de los hijos son lo más parecido a "antihéroes", etc.
Hasta acá, entonces, podemos decir que todo lo anterior son vicisitudes de la vida. Y que de acuerdo a cómo se las encare, algunas conducirán a un mayor bienestar. Mientras que otras llevarán a vivir con un malestar permanente. Además, esto último, se manifiesta en el modo orgánico del enfermar. Si bien cada profesional atiende desde su especialidad, todos somos una unidad psicocorpórea. No se trata de si somos "psíquicos" u "orgánicos". No hay método para decidir qué es causa o qué es efecto.Escencialmente, son maneras diferentes en que el ser humano manifiesta su desorganización. En este sentido, es importante no perder de vista que, las personas que sufren orgánicamente, al mismo tiempo están atravesando una importante crisis afectiva. Y viceversa. Las crisis afectivas que se intentan olvidar, corren el riesgo de reflejarse en el órgano trastornado que mejor las representa..
De modo que, somos vitales si cuidamos nuestro cuerpo. Pero también si tratamos de dilucidar el sentido afectivo-biográfico expresado en cualquier enfermedad que suframos. Como dijimos al comienzo acerca de las reacciones, no somos concientes del órgano o sistema que funciona bien. Cuando sentimos una "parte del cuerpo", ésta está sufriendo nuestro maltrato o proveniente de alrededor.
Sin embargo, hay días que salimos conformes con nosotros mismos y nuestras circunstancias, y aunque desabrigados, no nos resfriamos. Mientras que en otros momentos, desalentados y desanimados, nos convertimos en un imán de contratiempos, virus y bacterias. Es más, desde esta visión integrada de todo ser humano, ya no podemos dejar de replantearnos enfermedades comunes a tantas personas. Más allá de lo necesario de la prescripción (médica) de ciertos medicamentos, el hecho de que haya tantos de venta libre, ¿significa acaso que, por ejemplo, es "normal" sufrir siempre de cólicos menstruales? ¿Se puede seguir publicitando que el "período femenino" necesaria y naturalmente "indispone" o "suena" a toda mujer? Incluso, en el caso de los hombres, es importante cuestionarse la crisis particular que atraviesan mientras sufren el trastrorno de su próstata. Es más, si de alimentación se trata, ¿cuántos alimentos un día caen como una piedra y otro se los saborea sin inconveniente? O, ¿qué más les sucede a quienes siempre se ven gordas o deformes cuando no lo están?. Incluso, ¿en qué circunstancias las personas sufren de "pataletas al hígado", cálculos renales o una crisis hipertensiva?. En otras palabras, es importante replantearse qué vivencias críticas estamos atravesando en el mismo momento en que "percibimos" nuestra expresión "orgánica".
Cada historia es un mundo. La biografía de las personas difiere de unas a otras. Pero quienes sufren el mismo trastorno orgánico, en dicha común-unión expresan un particular sentimiento, un particular conflicto, del cual no pueden "darse cuenta", y hasta les cuesta discriminarlo de otros conflictos, a fin de resolverlo de manera más eficaz. Incluso, muchas personas necesitan llegar a un punto crítico, tocar fondo, para detenerse a rever cómo venían viviendo. En general, se tienen en cuenta los antecedentes de enfermedades orgánicas cuando un médico los requiere. Pero desde la psicología se suele pasar por alto el árbol genealógico de enfermedades familiares. Sin embargo, recordemos que además de virtudes y modalidades adecuadas, también se "maman" desde chico las "maneras orgánicas de vivir enfermo", las crisis afectivas simultáneas, los modos de encarar. Eludir o sobrellevar conflictos.
En otras palabras, cuando rastreamos en las historias de las personas, nos encontramos con muchas peripecias: el lugar de los primogénitos, de varones y mujeres, del introvertido y el desenfadado, del inteligente y el descalificado, los aparentes victimario y víctima, el obsesivo o el donjuanesco, el exitoso o el fracasado, etc. Al mismo tiempo, visto desde el modo orgánico del enfermar, en las familias suelen predominar las patologías: diabéticas, drogadependientes, asmáticas, inmunodeficientes, cardíacas, constipadas, cancerosas, etc.
Para intentar comprender el sentido de todo lo anterior en cada uno de nosotros, es preciso que tengamos en cuenta nuestras modalidades acertadas y desacertadas, los recursos adquiridos, aprendidos y anhelados a lo largo del desarrollo. Porque todo ello nos ayudará a que, ante cualquier dolencia, podamos rastrear el sector de nuestra vida que tiende a estar inhabilitado o a quedar paralizado.
A esta altura alguien puede preguntarse "realmente, es tan importante que tome conciencia de lo que no funcionó ayer, hoy o prosigue no funcionando mañana?" Hasta puede agregar: "de algo hay que morirse"; "lo resuelvo sólo con un sedante"; "mientras no me hago problema no me agrego preocupaciones"; "que los demás se hagan cargo de lo que me pasa (médicos, psicólogos o parientes); "las relaciones están fantásticas, así lo creo yo"; "mientras no estorben mis ambiciones, que hagan la suya", etc.
Sin embargo, se minimiza un importante detalle. Se trata de la magnitud de energía puesta al servicio de "zigzaguear". Es mucho esfuerzo negar incertidumbres o la cotidiana frustración marital, propia y ajena; requiere de mucho gasto eludir el dolor o la inseguridad que se pueden evidenciar frente a diálogos vacíos con los hijos. Es mucho trabajo aparentar ser quién no se es con las personas de alrededor. Requiere de mucha energía sostener logros que fueron a expensas de una prolongada y sostenida anestesia afectiva.
Por el contrario, si iluminamos las trabas e inseguridades presentes en nuestras cotidianas relaciones, si somos más concientes de sentimientos que interfieren en lo que construímos y queremos sostener, entonces, podríamos aliviar o modificar el curso de tantas enfermedades, destapar o desarrollar habilidades, talentos o sentimientos que no solíamos valorar en nosotros mismos.
Ante tal "trabajo", hay personas que prosiguen insistiendo: "soy así, los demás son los únicos responsables, quiero pero no me dejan, algún día mejoraré o las cosas cambiarán, los únicos culpables son los virus, el destino, la comida, o el stress", etc.
Sin darse cuenta, inhabilitan ellos mismos la oportunidad de trabajar en mejorar su calidad de vida y con los suyos.
Todos los días tenemos la posibilidad de renovar con menor o mayor modificación nuestra postura de vida. Perpetuamos, en menor o mayor grado, lo aprendido en familia y fuera de ella. Lo manifestamos en el trato psicorpóreo con nosotros mismos. Como también, en lo que hacemos gozar o sufrir a los demás con nuestra compañía. Porque con nuestras modalidades salpicamos a la familia actual, a la pareja, al legado que le estamos dejando a nuestros hijos, a los amigos, compañeros de estudio o trabajo.
Obviamente esta postura, vivir lo más plenamente posible nuestras relaciones, o, vivirlas de manera evasiva y descartable, teñirá los momentos de estar con uno mismo. Porque el rato para estar a solas, para recapacitar sobre lo que depende de uno mismo, se puede transformar en algo fructífero o en fantasear reproches, un mundo mágico, justificaciones, monólogos llenos de lamentos.
En otras palabras, a la manera de un contrato, todos y a cada momento renovamos nuestra postura ante la vida. Lo cual, lejos de transformarnos en otros distintos, es toda una oportunidad. Se trata de variar nuestro curso hasta el último momento de esta vida. Cuando las personas olvidan esta capacidad, la vitalidad "se les va" en sostener la manera predominante de vivir enfermas.
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