MATRIMONIOS, PAREJAS
La pareja, como toda relación, es como una planta. Si la regamos demasiado la ahogamos, pero si no le ponemos agua se seca.
Hay parejas que viven despreciándose o descalificándose mutuamente. Por ejemplo, la mujer dice 'mi marido es un idiota', o el hombre dice 'mi esposa no tiene muchas luces'. Se olvidan que solo una mujer idiota está con un hombre así, o que solo un caballero que tampoco tenga muchas neuronas estará con una mujer de esas características.
Moraleja: cada uno tiene la pareja que puede. De ahí que es importante intentar mejorar y crecer juntos. En el caso de que esto sea imposible, lo ideal sería resolver en Ud. mismo aquello que tiende a criticar de su expareja. Pues, si pretende evitarlo, lo más probable es que en la próxima relación se repita el tipo de vínculo. Con el agravante de que -probablemente- lo traten como Ud. trataba a su primera relación.
Además, pensar en la propia modalidad abarca hacerlo en los diferentes ámbitos de la propia vida. Por ejemplo, están quienes dicen que quien es amarrete con el dinero también lo es en la alcoba. Por favor, no vaya a pensar que lo dijo algún psicoanalista, qué más va!!! Lo importante de este ejemplo es que, a veces, nos hacemos la ilusión de que nuestras modalidades están centralizadas en unas áreas de la vida, y presuponemos que dejamos a otras libres de tales problemáticas. En este sentido, tragando saliva, sería una buena idea que haga una encuesta con sus allegados, acerca de cómo lo ven en una u otra circunstancia.
Para que se de una idea más acabada del tipo de replanteo que le proponemos, veamos otros ejemplos. Cuando un cónyuge se baña, y usa las toallas mojadas a la manera de otra alfombra o las aparta dejándolas en un rincón, entonces, efectivamente Ud. convive con un desconsiderado. Es probable que arrastre el trauma infantil de una madre que -corriendo tras él- se agachaba sacrificadamente y las lavaba a pulmón. De manera que, la solución, luego de un diálogo civilizado que no siempre suele dar resultado, radica en que silenciosamente aparte en algún placard dos o tres toallones para Ud, y deje que se acumulen en el baño las restantes, a medida que su cónyuge las usa. Si tiene niños que perfilan ya a copiar al papá en estas modalidades, puede recurrir a la misma estrategia.
Otras parejas afirman llevarse a las 1000 maravillas. Claro está que, muchas viven así porque nunca se cuestionan nada. O porque olvidan que después del 1000 los números continúan.
En general, podemos decir que hay discusiones que valen la pena con tal de encontrar una solución más eficaz para ambas partes. Las que no valen la pena son aquellas durante las cuales las parejas permanecen enfrentadas, intentando comprobar quién es más fuerte o más débil. Estando parados en veredas opuestas, se olvidan de aprender a cruzar la calle para encontrarse a medio camino y entablar un diálogo.
Cuanto más inseguro se siente un cónyuge, más personajes intentará incorporar como ejemplo de los argumentos que -rígidamente- quiere sostener (tu hijo, mi hijo, tu mamá, tu papá, etc).
Quizás, el amor sea como la madera de un fósforo. Aquello que perdura luego de haberse apagado la llama de la pasión. Claro está que hay personas que -en las relaciones afectivas- se comportan como quien pretende prender un fósforo algo mojado. Lo cual se manifiesta como parejas que duran un suspiro. Otras, insisten con un fósforo cuya cabeza se muestra incompleta. Ello testimonia la imposibilidad de encontrar a alguien que responda a tal desmesurado intento. Están, por último, aquellos que saben guardar el fosforo en la cajita, y hacen un culto de ello.
Hay épocas y culturas para todo. En unas, a la mujer la acompañaba una dote, en otras los matrimonios eran determinados por los familiares, en algunas circunstancias el lema era 'contigo pan y cebollas', en otras rige -por las dudas- el contrato matrimonial y económico, y en específicos ámbitos se tiende al 'tanto tenés, tanto valés, a corto, mediano y largo plazo'. Así, parecen alternarse épocas y momentos de extremo materialismo y espiritualidad.
Cuando un hombre está sin trabajo, la actitud de la mujer varía según el estado civil. Durante el noviazgo suele ser 'yo te ayudo', 'yo te banco porque nos queremos tanto'. Mientras que, durante el matrimonio, las personas reaccionan de disímiles maneras. En general, en los primeros momentos suelen invertirse los roles con respecto a hijos, hogar, etc. Sin embargo, no por ello la mayoría de los hombres olvidan su deseo de que la circunstancia sea diferente. De ahí la importancia de que la mujer -en vez de reprochar sorpresivamente- converse alentando a su pareja para que retome su capacidad productiva en algún ámbito afín al estancado. De lo contrario, de acuerdo al estilo de cada uno, es muy probable que el hombre se sienta cada vez más impotente, y la mujer -acumulando resentimiento- termine descalificándolo de tal manera que, en vez de ayudarlo, contribuye a la mayor desmoralización masculina.
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